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Navarro, un fuera de serie

El profesor, como le llaman muchos en el gremio, acompañó durante su brillante trayectoria algunos de los logros más relevantes del deporte en Cuba. Le dio voz y vida a magníficas gestas, las adornó con originalidad, elegancia y emoción

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Entregarle a René Navarro Arbelo el Premio Nacional de Televisión probablemente sea uno de los mayores actos de justicia trascendidos en este país durante las últimas semanas. El profesor, como le llaman muchos en el gremio, acompañó durante su brillante trayectoria algunos de los logros más relevantes del deporte en Cuba. Le dio voz y vida a magníficas gestas, las adornó con originalidad, elegancia y emoción.

Elevó más, si se puede, la altura de los podios a los cuales escalaron hombres y mujeres nacidos en esta Isla. Cuando los deportistas acariciaron la gloria, la cadencia concisa y agradable de Navarro les relató de forma única la concreción de sus anhelos, les obsequió un fondo casi musical para el recuerdo y puso, de paso, los pelos de punta a millones que hicieron suyas sus palabras.

Pero también, profesional como la copa de un pino que es, entendió la manera en que se relatan los momentos menos alegres, comprendió al atleta que había entregado todo y el destino le había dado la espalda. Fue narrador de victorias, pero también manejó con maestría las derrotas. Por eso, muchos le ven hoy como un paradigma.

Las frases llueven en la memoria de la gente. «Cuba arriba, arriba Cuba», «De Camagüey, de Cuba y para el mundo» y otras muchas todavía son pronunciadas en la calle, en las guaguas, en los parques, en cualquier grupo de debate donde el deporte sea protagonista. Perdurar en el tiempo pudiera considerarse el éxito supremo para cualquier profesional que relate los pormenores de la actividad física.

Y recuerdo, casi siempre, aquel oro olímpico de Anier García en Sidney, aquel oro que puso este país a brincar y a llorar a la vez, que quebró la voz de cada cubano al vociferar el triunfo, con la voz quebrada como Navarro. Él, siempre certero, le gritó al mundo que «el campeón olímpico es de Cuba» y no de otra parte, con tal sentido de pertenencia que tocó el alma del televidente. En fracciones de segundos tuvo el ingenio y el garbo para decir lo que todos habríamos querido decir.

Tendrá decenas de narraciones más que pudieran ponerse como ejemplo, situarlas en el altar de los relatos deportivos más sobresalientes por la técnica y la exquisitez lingüística, pero también por la profunda vehemencia de cada frase. Pero la de Anier, no sé por qué, siempre me despierta una emoción muy singular. Es todo lo que un día quisiéramos hacer quienes nos dedicamos a este oficio del periodismo.

Cuando el profesor anunció su jubilación, la narración deportiva cubana evidenció un vacío que, me atrevo a decir, tantos años después no ha podido llenar. Por suerte, ha sido tanta la dedicación, que todavía ofrece sus conocimientos en Cubavisión Internacional, una muestra de que pasiones tan fuertes, nunca mueren.

En medio de toda la trascendencia de la noticia, con René Navarro en el foco de las atenciones de sus admiradores y la prensa en general, pienso que un día lo conocí y me pareció tan, pero tan humilde, que este galardón gana aún más relevancia y razón. 

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