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Erlis, el corazón y un juego al revés

Erlis caminó los nueve innings ante una tanda que por tercera vez en toda la postemporada no pudo conectar jonrones

Autor:

Norland Rosendo

Artemisa.— Cuando Erlis Casanova subió al montículo, el juego, en vez de empezar, había terminado. Se quitó la gorra, juntó las manos en forma de corazón y lo lanzó al cielo, mientras las gradas reventaban en aplausos.

Dicen que los dioses del béisbol ni siquiera se sentaron en las nubes grises que pasaron a todo galope por esta ciudad. Ni hablaron ni decidieron nada en el cuarto partido de la final. Todo estaba dicho desde que Erlis cogió la pelota.

Lo que vino después fue un juego más, un simple cumplido para las estadísticas. Desde que el hijo de Luis Giraldo y esposo de la muchacha que ahora lo guía desde el cielo asumió el desafío de emparejar la serie, la hoja de anotación estampó su nombre en la casilla reservada al pícher ganador.

Erlis caminó los nueve innings ante una tanda que por tercera vez en toda la postemporada no pudo conectar jonrones. Trataron, pero desde arriba, pese al viento, empujaban la pelota hacia dentro del campo de juego.

Colgó siete escones seguidos. Parece algo natural, humano, pero ante los Cocodrilos, con esa bocaza «tragarrivales», su dominio sabatino clasifica entre lo mejor de toda la liga invernal.

Como Noelvis Entenza, ambos equipos saludaron a Erlis por la grandeza de volver al terreno tras una situación familiar muysensible. Fotos: Abel Rojas Barallobre

En el octavo, Ariel Sánchez sacudió doblete remolcador de dos vueltas. Algunos pensaron que era hora para un remplazo, pero la confianza en Erlis era más grande aún que el vacío dejado por Liván Moinelo en el bullpen.

Alguien en su insano juicio quiso quitarlo, pero él, desde la lomita, dijo tajantemente: ni vengan que no les voy a entregar la pelota. Y dominó a Yordanis Samón. Nada menos que a Samón.

Vendrá alguien fresco para matar el noveno, creyeron otra vez los que de pelota saben mucho, pero de béisbol nada. Un señor llamado José Manuel Cortina, dios entre los dioses de este místico deporte, anunció lo que un mentor que pinta para grandes cosas hizo: déjenlo, él va a matar el inning. Y así fue.

Después Yulieski González, el debutante estratega que ha guiado contra los pronósticos a los Cazadores a la serie por el oro, confirmó lo que solo ven directores más allá de números y estrategias: Yo no le iba a quitar la pelota nunca, me iba a morir con él en el noveno; si perdía, que me mataran a mí, pero Erlis se merecía esa oportunidad y toda la confianza.

Con el out de Andrys Pérez, de las paradas cortas a la inicial, algunos, los humanos, vieron el fin del juego, pero en realidad, no era más que un guiño para justificar las reglas de este deporte.

Quienes solo entienden la mística que se vive dentro de las dos rayas de cal, sabían de antemano que el partido se jugó al revés, de atrás hacia adelante. El out 27 había sido el primero.

Como seguramente les sucedió a muchos, quedé esperando más elogios para Erlis en la conferencia de prensa. Porque ese juego solo tuvo un nombre, el de él. Ni el terreno, ni la suerte, ni los doble play, ni el brazo de Luis González, nada estuvo por encima del pícher ganador.

En otras circunstancias, hubiera habido letras para el grandísimo Frederich Cepeda, a quien no pudieron sacar out en sus cuatro comparecencias al bate pese a un esguince. Pero el propio Cepeda no hubiera permitido ni un elogio. Toda la gloria del mundo beisbolero este sábado cabe solamente en los picheos y el corazón lanzado al cielo por Erlis Casanova.

 

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