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El brazo extendido de Fidel

Antes de que Fidel pusiera su brazo y se convirtiera en el primer donante de sangre para los heridos por el terremoto de 1970 en Perú —una vez más, el primero al que siguieron miles—, ya él nos había enseñado que la satisfacción humana proporcionada por el compartir es, además, imprescindible para el buen vivir de los pueblos

Autor:

Marina Menéndez Quintero

 El cubano es solidario por naturaleza. Practica la fraternidad a título personal porque le nace compartir con el que no tiene; le satisface el rostro de agradecimiento del que recibe; le conforta auxiliar al que necesita.

Muchos hemos recibido muestras de esa camaradería que no solo compone en algo desde el punto de vista material; también alienta. Los momentos de apremio nos vuelven más solidarios, y eso alimenta el espíritu del que da y del que recibe.

Obrar bien, fortalece.

Esa solidaridad hace años ha dejado de ser la actitud hacia el familiar, el vecino o el amigo, para convertirse en un atributo trascendente que es principio de todo un pueblo. Y eso nos ha hecho más respetados, más admirados, y seguro, para muchos en el mundo, más queridos.

Antes de que Fidel pusiera su brazo y se convirtiera en el primer donante de sangre para los heridos por el terremoto de 1970 en Perú —una vez más, el primero al que siguieron miles—, ya él nos había enseñado que la satisfacción humana proporcionada por el compartir es, además, imprescindible para el buen vivir de los pueblos.

Aquella imagen, poco divulgada pero icónica, puede graficar bien lo que ha sido, también en esa materia, su magisterio.

De la mano de su pensamiento y su obra, los cubanos y quienes han sido objeto de nuestra solidaridad, hemos aprendido que no se trata solo de un asunto de buena vecindad.

Los golpes del destino y los que asestan, concienzuda y malévolamente los enemigos, pueden enfrentarse y vencerse mejor si se cuenta con el respaldo moral y material de los pueblos amigos.

Socorrer y compartir ha sido una enseñanza de vida que el Comandante en Jefe inculcó a los cubanos desde los tiempos de la guerra de Vietnam, en la década de los 60, cuando más de un tifón que azotó a la nación agredida por los bombardeos yanquis, fue seguido por los envíos de una ayuda desde la Isla que no salía de grandes almacenes, inexistentes; muchas veces se colectaba casa por casa.

Los niños de la época no teníamos mucho, pero las mamás nos enseñaban que podíamos donar aquella blusita, y aquel juguete también…

Llevada al nivel de Estados, esa disposición también se traduce en cooperar, que puede ser la forma más recíproca y justa de compensar las carencias de unos y otros; la manera más eficaz de complementarse y hacernos más fuertes. Ambas, cooperación y complementariedad, solo son dadas cuando existe conciencia del lugar que ocupamos en el mundo. Los pobres y agredidos, solos, resultamos menos fuertes. Es también una forma de materializar la unidad.

Los alfabetizados por el ALBA y quienes recuperaron la visión gracias a sus proyectos grannacionales, como se les bautizó, pueden dar fe de lo que esas prácticas significan. Y el ALBA fue una creación de Fidel y de Chávez que dio vida a las ideas defendidas por el Comandante en Jefe desde mucho antes. Con la impronta de su discípulo y líder bolivariano, ese singular esquema integracionista cristalizó.

Acerca de ello Fidel enseñó con el ejemplo. Y sembró mucho. Desde los primeros médicos que acudieron a auxiliar a Chile cuando el terremoto de 1960, pasando por la primera brigada médica internacionalista que acudió a Argelia en 1963, Cuba ha brindado evidencias imborrables de altruismo, en medio de la adversidad.

Esos principios también han contribuido a hacer de esta Isla pequeña una nación grande con reconocido prestigio a fuerza de justeza, rectitud de principios, hidalguía y verdad.

Ahora que el impúdico asedio de quienes quieren una reversión total, y no un mejoramiento, se ceba en la pandemia para seguir golpeando a una economía a la que se obstaculiza el andar con las medidas punitivas del imperio, la solidaridad que recibe Cuba constituye, ante todo, un acto elemental de justicia hacia una nación injusta y vilmente agredida.

Por tanto, se trata también de una actitud valiente que desafía el intento de asfixia del poderoso.

Pero las toneladas de ayuda llegadas a nuestro país en estos días desde Nicaragua, Rusia, Bolivia, Venezuela, México o el lejano Vietnam, constituyen, además, actos generosos de reciprocidad hacia quienes no escatimamos esfuerzos en favor de los otros.

Esas acciones son, también, la evidencia de que hasta aquellas naciones irradiaron las enseñanzas y el ejemplo de Fidel. Su brazo sigue extendido.

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