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TORONTO.— Tan meticulosos han sido los organizadores de estos Juegos Panamericanos, que hasta las vallas informativas ocasionales cuentan con sacos naranjas en la base para que no choquen las personas. Sobre todo durante la noche, que es cuando más agotado está uno y anda con la caja quinta puesta para llegar a las instalaciones o al hotel.
No solo este color señala los sitios de probable peligro. También es el que identifica a los voluntarios, un cuerpo de más de 23 mil personas que garantizan, con sonrisa y amabilidad siempre, que todo funcione; que todo salga bien. Hasta el más mínimo detalle.
Pero estos voluntarios con su indumentaria naranja no están solo en las sedes de competencia o en los circuitos por los que con mayor frecuencia deben transitar las personas que participan en los Juegos. También están en la periferia de la ciudad, en las estaciones del metro, o en las del tranvía; en el sitio menos imaginado y a cualquier hora usted los ve, prestos a ayudarlo.
Apenas detectan a alguien con la credencial, acuden a su encuentro y se brindan para facilitar la gestión. Usan unas manos grandes para indicar por dónde coger.
Uno de ellos, que habla español, me dijo que ese era el color de los Juegos porque refleja calidez, creatividad, estimula la mente, alerta de peligros, es antidepresivo, sugiere alegría y aporta seguridad.
Hasta ahora concuerdo con él, y especialmente con lo último que comentó. Hay que reconocer que el dispositivo de seguridad de Toronto ha sido eficiente. A los periodistas, por ejemplo, nos revisan pertenencias y «escanean» el cuerpo cada vez que vamos a entrar a una instalación. Pero es un proceso rápido, funcional. Uno se siente protegido.
Naranja es la mochila que facilitó a la prensa acreditada el comité organizador. A mí me han dado más de cinco lapiceros naranjas (y eso que hay de todos los colores). ¿Acaso sabrán ellos el color del uniforme del equipo de pelota de la provincia donde nací?
