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Pasión y drama entre cuatro paredes

El guantanamero Guillermo Rodríguez Méndez vive entusiasmado con lo que hace. Se hizo médico, y con 29 años se estrena como coordinador provincial del servicio de donación y trasplantes de órganos y tejidos, siendo el galeno más joven del país con esa responsabilidad

Autor:

Haydée León Moya

Guantánamo.— Tiene el encanto de los que aman su profesión y el don de ser preciso y convincente. No hace gala de su impresionante cultura médica, porque su talento es consustancial con su modestia y con su pasión por la medicina.

Nada oculta el entusiasmo que no solo con palabras revela la sensibilidad humana que se le desborda mientras habla de un semejante que, al borde de la muerte, le apretó la mano entre las cuatro paredes de ese espacio hospitalario impresionante que es una sala de terapia intensiva. O mientras recuerda los angustiosos momentos que ha vivido junto a familias que allí han sufrido el drama de un ser querido que pasó violentamente de un preocupante estado de salud al de una gravedad extrema.

Joven enamorado al fin, y formado en la ética postura del galeno cubano, Guillermo Rodríguez Méndez, el médico general integral, especialista en Primer Grado en Medicina Intensiva y Urgencias Médicas en el hospital general docente Doctor Agostinho Neto, de Guantánamo, acaba de entrar a un nuevo, pero no desconocido, escenario profesional como coordinador provincial del servicio de donación y trasplantes de órganos y tejidos. A sus 29 años de edad, desde octubre de 2019 es el más joven intensivista del país con esa responsabilidad.

Ha sido esta la entrevista más complicada y a trompicones de toda mi vida, pero valió la pena. Guille, como le llaman familiares y amigos, me habla a ratos de las complejidades de su especialidad con el mismo encantamiento con que lo hace sobre los desafíos de la medicina moderna, de la cubana en particular, y de su orgullo por ser parte de un sistema de salud que, aunque perfectible, exhibe indicadores de países desarrollados y sobresale en altruismo y entrega aquí y en cualquier parte del mundo.

—Me imagino que un médico tan apasionado como tú desde pequeño mostró inclinación por serlo…

—¡Qué va! Quería ser bombero, militar… de todo. Y hoy no me veo en otra cosa que no sea esta profesión. Fíjate si he dado vueltas, que pudiendo optar por Medicina, elegí estudiar en la Universidad de Ciencias Informáticas. Cuando terminé el servicio militar, renuncié a la UCI, cogí Enfermería, y en segundo año cambié para Medicina, por eso me gradué con 26 años de edad.

—¿Y cómo llegaste a Terapia?

—Por la verticalización, que comenzó en mi año y me parece una opción muy buena, y que consiste en que, durante el 6to. año de la carrera, en lugar de rotar por varias especialidades, lo haces en una y cuando te gradúas puedes seguir esa especialidad —la de Guillermo se llama Medicina Intensiva y Emergencia Médica—, de manera que se adelantan los años de estudio.

«En el ámbito médico mi especialidad es muy completa, pues atiende a los pacientes más graves, o sea, a personas que están entre la vida y la muerte y tú tienes que tratar de mantenerles el equilibrio (homoestasia).

«Si falla el corazón, sustituyes la función cardiaca, si los pulmones, ventilas. Es, además, muy tecnológica. Te prepara en procederes médicos y de enfermería, con un diapasón amplio de posibilidades terapéuticas, que me atraparon desde el primer año de la carrera. Se trata de una especialidad joven en Cuba y en el mundo. Su surgimiento aquí tiene una historia muy interesante».

—¿Sí?

—Comenzó en 1972 por iniciativa de Fidel. Un médico de la Sierra, René Vallejo, enfermó gravemente y se formó un equipo de especialistas del más alto nivel, y el Comandante, siempre al tanto de todo, preguntó qué había que hacer para que cualquier cubano tuviera una atención similar. Y se hizo.

—¿En la sala de terapia intensiva, cuán difíciles son las decisiones que hay que tomar?

—Siempre estamos bajo tensión, por eso las decisiones se discuten en colectivo y el intensivista finalmente llega a conclusiones en cuanto a la conducta terapéutica, por eso es el prototipo de especialidad de multidisciplinariedad.

«Aquí en la sala hay, además, un tránsito generacional casi perfecto: están en activo los fundadores de la terapia: desde el doctor Ernesto Díaz Trujillo, que es una cátedra en Cuba, hasta jóvenes como yo, que comencé hace tres años, y hasta menores».

—Imagino que hayas experimentado momentos complejos…

—Por la gravedad de los pacientes, se requieren decisiones rápidas, procederes agresivos, y aunque llega el momento en que te acostumbras, siempre estamos bajo estrés. De un momento a otro, alguien entra en paro, llega un accidente masivo, un caso obstétrico sangrando… y tienes que crecerte.

«Hay pacientes que te impactan más que otros. Aquí estuvo una muchacha jovencita con un estado de infección muy grave como consecuencia de una peritonitis. Llegó a la terapia consciente y rodeada por su esposo y sus familiares. La recibí desde el salón de operaciones. Estábamos encima de ella, y logramos entregarla estable al otro día, a las ocho de la mañana. Pero por la noche hizo un paro y no salió.

«Recuerdo que llamé al médico de guardia, que se graduó junto conmigo, y me respondió llorando: “Hermano, hizo un paro cardiaco y no salió, qué va, me quiero ir de terapia, no puedo”…, me dijo. Eso nos pasa, es muy duro».

En la relación con el paciente no pueden faltar el humanismo, el buen trato, opina Guillermo. Foto: José Llamos Camejo

—¿Media algún tipo de selección para esta especialidad?

—Debiera hacerse y con mucho rigor, y realizarse exámenes profundos que demuestren si tienes la actitud y la aptitud demostrada para ello, además del rendimiento académico. Hay quienes abandonan la especialidad, incluso la carrera, y yo me pregunto qué falló.

«Por eso digo que el rigor debe ser mayor teniendo en cuenta que cada año son mayores las matrículas. Hay que elegir a quienes en verdad lo que buscan es ser buen médico, un servidor del pueblo, un ejemplo en eso que nos enseñó Fidel, de dar todo a cambio de nada, como lo hacen muchos en otras partes del mundo».

—¿A quiénes te refieres?

—A nuestros colaboradores, que es lo más altruista que conozco en medicina. La gente hoy olvida algunas cosas, y tenemos que recordarlas, como lo que hicieron nuestros galenos, por ejemplo, ante lo ocurrido en la década de los 90, cuando un terremoto en Chile, de nueve grados, acabó en ese país. O lo que pasó en Haití en 2010, con todas sus desgracias acumuladas de país subdesarrollado y precario.

«Cuando los cubanos llegaron a Sierra Leona, por ejemplo, la mortalidad por ébola era del 90 por ciento, o sea, que por cada diez enfermos, fallecían nueve. Y nuestros médicos, al ver la situación, decían: pero cómo no se van a morir, si después de la línea roja los médicos de países desarrollados no pasaban, le indicaban a distancia lo que tenían que hacer.

«Los cubanos dijeron: no, qué va. Y pasaron la línea roja. ¿Y sabes a cuánto bajaron la mortalidad, sin los recursos que tenían allí los franceses, los estadounidenses? Al 30 por ciento. A eso es a lo que debemos aspirar, a que todos demos todo a cambio de nada. Los que fueron a combatir el ébola en África eran médicos formados, con trayectoria probada, con principios éticos elevadísimos…

«Eso es lo que debemos hacer también en el ámbito nacional. Y se hace. Hay muchos ejemplos, pues conozco a una muchacha que hizo su servicio médico en la Somanta de Pozo azul, una zona a la que se entra solo en caballos, y no te imaginas lo que hizo esa muchachita allí. Un paciente que vino desde allá me contó que un día, a las dos de la madrugada, esa  doctora, jovencita, caminó ocho kilómetros con un niño deshidratado a cuestas para llevarlo hasta donde estaba la ambulancia y luego lo trajo hasta el hospital pediátrico provincial. Se tuvo que crecer, es buena persona, muy sensible, por eso es buena como médico, y lo será aquí en cualquier lugar donde esté».

—¿Qué no puede faltar en la relación del profesional de la medicina con los pacientes?

—El humanismo, el buen trato. Nadie va al hospital porque quiere, entonces en todas partes debe haber un tratamiento humano. Si le van a extraer sangre, hay que decirle: por favor, deme su mano, será rápido.

—A veces estás ingresado, llega el médico a tu cama y te atiende, pero no lo sientes cercano, como espera un enfermo...

—Los servicios médicos y la medicina moderna tienen un reto muy grande para llegar a ese tratamiento humano del que te hablaba, porque la tecnología propicia un fenómeno que se conoce como la cosificación del paciente, y comienza cuando en una sala de ingreso le dices a tu profesor o a un «colega» a quien le debes presentar un caso: el paciente de la cama cinco… No, no es el paciente de la cama cinco, es Orestes Rodríguez Infante, ingeniero pecuario, jubilado, de 66 años de edad, padre de cuatro hijos….

«Cuando comencé la especialidad, teníamos un paciente grave, conectado a un grupo de equipos, posoperado, politraumatizado, inconsciente. El profesor Ernesto Díaz Trujillo nos observaba vigilando los equipos y preguntando, por qué, a pesar de los cuidados, tenía taquicardia. Entonces, el profesor dijo: ‘‘No han mirado al paciente, él tiene dolor por una fractura costal. Suminístrenle una pequeña dosis de analgésico”. Lo hicimos y bajó la frecuencia cardiaca. Y nos comentó: “No pueden olvidar que es un ser humano, es en quien nos debemos concentrar”».

—¿Qué otros desafíos tiene la atención médica en Cuba, según tu vivencia, corta, pero experiencia al fin?

—La medicina cubana tiene un sello de calidad y humanismo incomparables, pero es perfectible, si se pone mayor rigor, por ejemplo, para disminuir las quejas de la población. El 95 por ciento de las quejas, no en Cuba, en el mundo, se da por la falta o incorrecta comunicación, sobre todo con el familiar del paciente en el caso de la terapia.

«La comunicación fluye cuando hay una buena interacción paciente-familiar-médico, respeto recíproco, empatía, o sea, esa capacidad de ponerte en el lugar del otro. A veces, como hace poco con un estudiante de Medicina que falleció, los familiares abrazaron al médico y le dieron las gracias, porque sabían que se hizo todo lo posible.

«De qué vale, si de comunicación se trata, que le digamos a un familiar del paciente que no es médico que el enfermo tiene una hemorragia intraparenquimatosa con invasión ventricular que produce un desplazamiento de la línea media de nueve milímetros y tiene signos de…

«Puede que te creas que estás acabando, como dice la gente, y sí, puede que sí, pero el familiar no entendió nada porque lo que tenías que decirle es que el paciente presenta un daño cerebral irreversible y en cualquier momento puede fallecer».

—La medicina intensiva posee una carga muy grande, más que de traumatismo, de dramatismo, ¿verdad?

—Sí, porque el familiar percibe el peligro de muerte y entra en un estado que se llama estrechez de conciencia, y tienes que calmarlo, hacerlo entender y consentir determinados procederes médicos. Y todo sin salirte de tu casilla.

—Pero hay insatisfacciones y también incomprensiones, que no es lo mismo y puede parecer igual.

—Es muy complejo, porque es que entran a jugar muchas cosas: el tratamiento del médico, del personal de enfermería, la situación estructural e higiénica de la sala o de la consulta, y la calidad se mide en términos globales. Todo tiene que marchar bien.

—Y en el caso cubano supongo que sea más complejo por las carencias generadas por el bloqueo económico y financiero de Estados Unidos.

—Ahora mismo, no son suficientes, ni de tecnología avanzada, los equipos de ventilación en el servicio de terapia intensiva, por ejemplo. Pero aunque es una fórmula que matemáticamente no da, si miramos los esfuerzos por mantener una conquista como la salud pública, sí es real que hacemos más con menos. El día que se pierda ese humanismo, sumado a la escasez, se acaba todo, y eso no va a suceder.

—A pesar de todos esos retos por vencer, ¿qué opinión te merece el alcance de nuestro sistema de salud?

—Es asombroso cómo un país tan carente de recursos tiene una cobertura de salud como la nuestra, como pocos países del mundo la dan y, además, totalmente gratuita. Existe algo en medicina que es como su anatomía: estructura-proceso-resultados.

«Se sabe que estructuralmente tenemos problemas, y no siempre es posible mejorarlos, pero los procesos, donde es decisivo el médico y el personal paramédico y de servicio, ahí sí es posible avanzar mucho más, aunque tenemos muy buenos resultados, a pesar de que mucha gente nuestra cuestiona y yo tengo una percepción sobre eso».

—¿Cuál es tu visión al respecto?

—Que el cubano no compara nuestro sistema de salud, sobre todo en cuestiones estructurales, con el haitiano o el de cualquier otro país en desarrollo o subdesarrollado, lo hace con el de Suiza, Holanda, España, Francia... Puede que recursos tengan más, de hecho los tienen, pero hasta ahí. Siempre tomo como referencia al programa materno-infantil en Cuba. No hay un caso materno que se quede, por ejemplo, sin el antibiótico que necesita. Eso se llama justicia distributiva.

—¿Te sientes preparado para tu nueva responsabilidad como coordinador provincial de donación y trasplantes de órganos?

—Nunca estamos preparados del todo para todo. Pero sin dudas es una labor compleja, especialmente porque también requiere una buena comunicación con los familiares de los donantes.

—¿Cómo es el proceso?

—El mecanismo oficial en Cuba es que el médico de asistencia de la Unidad de Cuidados Intensivos identifica al posible donante —pacientes en coma—, y lo notifica al coordinador.

«Se forma un equipo de no menos de tres especialistas, liderado por el coordinador, y se diagnostica la muerte encefálica que es el tipo de coma más profundo, pues cuando esto ocurre se considera un cadáver, pero merece respeto. Se notifica a nuestro centro regional, en Santiago de Cuba, que ya desde antes está enterado por si se concreta la donación, y es necesario mover una logística enorme.

«Eso pasa por un momento realmente duro: darle la noticia a la familia de la muerte encefálica y solicitar su consentimiento para la donación de sus órganos. Cuando se obtiene ese consentimiento, viene un equipo de cirujanos extractores y completan esa fase. Con Santiago de Cuba se coordina solamente la donación de riñones, el resto es con el centro nacional de la capital».

—Lo más complejo debe ser obtener el consentimiento familiar…

—En esa decisión entran a jugar factores culturales, religiosos... y la satisfacción con la atención médica al paciente. Una familia que siente que el sistema no hizo lo posible por salvar a su ser querido, difícilmente accede, y es muy doloroso porque hay un niño esperando por ese riñón, por ese corazón...

—¿El donante vivo, o la familia en el caso del cadavérico, nunca sabe a quién dona y viceversa?

—No, nunca se sabe, aunque hay países en los que sí se conocen. Y se han dado historias estremecedoras, pero el procedimiento es confidencial. A partir del consentimiento de la familia, lo demás es responsabilidad del sistema de salud. Yo, por ejemplo, tengo informada a mi familia que deseo donar mis órganos, pero siempre al final su decisión es la que cuenta.

«Hay países donde la decisión se deja manifiesta en un documento legal, y creo que no es malo el mecanismo, incluso el de volverlo a incluir en nuestros carnés de identificación, porque si una persona en plenas facultades mentales, sicológicas, fisiológicas, sin coerción de ningún tipo, expresa su consentimiento a ser un posible donante, debería respetarse. Donar órganos es el acto más altruista que existe, es dar sin mirar a quién y a cambio de nada. Como la medicina misma».

—¿Actualmente cursas algún posgrado u otra labor de superación? Porque siempre estás muy ocupado…

—Sí, estoy transitando por el mejor curso de mi vida: el de ser padre. Lo malo es que las lecciones las recibo por la madrugada, especialmente cuando estoy hecho polvo después de 24 horas de guardia, pero me encanta esa clase.

—¿Y qué esperas de tu hijo, a qué aspiras a que se dedique en la vida?

—A ser buena persona. Me gustaría que fuera médico, cirujano para más satisfacción, pero en lo que decida ser, que sea bueno, apasionado. Sería mi mayor orgullo, creo que el de cualquier papá.

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