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El más fidelista de los fidelistas

Todas las acciones emprendidas por Raúl preludian su rol de estadista brillante, en absoluta y renovadora lealtad al hermano y jefe, y al pueblo que apoyó sus decisiones en momentos difíciles para la nación

Autor:

Juventud Rebelde

Hubo hechos que demostraron cuán lejos fue el régimen batistiano en su crueldad, y entre estos resaltan las represalias contra los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en julio de 1953.

No fue solo palabrería del tirano cuando ordenó asesinar a diez revolucionarios por cada soldado caído esa noche.  Sin pudor, la opresión sacó aún más sus colmillos y persiguió y capturó con insaciable sed vengativa, perpetrando una matanza desproporcionada incluso para los ojos del amo protector del Norte, sorprendido por la «superación» del discípulo esbirro.

Haciendo uso de inenarrables crueldades físicas y sicológicas, sus chacales hicieron correr mucha sangre inocente en días posteriores a aquella mañana de la Santa Ana, cuando la juventud del Centenario removió la apariencia del desgobierno impuesto a golpe en marzo de 1952.

A aquella masacre que la historia no olvida sobrevivió un holguinero de 22 años que junto a un puñado de compañeros desarmó a los guardias en el Palacio de Justicia santiaguero y ocupó esa posición clave, próxima a la fortaleza atacada.

En juicio amañado, sentenciaron a privación de libertad por más tiempo de la mitad de lo vivido a Raúl Modesto Castro Ruz, pena que cumpliría en Isla de Pinos hasta el 15 de mayo de 1955 en compañía de uno de sus hermanos mayores y guía de la generación martiana, y otros participantes de la sonada sublevación.

Un año después, México lo vio prepararse para zarpar rumbo a Cuba, donde continuaría la lucha armada; y tras la sorpresa enemiga de Alegría de Pío la suerte volvió a protegerlo para hacerlo avanzar hasta Cinco Palmas, donde jóvenes quijotes de contados fusiles se reorganizaron para seguir el sueño libertario a fuerza de abrazos y convicción profunda.

Al cuarto hijo de doña Lina y don Ángel los méritos no le llegaron por nepotismo, formalidades o injusticias. Su grado de Comandante fue bien ganado en la guerrilla, y reafirmó su liderazgo en el II Frente Oriental Frank País, zona bastante ignorada durante la etapa republicana, que por su firmeza y pasión logró relevancia en la geografía y la historia patria.

Siempre interesa conocer cómo la tropa que dirigió Raúl libró frecuentes combates, pero también extendió su capacidad organizativa a reuniones agrarias y faenas sanitarias y educacionales, además de tareas formativas en temas políticos, a veces postergadas por las características propias de la lucha irregular y el acecho de un enemigo profesional, pero tan vitales a la vista del jefe como dominar las armas.

Los cuerpos represivos de Batista, a partir de análisis de inteligencia militar, concibieron tácticas que pretendían dar fin a la vida de este líder campechano pero firme, oriundo de Birán, respetado por amigos y enemigos como uno de los jefes principales del Ejército Rebelde.

Pero no lo lograron, y a la vuelta de pocos años sus pasos volvieron a relacionarse con el Moncada, a cuya guarnición conminó a rendirse hablándoles de paz con palabras veinteañeras que desarmaban por la sinceridad y el ejemplo. 

Ya en Revolución, mientras se afianzaba la alianza obrero-campesina, de la que siempre fue un estudioso y defensor, enfrentó los desafíos de Girón, la Crisis de Octubre, el bloqueo, los sabotajes, la lucha contra bandidos, inclemencias climáticas, enfermedades introducidas en el país, dolorosas traiciones, nuevos intentos de eliminarlo físicamente, campañas de infundios sobre su proceder y su persona, las pérdidas de Camilo, el Che y muchos otros seres queridos…

Como integrante del Buró Político del Partido Comunista de Cuba, General de Ejército y Ministro de las FAR durante varias décadas, encabezó maniobras militares y departió con internacionalistas; pero también supervisó la construcción de policlínicos y campamentos de pioneros, bromeó con ancianas y niños en cualquier poblado de Cuba, saludó a cada jugador cuando asistía a juegos de pelota, ideó organopónicos y abogó por la medicina natural y tradicional como complemento a un sistema de salud basado en la ciencia contemporánea.

Todas sus acciones preludiaban su rol de estadista brillante, en absoluta y renovadora lealtad al hermano y jefe que le confió esa responsabilidad, y al pueblo que apoyó sus decisiones en momentos difíciles para la nación.

Para prolongar su vida por más de nueve décadas, siete de estas en un batallar incesante, conspiraron los rezos maternos y su carisma de cubano con raíz gallega; su sentido del humor; sus valores de hombre de familia y amigo entrañable; su privilegio al desposar a una gran mujer; su respeto a la ciencia con afán pragmático, y la única virtud de la que ha hecho alarde alguna vez: ser el más fidelista de los fidelistas, en Cuba y en el resto del mundo.

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