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Piedra, papel y bits

En el umbral del Ismaelillo, José Martí confiesa a su hijo: «Tengo fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, en la vida futura y en ti»

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Existe un Martí curioso, aventurero, un joven de amores tempranos, de pasiones expresadas sin cortapisa, de acucioso sondeo intra e interpersonal que soñó desde temprano un camino diáfano para mejorar el país, el continente, el mundo en que le tocó vivir.

¿Cómo hacer que el héroe baje de la piedra y se siente en el pupitre, recorra el surco, dibuje maquinarias, limpie la ciudad, asista a conciertos, elija un modo empático de hablar, vestir, conquistar, compartir ideas?

¿Cómo remover la herrumbre moral y la apatía de quienes lo prefieren quieto mármol sufrido, o tildan de sacrilegio el llevar sus ideas a un meme en las redes sociales y «rapear» la esencia de sus discursos en una esquina habanera, a la sombra de insolentes grafitis?

Casi siete décadas atrás, la juventud inquieta usó el lenguaje de las armas para no dejar morir al Apóstol en el año de su centenario. Hoy los pulgares combaten,crean tendencias, movilizan almas, y las ideas cruzan el espacio a la velocidad de las pestañas. Si los postulados martianos encuentran eco en un debate online a altas horas de la noche, como escuché decir a un profesor universitario, ¿puede alguien creer inapropiado desvelar al Maestro para que se conecte por WhatsApp y dirima conflictos éticos sin que corra la sangre? 

En el umbral del Ismaelillo, Martí confiesa a su hijo, con quien apenas convivió: «Tengo fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, en la vida futura y en ti». ¿Por qué no confiaríamos hoy en esa juventud «extraña», sumida en sus pantallas de bits, inconforme e irreverente como todas las generaciones en flor?

¿No son acaso parte de esa «vida futura» los nuevos soportes comunicativos, de los que el joven «Pepe» hubiese sido un sensato partidario, a juzgar por sus escritos sobre el desarrollo tecnológico de algunas naciones en su siglo, y por la multiplicidad de formatos en que plasmó sus ideas?

¿No resultan acaso muy útiles sus alertas para grandes y chicos sobre los cambios en el modo de relacionarse las personas a medida que las sociedades se complejizan y el voluble dinero reclama un protagonismo mayor? 

Antes se necesitaba ser un erudito para saber dónde y cuándo habló Martí de cada asunto, cómo y por qué lo trajo a colación. Llevó décadas sistematizar su obra, saber cómo evolucionaron sus conceptos sobre cada materia, qué impresión le causó cada lugar visitado por sus pies o su imaginación, qué bebió de cada fuente para nutrir su original diseño de una república nueva.

Hasta hace poco era necesario desmontar bosques y encuadernar decenas de miles de folios para que su luz llegara a cada hogar, a cada aula en lo recóndito de este archipiélago. Ahora seis millones de celulares y decenas de miles de computadoras pudieran tener ese conocimiento iconizado, interpretado, acotado en contexto, graficado en diversos patrones.

Buena parte de esos terminales permitirían además seguir el hilo de la curiosidad martiana y desplegar una, dos, tres ventanas para hipervincular saberes y entender al vuelo dónde queda la tierra de los anamitas o por qué sus reservas sobre el Congreso Panamericano parecen escritas para algunos «líderes» de hoy, por mencionar solo dos de los miles de temas contrastables en la obra del gran cronista    universal.

Aún sin visualizarlo, Martí creyó en este futuro, creyó en la utilidad de las virtudes naturales (eso que llaman decencia, pura y recta) y creyó en el mejoramiento constante de la riqueza espiritual, material e intelectual de nuestra especie. Incluso creyó en todos los hijos de Cuba, con quienes tampoco logró convivir como hubiera querido, y no puso barreras para desgranarnos su vital pensamiento sin discriminar sexos, edades o niveles.

No necesito más para creer en Martí, y no me importa visitarlo entre ceros y unos, reinterpretarlo en música, dialogar con un lienzo, con tal de hacerlo más cercano a las nuevas generaciones, urgidas de su aliento… aunque conserve, con precavida nostalgia, mi antigua colección en papel de sus Obras Completas.

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