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Presidenciales (II)

Un joven profesor de la Universidad Central de Las Villas, con el que mantengo contacto desde sus días de estudiante, me pide que hable sobre los presidentes cubanos; no de su ejecutoria en el poder, sino acerca de lo que hicieron y a qué se dedicaron luego.

Hay que decir antes que, de ellos, Tomás Estrada Palma, Mario García Menocal y Gerardo Machado se mantuvieron en el cargo durante más de un período, pero solo García Menocal lo concluyó. Aunque la Constitución de 1901 facultaba al presidente a reelegirse, al continuismo de Estrada Palma se opusieron los liberales, encabezados por José Miguel Gómez, lo que dio lugar a la guerrita de agosto de 1906. Menocal, para mantenerse en el poder en 1917, dio la brava a Alfredo Zayas y desencadenó con su actitud la llamada revolución liberal de La Chambelona. A la reelección de Machado se opuso todo el pueblo.

La Constitución de 1940 suprimió el derecho a la reelección. Quedó establecido en su texto que un mandatario debía esperar por lo menos ocho años para volver a serlo. Aun así algunos lo intentaron, como Ramón Grau San Martín, que al ver  frustrado su empeño comenzó a hablar de reelección programática en la persona de otro militante del Partido Auténtico, Carlos Prío en ese caso.

El flemático Zayas, a quien, por su parsimonia, apodaban el Chino, también quiso hacerlo en 1924. Había sido un eterno aspirante. En 1908 José Miguel le ganó la postulación y debió conformarse con la vicepresidencia. Cuatro años después perdió frente a Menocal y sufriría después la brava ya aludida para llegar, ¡oh, paradojas!, con el apoyo de Menocal, a la presidencia en 1921. Hizo entonces un pacto con el exmayoral del central Chaparra. Le entregaría la presidencia en 1925. Pero llegado el momento traicionó a Menocal y se la vendió a Machado por cinco millones de pesos.

Solo dos políticos cubanos ocuparon la primera magistratura de la nación en momentos diferentes. Grau como presidente de facto, entre 1933 y 1934, y luego, como mandatario constitucional, entre 1944 y 1948. Presidente constitucional fue Batista entre 1940 y 1944 y volvió al poder, por la vía del golpe de Estado, el 10 de marzo de 1952. No se dio entonces el título de presidente. Como Prío se fue sin renunciar, se autotituló primer ministro. En 1954 haría elecciones.

Concurrió como candidato único y se adjudicó la presidencia

Un detalle curioso de la política cubana: el nombre de Carlos tiene ñeque. Lleva mal vaho. Da mala sombra. Ninguno con ese nombre logró concluir su período presidencial y todos salieron de Palacio como bola por tronera. Así sucedió con Carlos Manuel de Céspedes, hijo del Padre de la Patria, Carlos Hevia, Carlos Mendieta, Carlos Prío. Otros con igual nombre se quedaron con las ganas, como Carlos M. de la Cruz, en 1936;  Carlos Saladrigas, en 1944; Carlos Márquez Sterling, en 1958 y Carlos M. Piedra y Piedra, quien, ya con Batista fuera del país, se creyó presidente y firmó decretos e hizo llamados a la concordia hasta que el Tribunal Supremo de Justicia lo sacó de su quimera ambulatoria cuando le comunicó, justo al filo del mediodía del 1ro. de enero de 1959, que no le tomaría juramento. Fue un mandatario que no fue.

Orgulloso y tozudo

Durante cuatro días permanece Estrada Palma en Palacio luego de renunciar a la presidencia. Quiere instalarse en Matanzas, y Taft, el gobernador norteamericano interino, le ofrece uno de sus acorazados para que haga el viaje. Declina don Tomás. Un remolcador, que aborda con su familia en el muelle de Caballería, lo conduce a Regla, desde donde, en tren, llega a la ciudad yumurina. Allí el general Pedro Betancourt le busca alojamiento. Cuenta solo con un capital de mil pesos y se instala con modestia, pero debe representar su papel de expresidente y los ahorros descienden día a día. Pese a su situación financiera, devuelve el reloj de oro que la casa bancaria Speyer, de Nueva York, le obsequiara al concertar el empréstito de los 35 millones de dólares para pagar al Ejército Libertador, y que no ha usado nunca.

Pasa varios meses Estrada Palma en Matanzas hasta que decide radicarse en La Punta, cerca de Bayamo, la finca que heredó de su familia. El predio, otrora próspero, es una ruina tras 40 años de abandono, la mayor parte de los cuales permaneció embargado por el gobierno español, y que encuentra ocupado por varios campesinos que lo disfrutan por lotes a título de dueños. Vive en una casa de paredes de tabla y techo de guano hasta que logra construir una pequeña vivienda de tejas en lo alto de una loma. Quiere poner a producir la finca, dedicarla a la ganadería, pero para ello deberá antes vender su propiedad en el Central Valley, cerca de Nueva York. No invierte todo el dinero cuando lo hace. Guarda 2 000 pesos para imprevistos.

La situación de Estrada Palma es angustiosa. A él, que siempre fue maestro, no le va bien de ganadero. Los dos hijos lo ayudan en la atención de la finca, y las dos niñas se ocupan con la madre de las tareas domésticas. El propietario de The New York Herald se le ofrece para recaudar en EE. UU. dinero en su nombre. Alguien se propone para conseguir que el gobernador Magoon le propicie un destino cómodo. Otro más quiere organizar en Cuba una colecta entre los amigos ricos del expresidente. Es don Tomás orgulloso y tozudo y rehúsa cualquier intento de auxilio. De los funcionarios de la intervención, dice, no quiere nada. Nada, recalca. Y en cuanto a los amigos confiesa que  ya no tiene amigos ricos. En realidad, no tiene amigos.

Se ha hecho un juramento. No volver a ocuparse de la cosa pública. No oculta su desagrado cuando conoce la decisión norteamericana de devolver el gobierno a los cubanos. Caso singular el de don Tomás.

Nunca creyó a su pueblo con capacidad para gobernarse por sí mismo. A su juicio, solo él era capaz de regir los destinos de la Isla. Por eso fue partidario de la dependencia política antes que de la República soberana. De la anexión o  de la ocupación indefinida del país por parte de EE. UU. Con ese criterio se va a la tumba.

Llega así el año 1908. Don Tomás, que tiene 73 años de edad, está muy  enfermo y débil. Logran llevarlo a Manzanillo y después a Santiago de Cuba. En la residencia de Francisco Antúnez, en Segarra 17, lo instalan en la cochera.  Los médicos lo sacan de la gravedad, pero son incapaces de vencer su abatimiento. Apenas sale de la cama y sobreviene la pulmonía. Muere el 4 de noviembre.

Fue su deseo expreso que lo inhumaran en Santa Ifigenia, cerca de la tumba de Martí, que tanto lo quiso y admiró.

La silla de Doña Pilar

Se dice que el mayor general José Miguel Gómez, mientras fue presidente, nunca pensó en la reelección. Su mayor acierto fue el de no haberse embriagado con el aguardiente palaciego del poder. Presidió unas elecciones y su partido las perdió. La aristocracia criolla, los altos intereses azucareros y la burguesía nunca disimularon sus aprensiones por el ascenso de las masas, que ellos, despectivamente, llamaron «la chancleta», durante la administración de José Miguel.

Había que sustituir a ese guajiro espirituano de vista demasiado gorda y manga demasiado ancha por un hombre de la derecha que tenía fama de organizador y enérgico, el general Menocal.

Pero desde que salió del poder el 20 de mayo de 1913, José Miguel no hizo otra cosa que tratar de volver a Palacio. Había tomado posesión de la presidencia el 28 de enero de 1909. Fue entonces que doña Pilar Samoano, propietaria del hotel Telégrafo, donde el político instaló el cuartel general de su campaña, le regaló la silla que utilizaría durante su mandato. Fue a partir de ese obsequio que empezó a decirse que los presidentes cubanos se sentaban en la silla de doña Pilar, aun después de que el adminículo dejara de utilizarse.

En 1917 se alzó en armas contra Menocal y la victoria pareció sonreírle. Lograron los liberales dominar el territorio de la provincia de Camagüey, así como la ciudad de Santiago de Cuba. Se decía que si José Miguel, al frente de su tropa, lograba penetrar en Las Villas, zona decididamente liberal, nadie detendría su camino triunfal hacia La Habana. Perdió el caudillo demasiado tiempo, incluso bailó La Chambelona en Majagua, y el ejército se movió con más rapidez y eficacia, mientras que Menocal recibía el espaldarazo de EE. UU.: Washington no reconocería a ningún gobierno que surgiera de la insurrección. Cayó José Miguel preso en Caicaje, con su hijo Miguel Mariano y toda la escolta, y fue internado en el castillo del Príncipe. Alegraron al expresidente en su encierro de 11 meses las visitas de María Calvo Nodarse, aquella mujer que hoy todavía se recuerda por el sobrenombre de «La Macorina», su amiga íntima desde épocas mejores y que continuó siéndole fiel aun en aquellos días aciagos.

Benefició una amnistía a José Miguel y a sus seguidores. Volvería a aspirar a la presidencia en 1920. Perdió frente a Zayas. Entonces, desencantado de la vida política cubana, se trasladó a EE. UU. Murió, víctima de una pulmonía, en el hotel Plaza, de Nueva York, el 13 de julio de 1921. Sus honras fúnebres se celebraron en la catedral de San Patricio, y el ejército norteamericano le rindió los honores inherentes a su grado de mayor general y a su condición de expresidente. Llegan sus restos a La Habana en un ataúd de bronce.

Quieren, los que lo esperan en el muelle, cargarlo y llevarlo en andas, y Miguel Mariano tiene que imponerse a la multitud para garantizar el orden. Lo velarán en su casa de Prado esquina a Trocadero. Las ofrendas florales son tantas que deben colocarse en el paseo. Su entierro sería una de las grandes manifestaciones de duelo que recuerde La Habana.

Como un gran Rajá

Menocal salió de Palacio el 20 de mayo de 1921 y se fue directamente al puerto para embarcarse con destino a Europa, donde emularía las generosidades más sorprendentes de los grandes rajás.

A su regreso se dedicó al fomento de empresas azucareras. Volvió a figurar como candidato de los conservadores en las elecciones de 1924 y fue derrotado por el general Machado. Se sublevó contra este en agosto de 1931 y fue apresado a los pocos días. Lo recluyeron entonces en la Cabaña y después en el Presidio Modelo. Al salir de la cárcel fue objeto de nuevas persecuciones que lo obligaron a exiliarse. A la caída de Machado, tomó otra vez parte en la política nacional. Aspiró nuevamente a la presidencia de la República y fue derrotado por Miguel Mariano Gómez, hijo de su viejo adversario.

Lideró la oposición al régimen militar del coronel Batista, pero pactó con él en la asamblea constituyente de 1940, y se dedicó enseguida a reorganizar en un solo partido las dispersas huestes conservadoras. En esa tarea lo sorprendió la muerte, el 8 de septiembre de 1941. Falleció en la casa de Línea esquina a G, donde hoy radica la Hemeroteca de la Casa de las Américas. Sus restos fueron velados en el Capitolio.

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