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El texto que hizo temblar al imperio yanqui

La Segunda Declaración de La Habana, leída en la Plaza de la Revolución por Fidel un día como hoy y aprobada masivamente por el pueblo, fue un documento de gran importancia política para la joven Revolución Socialista

Autor:

Luis Hernández Serrano

Desde mucho antes de 1959, Estados Unidos se propuso evitar que la Revolución triunfara. Y si alguien lo duda, debe saber que durante la primera intervención norteamericana en Cuba, el Gobierno yanqui ordenó eliminar de las asignaturas la enseñanza de nuestra historia. ¡Y sin la tradición de nuestro heroísmo no hubiera podido lograrse un 1ro. de enero victorioso!

También recuérdese o sépase que tras la derrota de Playa Girón en 1961, el imperialismo quiso derrocar el proceso revolucionario por diferentes vías, como en diciembre de ese año en que la mafia de Miami, la CIA, la Casa Blanca y todos los órganos de Inteligencia echaron a andar una maquinaria secreta para sacar a Fidel del poder e incluso organizaron varios complots para asesinarlo.

Una de las acciones fue, por ejemplo, convocar en el hotel-casino San Rafael, en el balneario de Punta del Este, en Uruguay, la 8va. Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la Organización de Estados Americanos (OEA), aquel engendro que la dirigencia revolucionaria llamó «el Ministerio de Colonias».

Estados Unidos —con Jonh F. Kennedy como presidente— resultó ser el verdadero organizador de aquel encuentro, y trabajaron duro para lograr la expulsión de Cuba de la OEA y el rompimiento colectivo de relaciones diplomáticas, como parte de otros planes encubiertos con que arrancar de raíz a la Revolución, aplicar numerosas medidas económicas, como el reforzamiento del bloqueo, y algunas alternativas militares.

El 19 de enero de 1962, el Gobierno estadounidense circuló una propuesta para que los Estados miembros de la OEA adoptaran de inmediato «sanciones automáticas» contra la Isla, «si el Gobierno cubano no rompe con los países comunistas en un plazo de sesenta días».

El 30 de enero de 1962, la administración yanqui ofreció dinero y promesas de todo tipo. Y una alevosa resolución para expulsar a Cuba del llamado Sistema Interamericano fue aprobada por 14 votos a favor, uno en contra y seis abstenciones.

Cuatro puntos contenía aquella resolución: La adhesión de cualquier miembro de la OEA al marxismo-leninismo es incompatible con el Sistema Interamericano, y el alineamiento de tal Gobierno con el bloque comunista quebranta la unidad y solidaridad del hemisferio; el actual Gobierno de Cuba, que oficialmente se ha identificado como marxista-leninista, es incompatible con los propósitos y principios de nuestro Sistema; esta incompatibilidad excluye al actual Gobierno cubano de participar en ese sistema nuestro, y el Consejo de la OEA y los órganos y organismos interamericanos, adoptarán sin demora las providencias necesarias para cumplir esta Resolución.

El 13 de febrero el Consejo de la OEA haría efectiva la exclusión de Cuba de esa organización. Sin embargo, el cuatro de ese mes La Habana se había estremecido por una enorme concentración popular de más de un millón de cubanos que colmaron la Plaza de la Revolución José Martí y allí Fidel leyó la Segunda Declaración de La Habana, documento extraordinario aprobado de manera masiva y totalmente distinto a la resolución colonialista imperial.

Antes hubo una Primera Declaración de La Habana, el 2 de septiembre de 1960, también aprobada en la Plaza junto a la imagen y el recuerdo de José Martí.

La Segunda, que hoy cumple 60 años, se efectuó bajo la firme premisa de que «el deber de todo revolucionario es hacer la Revolución». Y la certera afirmación de que «Esta gran humanidad ha dicho ¡Basta! y ha echado a andar, y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia».

El texto —ya una reliquia revolucionaria— planteaba lo increíble de que un pequeño pueblo de solo siete millones de habitantes, económicamente subdesarrollado, sin recursos financieros ni militares, fuera una real amenaza a la seguridad y economía de ningún país.

«Los une y los concita el miedo», proclamaba y añadía: «Lo explica el miedo. No el miedo a la Revolución Cubana, sino el miedo a la revolución latinoamericana. El miedo a que los pueblos saqueados del continente arrebaten las armas a sus opresores y se declaren, como Cuba, pueblos libres de América».

Expresaba la Declaración que «aplastando la Revolución Cubana creen disipar el miedo que los atormenta, y el fantasma de la Revolución que los amenaza. Liquidando a la Revolución Cubana, creen liquidar el espíritu revolucionario de los pueblos, porque pretenden en su delirio que Cuba es exportadora de revoluciones. En sus mentes de negociantes y usureros insomnes cabe la idea de que las revoluciones se pueden comprar o vender, alquilar o prestar, exportar o importar, como una mercancía más (…), ignorando que los pueblos son los verdaderos constructores de la historia (…) y que tarde o temprano en cada época, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce».

Tampoco conocían los yanquis que «la revolución es en la historia como el médico que asiste al nacimiento de una nueva vida. No emplea sin necesidad los aparatos de fuerza, pero lo hace sin vacilaciones cada vez que sea necesario para ayudar a un parto que trae a las masas esclavizadas y explotadas la esperanza de una vida mejor».

«En Punta del Este se libró una batalla ideológica entre la Revolución Cubana y el imperialismo yanqui (…) Cuba representó a los pueblos. Estados Unidos a los monopolios. Cuba habló por las masas explotadas de Latinoamérica.Estados Unidos por los intereses oligárquicos explotadores e imperialistas. Cuba por la soberanía. Estados Unidos por la intervención. Cuba por la nacionalización de las empresas extranjeras. Estados Unidos por nuevas inversiones de capital foráneo. Cuba por la cultura. Estados Unidos por la ignorancia. Cuba por la Reforma Agraria. Estados Unidos por el latifundio. Cuba por la industrialización de América Latina. Estados Unidos por el subdesarrollo. Cuba por el trabajo creador. Estados Unidos por el sabotaje y el terror contrarrevolucionario», proclama en una de sus partes el texto de la Segunda Declaración de La Habana.

En fin —como puntualizaba el texto que rememoramos hoy— los imperialistas nos consideraban un rebaño impotente y sumiso, pero ya tras el triunfo del 1ro. de enero de 1959 empezó a asustarse de ese rebaño gigante de 200 millones de latinoamericanos en los que advirtió a los posibles sepultureros del capital monopolista yanqui.

Fuente: Cuarenta y cinco momentos de la Revolución Cubana, selección y presentación por Julio García Luis, La Habana, 2000; Siete documentos de nuestra historia, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968; El bloqueo a Cuba, Nicanor León Cotayo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, y archivo del autor.

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