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¿Será inamovible?

Orlando Fermín De la Vega Prieto (Paquito Borrero, No. 155, entre Avenida Libertad y Calixto García, Palma Soriano) denuncia que en esa localidad santiaguera están surgiendo unos mal llamados proyectos recreativos que están perturbando la tranquilidad de los vecinos.

«Antes fue el Palma Show, afirma, que bastantes quejas recibió, y numerosos escritos en los periódicos. Ahora son los dueños de un bar llamado Bar Champion, que arman carpas y una tarima, con un potente audio en las calles cercanas, provocando molestias a los vecinos».

Señala que el ruido es insoportable; no se puede ver la televisión, comer en paz y mucho menos intentar descansar y dormir. Las carpas están pegadas a las ventanas, puertas y portales. El objetivo es cerrar la calle y cobrar la entrada para pagarle a reguetoneros que traen de La Habana. Y sugiere que hay otros lugares más adecuados para esos fines, como la plaza Donato Mármol, la plaza de La Cuba, El Chelín y el cabaret Bajo Las Estrellas, que está cerrado y subutilizado hace varios años.

«El horario es de 6:00 p.m. hasta pasadas las 2:00 a.m. durante tres y más días. Espero que esto tenga oídos receptivos en el Gobierno y el Citma, que han hecho caso omiso a las repetidas quejas. Seguimos reclamando nuestro derecho a la tranquilidad ciudadana», concluye.

Todo parece indicar que en Palma Soriano el desenfreno sonoro es un mal endémico. El 3 de enero pasado, desde allí Manuel Agustín Padrón Ramírez denunció aquí una práctica escandalosa de un trabajador por cuenta propia que con un trailer y una tarima con seis bafles grandes de audio iba recorriendo los barrios con la música muy alta desde la tarde hasta la madrugada. Y todo acompañado de venta de  bebidas alcohólicas.

Decía que, según la Dirección de Cultura municipal, eso era un «proyecto cultural». Y en los barrios, cuando les tocaba, había que vivir cerrados, no se oía la televisión y las casas vibraban por el bajo de la música. Imposible captar el sueño. «Eso, sin contar que las paredes exteriores de las viviendas se convierten en baños públicos mientras dura la estancia de este mal llamado proyecto de la casa de Cultura», concluía.

Y el pasado 3 de marzo, respondió aquí Damaris Navas Isaac, Viceintendente para los Servicios en el municipio, que los decibeles de la música allí están en los parámetros permisibles avalados por el Citma. Y añadía al propio tiempo que se verificó en varias oportunidades el actuar de los operadores, «comprobándose que en algunos momentos se violó lo establecido, aspecto que se fue trabajando para ir contribuyendo a evitar los ruidos ensordecedores».

En cuanto a horarios, decía que no comenzaba en la tarde, sino entre las 8:00 p.m. y las 9:00 p.m., y se autorizó extenderlos los viernes y sábados hasta la 1:00 a.m. y los domingos hasta las 12:00 p.m. Y admitía que muchas veces no se cumplían, por lo que se hicieron los análisis, con las medidas correspondientes.

Añadía que se consideró dicha denuncia con razón en parte, y se evaluaron con mucho rigor las quejas de la población, al punto de realizar reajustes.

Y este redactor señalaba contradicciones e incoherencias en la respuesta, algo así como que sí, pero no; y el hecho de que no se esclareciera la denuncia de los urinarios públicos en que se convertían las paredes exteriores de las viviendas durante el recorrido del llamado «proyecto cultural» (¿o «curdural»?).

También cuestioné por qué la razón «en parte» sobre la queja y en todo. Y concluí expresando: «Todo parece indicar que ese convoyado ambulante de música con bebida en cualquier esquina vulneraba la paz de los vecinos. Ojalá no se repita con el paso del tiempo…»

Y ahora, la carta de Orlando Fermín de la Vega Prieto confirma que el desenfreno musical ambulante bañado con alcohol tiene fijador en Palma Soriano. ¿Será inamovible? ¿Qué dicen las autoridades municipales? 

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