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El mayor monumento al Apóstol es la obra misma de la Revolución

A tono con lo planteado en el 8vo. Congreso del Partido sobre el valor de la historia patria, el intelectual y profesor de la Universidad de Oriente Frank Josué Solar Cabrales, considera que «el debate constante de ideas es una excelente escuela de formación revolucionaria, mucho más efectiva que cualquier curso de superación política»

Autor:

Santiago Jerez Mustelier

Hay un Santiago que bulle más allá del calor y la algarabía de su gente. Que resuena en las paredes, muros, balcones y fachadas de sus casas. Que palpita en cada esquina y en cada héroe propio ni olvidado ni muerto. Hay un Santiago que transpira historia, leyenda, rebeldía e insurgencia, victoria…; que alza un sol abrasivo cuyos destellos arrebujan al Martí de todos, a los padres de la nación y al Comandante sempiterno.

«Santiago de Cuba constituye un reservorio de las esencias mismas de la cubanía y la cultura nacional, de las manifestaciones del carácter revolucionario e insumiso de nuestro pueblo. Ha sido una cuna mártir y heroica. Aquí se selló el fin del imperio colonial español en América Latina y el ascenso de la dominación imperialista de Estados Unidos, pero aquí también triunfó nuestra Revolución, que marcó un ejemplo y una nueva era de esperanza para los países del Tercer Mundo. Vivir en esta ciudad es una motivación permanente que impulsa a estar a la altura de esa tradición».

Así nacen, desde el amor impenitente, los sentimientos de Frank Josué Solar Cabrales por su terruño, a ese que volvió casi con 20 años, después de haber visto allí la luz, pero haber echado raíces por otros lares del oriente.

Conversar —aunque sea desde el plano virtual— con este Doctor en Ciencias Históricas, jefe del departamento de Patrimonio en la Universidad de Oriente y presidente de su Cátedra Honorífica para el estudio del pensamiento y la obra de Fidel, es acercarse a la agudeza y el rigor de ideas preclaras en tiempos de debates ideológicos encarnizados y constante delimitación de las posturas políticas.

Desde bien temprano, hay que incentivar en las nuevas generaciones el estudio de la vida y obra de José Martí para que se mantenga vivo su legado. Foto: Roberto Suárez/Archivo.

De nombre rítmico y cargado de simbolismo, concedido por su madre como señal identitaria y entrañable de tributo a los hermanos País García —cuyas vidas prometedoras ofrendadas en martirologio por la causa revolucionaria constituyen aliento permanente—, a Frank Josué lo atrapó la historia tempranamente, como pocas cosas a su alrededor.

«Arribé a ella por los caminos de la fantasía, a través de una infancia sumergida en los libros de aventuras, de novelas épicas. Estos fueron la puerta natural, en un hogar donde la historia era tema común de conversación. Luego mis héroes pasaron a ser, en vez de aquellos salidos de las páginas de Salgari y Verne, los mambises, los barbudos de la Sierra, los luchadores clandestinos, y empezaron a tener rostros más definidos: eran Martí, Gómez, Maceo, Mella, Fidel, el Che, Frank, José Antonio, y como resumen íntimo y cercano de todo ese acumulado, mi padre.

«He alimentado esta pasión también por la necesidad de explicarme mejor el presente y participar en la transformación revolucionaria de la realidad que me circunda. Mi interés no viene de un placer académico o de erudición, sino para hallar en ella lecciones y herramientas que permitan enfrentar con éxito los retos actuales», asegura.

Justamente sobre los derroteros que dibuja el horizonte cubano, y luego de la celebración del suceso político más importante del último quinquenio en Cuba: el 8vo. Congreso del Partido Comunista, emprendimos diálogo con Frank Josué para acercarnos al país que sobreviene.

—Todos tienen su Martí, ¿cuál es el suyo?

—Con Martí me pasa igual que le sucedió a Mella, experimento el mismo estremecimiento que se siente ante las cosas sobrenaturales. Debo confesar que en algún momento de mi infancia me llegó a aburrir cierto abuso de la figura y la obra de José Martí. Pero me aventuré a hacer un descubrimiento personal de su universo, a través de la historia, y quedé prendado de él.

«Debemos intentar apoderarnos de la totalidad del Maestro y su contexto, y no fragmentarlo en pedazos inconexos y abstractos. El mío es uno contemporáneo, que combate junto a nosotros y nos invita a la carga, que nos ayuda a encontrar respuestas y caminos en nuestras encrucijadas, y que también plantea interrogantes a muchas de nuestras certezas.

«Quiero a un Martí que no sea pasto de museos, loas y ritos vacíos, sino fuente de inspiración y convicciones, de lecciones y aprendizajes, autor intelectual de nuestras batallas presentes, y compañero en ellas. Lo más importante del Martí de cada uno es que nos sea útil».

—¿De qué manera seguir alimentando la ética y superioridad moral de la Revolución Cubana desde la perspectiva martiana?

—La ética martiana debe ser siempre una brújula en la actuación de la Revolución Cubana, teniendo como norte la aspiración de echar nuestra suerte con los pobres de la Tierra. Un pilar fundamental de la fortaleza y supervivencia de la Revolución es la limpieza ética con la que se ha conducido desde sus mismos inicios.

«Su altura moral, uno de los secretos de su permanencia, se sustenta en el empeño de conquista de toda la justicia y de tener como centro la dignidad plena de los seres humanos. De cara a los nuevos tiempos, la Revolución nunca podrá perder su esencia de pertenecer a los humildes y estar a su servicio».

—Usted ha escrito artículos y libros sobre la unidad a lo largo del proceso histórico revolucionario. ¿Por cuáles elementos pasa la construcción y el sostenimiento de la unidad y el consenso hoy? ¿Fue el 8vo. Congreso del Partido acicate para la renovación y sustento de la unidad?

—Pasa por entender que la unidad entre los revolucionarios no anula la diversidad de opiniones y visiones distintas sobre los caminos que se pueden seguir, y que en su proceso permanente de construcción son inevitables las tensiones y los conflictos, que podrán ser superados siempre a partir del acuerdo en los asuntos fundamentales y de que se ponga por encima de todo el interés supremo de Cuba y la Revolución.

«El campo revolucionario cubano es suficientemente amplio y plural como para no ser monocorde. En su interior coexisten diferentes propuestas sobre el socialismo, cuyo debate en un ambiente franco y respetuoso, preservando la unidad, solo puede ser beneficioso para la Revolución.

«La posibilidad de la reproducción de la hegemonía socialista en Cuba, de una renovación del consenso alrededor de nuestro proyecto social, pasa, por ejemplo, porque la experiencia de la Tángana del Parque Trillo no sea una anécdota aislada y coyuntural, sino una práctica permanente y sistemática.

«El 8vo. Congreso del Partido apuntó a esa idea de unidad revolucionaria, como ya lo hizo en ocasión del llamamiento al 4to. Congreso: “El Partido no trabaja solo con sus militantes, sino que atiende, escucha y se relaciona con todos los ciudadanos honestos, con todos los patriotas, con las diferentes corrientes de opinión dentro de la Revolución, en un esfuerzo sostenido por sumar el máximo de fuerzas a la construcción socialista”».

—¿Cómo profundizar aún más nuestra democracia socialista?

—En Cuba el poder estatal debe continuar en manos de los revolucionarios y en función de los intereses de las mayorías, pero debe socializarse cada vez más bajo el control democrático de los trabajadores y el pueblo organizado.

«Ello solo será posible a través de la movilización consciente de la fuerza del pueblo, y de su participación real y efectiva en el proceso de toma de decisiones fundamentales del país.

«Aun en medio de la hostilidad del imperialismo y de la necesidad de defendernos frente a un enemigo poderoso que seguirá empleando todos los recursos con que cuenta para vencernos, no podemos renunciar a la profundización democrática de nuestro socialismo, pues solo esta garantizará una resistencia eficaz y la conquista de nuevas liberaciones».

—A su juicio, ¿qué elementos deben caracterizar el desempeño de la intelectualidad en la Cuba actual?

—La función específica del intelectual en la sociedad es fundamentalmente ideológica y está relacionada con la generación de conciencia y de consenso. Tu pregunta me remite a la nota editorial del primer número de la revista Pensamiento Crítico, en febrero de 1967: «El intelectual revolucionario es, ante todo, un revolucionario a secas, por su posición ante la vida; después, aquel que crea o divulga según su pasión y su comprensión de la especificidad y el poder transformador de la función intelectual. Si la primera condición existe, le será fácil coincidir con la necesidad social».

—El debate y la crítica son una fortaleza para la Revolución. ¿Cómo entenderlos y articularlos?

—El debate constante de ideas es una excelente escuela de formación revolucionaria, mucho más efectiva que cualquier curso de superación política. Ese ambiente de discusión es el que mejor puede convenirnos a los revolucionarios.

«La Revolución tiene que aprovechar a favor de su proyecto a una sociedad civil socialista que surge y se articula por fuera a las instituciones y a las organizaciones tradicionales, y no tiene por qué ser lesiva a estas ni a la unidad.

«Esas nuevas formas asociativas de izquierda son una fortaleza de la Revolución y no una debilidad. La contribución al debilitamiento o fortalecimiento de las instituciones no tienen que ver con estar dentro o fuera de esas. Desde dentro, la inercia, el anquilosamiento, el burocratismo, la rutina, el formalismo, el desconocimiento de la necesidad de renovación y de darse formas y prácticas nuevas, pueden ser modos de obrar contra ellas.

«Desde fuera, con el apoyo, el compromiso y el acompañamiento, el ejemplo de nuevos modos de hacer política revolucionaria, desde la crítica comprometida y compañera, también se puede contribuir a su fortalecimiento».

—Una vez usted dijo que «la única manera que tiene la Revolución de no caerse es avanzar siempre hacia adelante, no detenerse, no «normalizarse», no dejarse secuestrar por el sentido común, no dejarse encorsetar por los límites de lo posible». ¿Cree que nuestro proyecto social muestra síntomas de avance? ¿Cómo hacerlo avanzar aún más?

—El único modo posible de existencia para las revoluciones es revolucionarse permanentemente. Esto no quiere decir que siempre se pueda avanzar, ni hacerlo al mismo ritmo. La transición socialista no es un proceso lineal, de avance continuo; su marcha depende de muchos factores.

«Debemos aprender a identificar y admitir con claridad qué constituye un adelanto y qué un retroceso, cuáles de las medidas que tomamos nos acercan al logro de nuestro ideal de liberación, y cuáles son pasos atrás obligados por las circunstancias.

«Descartado un triunfo abierto de la contrarrevolución, factible únicamente pasando por encima de la voluntad y la vida de millones de cubanos y cubanas. Nuestro objetivo no es el desarrollo por el desarrollo, sino la liberación, la igualdad y la justicia.

El único modo posible de las revoluciones es revolucionarse permanentemente. Foto: Maykel Espinosa Rodríguez.

«El desarrollo es uno de los medios para obtener esos objetivos emancipatorios. Por lo tanto, no nos interesa cualquier tipo de crecimiento económico; solo aquel que nos permita alcanzar nuestras metas. Un desarrollo económico productor de desigualdades, pobreza, exclusiones y explotación no sirve a nuestros propósitos.

«El socialismo solo puede ser verdaderamente próspero (…) en la medida en que, al mismo tiempo que desarrolla fuerzas productivas y garantiza bienestar material para todos y no solo para una parte de la población, crea nuevas relaciones sociales de solidaridad y cooperación, y un nuevo tipo de seres humanos. El socialismo debe entenderse como un gigantesco cambio cultural, no solo como mayor producción y una distribución más justa de bienes materiales».

—¿Por qué confiar en esta Cuba? ¿De qué manera mantener vivo el legado martiano?

—A pesar de algunos machetes enredados en la maleza y algunas noches sin estrellas, esta Cuba revolucionaria es la única que puede asegurar la concreción del sueño del Apóstol, la independencia nacional y la posibilidad de alcanzar un orden social cada vez más justo y humano, una vida digna y plena.

«Nuestra existencia como nación libre solo puede ser posible con un proyecto revolucionario de sociedad que no abandone o recorte sus propuestas de liberación más radicales. La libertad que disfrutamos no nos ha sido regalada, sino peleada, conquistada con sangre. El devenir de la formación de la nación cubana ha estado marcado por la lucha revolucionaria.

«Otros países han debido su independencia a evoluciones, reformas, pactos entre élites… En nuestro caso ha sido resultado de una pelea muy dura, de sacrificios, de un pueblo entero luchando por su libertad. Con ese pasado glorioso tenemos un compromiso que es sagrado: el de preservar, aun al precio de nuestras propias vidas, la libertad que costó tan caro.

«El mayor monumento a Martí es la obra misma de la Revolución. Seguir ampliando nuestro horizonte de justicia y libertad, sin entregar jamás las banderas, es la mejor manera de mantenerlo vivo y de que continúe llevando nuestro remo de proa».

El hombre sincero y el mar, pintura de Esteban Machado.

 

 

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