Acuse de recibo
Karina González Domínguez (calle 17 No. 259, entre J e I, Vedado, La Habana) se sobresaltó cuando en noviembre pasado le llegó el reporte de consumo eléctrico del mes transcurrido, por valor de ¡203,40 pesos!
Y no es para menos. No tiene nuevos equipos electrodomésticos. Su núcleo familiar es de bajos ingresos, y ni soñar con permitirse excesos. Tal es así que, por ejemplo, sus gastos por consumo eléctrico en los meses precedentes de agosto, septiembre y octubre pasados fueron de 63,20 pesos; 67,75 pesos y 57,20 pesos, respectivamente.
Así y todo, cumplieron como clientes con las cláusulas de la Empresa Eléctrica: pagar primero, y después reclamar. Pero la Empresa Eléctrica no ha cumplido con ellos, porque se han personado en las oficinas comerciales del municipio de Plaza en cuatro oportunidades, y no han recibido una respuesta satisfactoria. Solicitaron una inspección y de allí ni se han portado por su hogar.
«Luego de lidiar con un cúmulo de personas para reclamar en la puerta de la oficina —refiere—, sin una recepcionista que oriente a los clientes, nos atendió una persona insensible, que trata de justificar el consumo excesivo con explicaciones inconsistentes, como que los equipos apagados consumen, el reloj nuevo gasta más o hay que revisar los equipos por si alguno está haciendo tierra».
Y para colmo, quien fue a realizar la lectura del metrocontador a fines de noviembre, les comunicó que estaban ya cerca de los 400 pesos para pagar en este diciembre. Karina pregunta: «¿Por qué se incrementa el consumo si tenemos los mismos equipos? ¿Por qué no se orienta una inspección? ¿Hasta qué cantidad tendremos que pagar?».
Por más azares y contratiempos que la vida depare, lo que sí no puede extraviarse es la honestidad. Ello lo corrobora la insólita historia que cuenta Sara Gil Guerra, residente en el Edificio 326, apartamento 8, entre Dositeo y Carbó, en la ciudad de Holguín.
Refiere la señora que en septiembre de 2016 un hijo suyo viajó desde La Habana a Cancún, México, por asuntos de trabajo, y de México a Canadá. Y en el trayecto de La Habana a México viajaba una muchacha, estomatóloga por demás, que iba a estar en ese país por un mes, según le dijo.
La joven llevaba un maletín (cosas de uso personal) y cuando bajaron del avión el hijo de Sara la ayudó a cargarlo. Pero al entrar en el aeropuerto a él lo pasaron para Emigración y entró con el equipaje suyo y el maletín de la muchacha. Le estuvieron haciendo preguntas de rutina durante dos horas.
Cuando salió de allí, evidentemente la joven, de la cual él no tenía nombre y apellidos ni ninguna pista para localizarla, se había marchado del aeropuerto.
Y depositó el equipaje en un lugar específico que tienen algunos aeropuertos, con la esperanza de que la muchacha volviera y averiguara si le habían dejado el maletín.
Pero al volver allí como a los cuatro o cinco días para seguir hacia Canadá, ella no había recogido el equipaje. Él lo recuperó, y cuando regresó a Holguín lo trajo.
Infructuosamente buscó alternativas con personas conocidas que viven en La Habana. Y su madre, que lo ve obsesionado por devolverle el maletín a la muchacha, se aventura a presagiar que alguien que conozca esta historia del lado de allá, de parte de la viajera, podría mandarle un teléfono o un correo electrónico para contactar con ella y hacerle llegar sus pertenencias. Sara declara su teléfono fijo: 24-461242, su móvil: 52922338, y su correo electrónico sarabasilia.gil@nauta.cu.
Siempre hay personas auténticas en este mundo, que desafían hasta los controles de aduana y los imposibles por hacer el bien.