Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lo que el corazón quiere

El proyecto del Código de las Familias prioriza y protege el interés superior del menor en cualquier modelo de familia 

Autores:

Dorelys Canivell Canal
Lisandra Gómez Guerra
Laura Brunet Portela

No había pasado un año desde el nacimiento de su hija cuando Ania llenó una maleta y salió de casa. Cinco años después habla por teléfono cuando desea y visita a Lety, quien desde entonces quedó al cuidado de Maikel, su padre.

«Creí que el mundo se me venía encima, porque no te enseñan a criar solo a tu hija. Gracias a mis padres, y a mi hermana, sobre todo, que ha sido la figura materna más cercana a Lety, los contratiempos han fluido sin grandes consecuencias. Andamos muy felices porque ya la niña empezó el primer grado, es muy inteligente y le encanta la escuela», cuenta este espirituano de 36 años de edad.

Mas no olvida, junto a los temores e incertidumbres de los primeros meses tras el abandono del hogar de su expareja, las experiencias de los días en que solicitó la guarda y cuidado de su hija.

«Tuvimos que buscar testigos, documentos… dar muchas carreras que en mi opinión son innecesarias en contextos como el mío, donde no hubo una separación violenta. Ella se fue por decisión propia, lo reconoce sin problemas. Jamás le he negado que se vean, porque la felicidad de mi hija es lo principal. Incluso ya sabe marcar el teléfono y a veces sé que habla con su mamá, porque me cuenta sobre la conversación o si la va a ver a la escuela. Pero muchas veces sentí que durante el proceso legal buscaban el más mínimo detalle para no darme ese derecho, solo por mi condición de hombre.

«Por suerte hoy en Cuba se habla de un proyecto de Código de las Familias en el que ya se reconoce desde lo legal un hogar como el mío, que sí es funcional, y la evidencia es mi hija: una niña quizá con ausencias de lo más actualizado en ropas y zapatos, pero con amor para compartir».

Como la historia de Maikel, encontramos a lo largo y ancho del país otras muchas que rompen con el esquema tradicional de familias donde madre y padre juntos educan a sus descendientes, o el de madres que asumen la responsabilidad solas, como un rol histórico, por el mito de que son las más capacitadas para conducir el desarrollo de sus menores.

Las realidades de la nación son múltiples, y hoy una disposición normativa especial con rango de ley apuesta por reconocer y garantizar a muchas de esas.

«En el Código vigente se presupone que se atiende el interés superior del menor de edad, pero no existe taxativamente así, con esas palabras —explica Yhovani Reyes Castro, profesor de Derecho en la Universidad de Sancti Spíritus José Martí—. Y cuando tanto la madre como el padre están en igualdad de condiciones para decidir a quién se le otorga la guarda y cuidado, considero desde mi experiencia que sí es discriminatorio asumir preferentemente a la madre.

«En cambio, el nuevo proyecto sí habla del interés superior del menor de edad, y es más garantista porque privilegia el presente y futuro del niño, niña, adolescente… Incluso en casos excepcionales se piensa en otras figuras jurídicas, si es lo que realmente beneficia a ese menor».

José Luis y Marta Isabel, padre e hija, han fundado una familia en la que prima el sacrificio y el amor. Foto: Dorelys Canivell Canal

Ante la vida y ante la ley

Su primogénita llegó a los 20 años y poco más. Ocurrió de la forma más dolorosa posible. No fue un dolor físico, pero le desgarró hasta los huesos. Se sintió como un golpe en el alma que todavía hoy lastima.

«Mi hermana falleció en 2010 y dejó una niña de ocho años, apenas en tercer grado. Yo estaba de misión en Venezuela y regresé inmediatamente para estar con mi familia».

Así recuerda una cienfueguera el parteaguas de su vida: «Enseguida llamé al papá para platicar sobre lo que iba a suceder a partir de ese minuto, dónde la niña iba a vivir, suponiendo incluso que se iba a quedar con él. Pero dijo que estaba en construcción y, de manera verbal, me cedió el derecho», expresó.

La pequeña pasó a ser su hija, aunque la ley la llamara sobrina. La separación del padre —que debía ser temporal— se extendió. Doce años después, esta cienfueguera asegura que el progenitor descuidó sus obligaciones con la guarda y cuidado de la menor.

«Se desentendió completamente. Necesité ayuda financiera y cada vez que fui a solicitársela él nunca podía, no tenía. Nunca estuvo para ponerle una pañoleta, no iba a las reuniones de padres…

Entonces decidí acercarme a Fiscalía, buscar un abogado, y resultó que no me asistía el derecho, porque la custodia legal de la niña le tocaba a él como papá», lamentó.

Ella cuenta sin pausas la historia de su maternidad. Un entendido en leyes le desnudó, crudamente, el resultado más probable de aquel proceso extenso al que pretendió someterse hace años: en todo caso, pudiera ser la abuela la persona con más posibilidades para optar por la tutoría legal de la menor, pero tras la tragedia familiar quedó con afectaciones nerviosas.

Aunque esta madre pausó sus pretensiones legales, «para todos los efectos mi esposo y yo tenemos dos hijos, y si me lo hubieran permitido, hace más de una década ella hubiera sido oficialmente mi niña. Hace unos meses le determinaron que es epiléptica —la misma enfermedad de la que murió mi hermana— y todavía el padre no se ha preocupado por su condición de salud.

«Eso me trajo problemas, inquietudes, un montón de angustia porque nunca pude procesarlo… y así hasta el sol de hoy. Ya van más de diez años que él no tiene casi relación con su hija. Espero que ahora con el nuevo Código yo sí pueda aplicar para la guarda parental siendo la tía. Para nosotros es más que una bendición», comentó, ansiosa porque la ley respalde lo que hace mucho ellos saben y sienten en su peculiar familia.

Escuchar y respetar

Para la sicóloga espirituana Dislayne González, uno de los mayores valores del Código de las familias es que concede a los infantes un estatus jurídico en correspondencia con los postulados de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño.

«Históricamente la familia ha sido concebida como la célula básica de la sociedad y eso no cambia ahora. Tampoco quita autoridad a los tutores, sino que reconoce su trascendencia en la formación de esos seres humanos y su responsabilidad como adultos de respetar opiniones e ideas de los menores sobre la base de su maduración sicológica.

«Está claro que en las primeras edades no pueden tomar decisiones, pero sí resulta muy acertado que exista una cultura comunicativa para escucharlos —acota la también Doctora en Ciencias Pedagógicas—. A medida que crezca y gane en autonomía, responsabilidad, madurez y desarrollo sicológico, entonces ya se habrá incorporado como algo cotidiano el tener en cuenta sus criterios y valoraciones, y, por tanto, se sentirán respetados».

En Buena Vista, municipio pinareño de San Luis, viven Marta Isabel y José Luis. Hija y padre. Viven solos ellos dos, en una casita de las más humildes que una pueda imaginar, desde que los padres decidieron separarse hace ya unos siete años.

Es un hogar humilde en un barrio humilde, de los que hoy llaman en situación de vulnerabilidad, condición que se extiende hasta la propia familia, que pronto será beneficiada con una vivienda que ya tiene sus primeros cimientos.

«Ha sido la experiencia más difícil de mi vida, pero me ha salido bien», reconoce José Luis García Palacios, a quien los años le han puesto varias pruebas «duras», como él mismo asegura. «En la casa yo sabía hacer de todo, pero eso de sentarme a hablar con ella, preguntarle por distintas cosas que hasta son de mujeres…».

Y uno advierte que entre esas «cosas» están aquellas que marcan la intimidad y las dudas de cualquier muchacha adolescente y que, por estereotipos o tabúes, generalmente se conversan con la madre o una amiga.

«Pero le he dado confianza, hasta para que me traiga el novio a la casa. Aunque para decírmelo tuvo que ayudarla mi hermana», cuenta José Luis.

«Ella puede contar con su ma- má, que vive en San Juan y Martínez. Se visitan, la niña va allá y conversan…, pero al final he tenido que guapear con ella aquí».

José Luis, que trabaja en una escogida de tabaco, tiene en su andar las huellas de una necrosis de la cadera izquierda que lo llevó al salón de operaciones del capitalino hospital Frank País. Desde hace cinco años lleva una prótesis que le permite, con lentitud, ir por la vida.

«Lo más importante es cuidarla y nunca me he arrepentido de eso. He luchado para ella y hemos pasado mucho trabajo, con una casa mala, una sola cama, durmiendo juntos, pero hemos echado pa’lante y estoy muy orgulloso de la joven que es.

«Ahora he escuchado al Presidente hablar del Código y agradezco que esté para que nos proteja. Lo único que quiero de mi hija es que sea una mujer luchadora, que sepa que estamos en un país que nos lo ha dado todo. Ella va a ser entrenadora o profesora y espero que a sus alumnos mañana les inculque lo que le he enseñado».

Mientras habla de Marta Isabel, los ojos se le van llenando de lágrimas, quizá por reconocer que cuanto ha trabajado en la vida es para que esté orgullosa de su padre. Ella, que escucha atenta, también llora disimuladamente, acaso porque no esté adaptada a que un hombre rudo como él se deshaga en halagos para su niña.

La joven es hoy una muchacha esbelta y fuerte. Estudia en la Escuela de Profesores de Educación Física (EPEF) Comandante Manuel Fajardo, de Pinar del Río. A los 11 años su mamá la llevó para las captaciones y desde entonces practica remo.

«Yo tenía diez años cuando mis padres se separaron, pero me dejaron decidir y me quedé con él. Mi papá siempre ha sido mi vida», dice a la vez que rompe en llanto. «Al principio fue incómodo vivir solos, pero después todo fue fluyendo muy bien. Con mucha confianza para hablar, hasta para saber si tengo novio, si he tenido relaciones…

«Es un buen hombre, sacrificado, honesto. Todo se lo debo a él. ¡Me ha enseñado tantas cosas! Que hay que luchar, que todo es sacrificio en la vida… Hay familias como la nuestra que necesitan del nuevo Código. Y sí, nos consideramos una familia él y yo: porque convivimos, porque nos queremos».

Privilegiar el presente y futuro del niño, niña, adolescente… es una de las novedades de la nueva norma. Foto: Abel Rojas Barallobre

De hecho y derecho

La preocupación por ambientes seguros para el crecimiento de niños y niñas se encuentra en cada uno de los capítulos y artículos de la norma sometida a consulta popular hasta abril.

Reyes Castro insiste: «A veces me preocupo porque como profesional del Derecho y profesor universitario no encuentro lagunas en ese documento, que es resultado de una obra humana y por tanto perfectible.

«Pero es que nació después de años de investigaciones desde múltiples ciencias y visibiliza la diversidad de nuestra sociedad de forma sistémica e integradora. De ahí que los mismos derechos y deberes que sustentan lo referido a la filiación por procreación natural son válidos para la filiación adoptiva, las madres y padres afines o las familias transnacionales», insistió.

También Juan Armando, un octogenario espirituano, anda feliz con lo que ha leído en el nuevo Código. Desde hace cinco años no ha podido ver a sus dos únicos nietos porque residen en Alemania y su padre —un auténtico berlinés— no acepta que vengan a «beber» de sus raíces.

«Por lo menos ya se me reconoce legalmente mi derecho como abuelo de verlos. Ojalá y proceda antes de morir, porque sé que aquí encontrarán mucho amor y su visita nos hará bien a todos», les contó a sus vecinos durante una consulta barrial.

Y es que todas las garantías abrazadas a las expresiones de afecto conocidas que se perciben en la norma son hijas del carácter humanista del proyecto social cubano. Una fortaleza que prima en el Código, según afirma Delia Suárez Socarrás, socióloga y especialista del Cenesex. Algo que debe enarbolarse para explicarles a quienes no comprenden algún capítulo o se hacen los desentendidos.

«No asumirlo así es voltearles la cara a nuestros ideales de dar cabida a todas las personas en igualdad de derechos y responsabilidades desde las primeras edades», acota.

El pinareño Daniel aspira a una crianza equitativa para sus tres hijos: los dos mayores de su primer matrimonio y el más pequeño —de poco más de cuatro meses—, con quien no tiene lazos de consanguinidad.

«Sé que el niño tiene un papá, aunque durante los nueve meses de embarazo apenas apareció una o dos veces para preocuparse porque tenía sus dudas sobre la paternidad, pero en definitiva es el padre y ya está seguro de eso. No obstante, soy yo quien ha estado ahí. Si pasan los años y crece junto a mí me verá como su viejo, aunque no sea el biológico».

Casi nadie sabe en su centro de trabajo o en el de ella de esa particularidad del vínculo. No porque lo hayan ocultado, sino porque la participación de él en la vida del menor desde el embarazo fue incondicional. Supieron de la gestación a los pocos días de iniciar la relación, pero Daniel decidió formar parte de la nueva familia.

«Las noches de desvelo, las de traer un vaso de leche o de agua mientras ella le da el pecho… esas noches han sido mías. Verlo crecer cada día, descubrir las cosas que va aprendiendo, es algo que nadie nunca me podrá quitar.

«Y el nuevo Código me ampara: no se trata solo de fecundar, se trata de criar, de educar, de cuidar, de velar por él, de alimentarlo. Uno nunca sabe las vueltas que da la vida, pero tengo tres hijos y eso es para siempre». 

 

El proyecto del Código de las Familias concede a los menores de edad un estatus jurídico en correspondencia con los postulados de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño. Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

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