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Garúa

Para el habitante de clima tropical, Santiago de Chile puede ser un tormento gélido, al menos en los primeros días

Autor:

Yurisander Guevara

SANTIAGO DE CHILE.— Para el hombre de clima tropical, esta ciudad puede ser un tormento, al menos en los primeros días. A poco más de una semana de haber arribado a la capital de Chile, el tiempo se nos ha mostrado caprichosamente frío.

Dicen los lugareños que están en plena primavera, y así lo atestiguan los árboles en flor que podemos ver en muchas partes de la ciudad. Sin embargo, así como cambia el paisaje a lo largo y ancho de la urbe, lo hacen las temperaturas en las 24 horas que conforman un día.

A Santiago llegamos con nueve grados Celsius en el ambiente. De solo poner un pie afuera del aeropuerto Arturo Merino Benítez los helados cuchillos del amanecer se ensañaron con cuanta superficie de nuestra piel estuviera al descubierto. Tiritando de frío transitamos por pasarelas y calles hasta que logramos arroparnos en un bus que nos transportó a nuestro alojamiento.

Luego, descubriríamos el vaivén de las temperaturas, o lo diferentes que, climáticamente hablando, pueden ser los días en esta ciudad. Una jornada típica en Santiago de Chile comienza muy fría, pero si las nubes prefieren dejar a la ciudad libre, sobre las diez de la mañana el sol se hará sentir con fuerza y los abrigos empiezan a sobrar, aunque no será por mucho tiempo.

En el menú están también los días de niebla, que de tan espesa desaparece edificios que normalmente están a la vista, y opaca la majestuosa cordillera de los Andes, guardiana perenne de Santiago.

También puede tocar la garúa, como llaman los locales una llovizna tan fina que el agua parece pasada por el más estrecho de los coladores. Es de esas «lluvias que enferman», como solemos decir en nuestra tierra.

Y ni hablar de entrar y salir de edificios u otros recintos. Un viaje en metro implica pasar del frío de la calle a los salones calentados en las entrañas de la tierra para, unos minutos más tarde, volver a enfrentarse al aire gélido.

Lo que sí ha sido constante en este viaje es el calor de los locales. Gente amable, muchos de ellos aman a Cuba y nos lo dejan saber a cada paso: ¡Viva Cuba! ¡Bienvenidos! ¡Que les vaya bien!, nos dicen. Y esa es una temperatura, la del cariño, que siempre se agradece, especialmente a más de 6 400 kilómetros de casa.

 

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