Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El misterio de Fidel

¿Dónde estaba la razón de esa confianza hacia el líder de la Revolución Cubana, que se expresaba en el cariño más íntimo y profundo y en una disposición a enfrentar incluso el mayor de los peligros?

 

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA.— En una ocasión, mientras lo veía recostado, comiendo despacio un helado de vainilla y con la mirada perdida en el tiempo, Gabriel García Márquez le preguntó:

—Fidel, ¿qué es lo que más quisieras hacer en el mundo?

La respuesta no lo pudo dejar más sorprendido:

—Estar parado en una esquina.

Una de las grandes personalidades de la Historia, uno de los líderes políticos más seguido y admirado del planeta, incluso por sus enemigos, y en un momento de intimidad confesaba que su mayor deseo era solo vivir el anonimato de la cotidianeidad.

Unos cuantos años antes, en los mismos inicios de la Revolución, turbado al ver la multitud que aparecía por todas partes con solo deslizar el rumor de su cercanía, Fidel le preguntó a Conchita Fernández, su secretaria personal, si algún día él podría pararse en una esquina con sus hijos y nietos a comer un helado, sin que nadie se fijara en ellos.

Conchita lo miró sonriente, rodeado de la gloria bien ganada y del estruendo de voces que aclamaban su nombre sin descanso, y dijo:

—No, Fidel. Ya nunca más.

***

Él era consciente de ese costo, el de perder la placidez del anonimato, y cualquiera pudiera pensar, como sus adversarios trataron de hacer a lo largo de su vida, que su existencia estuvo marcada por la soledad.

Esa idea la trataron de reiterar tanto, la tuvieron tanto tiempo al alcance de la mano y la lanzaron contra el costado más pequeño de su vida pública o personal, que con la llegada del período especial en los años 90 no faltaron las notas de prensa por cualquier lugar del mundo que echaron mano a la obra de Gabriel García Márquez para hacerlo ver como un patriarca que vivía su otoño final en medio del más firme de los aislamientos personales.

Solo que la realidad era más persistente, y cuando los viajeros llegaban a Cuba, con las ideas preconcebidas de lo que habían leído, recorrían el país para encontrar las carencias y ahogos de todo tipo, pero también para descubrir con asombro a un estadista capaz de detenerse a conversar sin previo aviso con las personas más sencillas del pueblo.

Entonces aparecía la fuerza de los hechos y ante ellos surgía un ser humano que la gente buscaba, que su nombre lo pronunciaban sin temor para fustigar los desmanes de la burocracia o sofreír las cóleras del día, que no se cohibían de mostrar su admiración cuando lo veían pasar en medio de las ráfagas de los ciclones, que llegaba de sorpresa a los lugares más difíciles y que al final, con todo lo que se dijera, el descubrimiento mayor era que las personas sencillamente lo querían.

***

¿Cuál era el misterio de Fidel? Esa pregunta se la han hecho muchos y muchos siguen sin encontrar la respuesta, aunque digan lo contrario.

En los días que sus cenizas regresaban a Santiago de Cuba, por la televisión mostraron innumerables episodios de su vida.

Muchos de ellos exhibían a un Fidel cortando caña con el rostro cubierto por el polvo y las cenizas de cañaveral.

En otros lo mostraban en reuniones de Estado o rodeado de científicos; pero había un video en la que él llegaba a un bateycito donde los campesinos jugaban a la pelota.

El asombro tenía que aparecer, porque al instante se veía a un jefe de Gobierno que se aflojaba el cinturón del uniforme y se ponía a gritar como uno más o que pedía un bate para sufrir un strike detrás de otro, en medio de sus risas y de los demás.

***

Ese era uno de sus momentos de gloria. Quizá de los menos públicos, pero sí de los más conocidos en la vida de un pueblo que los hacía correr de boca en boca.

Fidel tenía la peculiaridad de hacer desaparecer las distancias con los humildes, porque era capaz de sentir sus dolores y alegrías, y porque en vez de dar sermones explicaba y daba esperanzas.

¿Cómo podrán seguir su ejemplo aquellos que dirigen repitiendo a poses de celular que Revolución es sentido del momento histórico; olvidando también lo principal, que es tratar a los demás como seres humanos?

¿Dónde estaría en ellos, de verdad, el legado de Fidel?

***

Por esos días de luto, a muchos se les preguntó qué es lo que más admiraban de su personalidad.

Unos respondieron que su valor personal. Otros mencionaron su inteligencia. Algunos hablaron de su capacidad de sacrificio, mientras que otros reiteraron que lo más admirable estaba en esa cultura general que, combinada con una incesante capacidad de estudio, lo hacía capaz de vislumbrar las realidades más complejas que traía el futuro.

Todo eso era cierto, a lo mejor había algo más.

***

En los momentos más duros de la batalla de Cangamba los obuses caían sin descanso, día y noche, a toda hora y minuto, sobre las posiciones cubano-angolanas.

En medio de la oscuridad, los defensores lanzaban bengalas para descubrir al enemigo y en medio de los resplandores, con el parpadeo de una luz fantasmal, veían a las hienas comerse las vísceras de los muertos.

La sed eran tan terrible que tomaban agua de los radiadores de los vehículos; pero lo más grande era la certeza de que no saldrían con vida de allí.

Con esa convicción, un habanero, Jorge Morales, y tres avileños —Héctor Padrón Álvarez, Guillermo García Ríos y Luis Guillermo Pérez Rojas— enterraron sus cartas y fotos con el juramento de que quien quedara vivo se las haría llegar a los familiares.

Luis Guillermo recuerda que, junto al aullido de las hienas, las explosiones constantes lo hacía sentir con una ansiedad tremenda.

Prácticamente debían vivir agazapados, sin apenas asomar la cabeza de los refugios, con los oídos a punto de estallar y los labios reventados por la sed.

En medio de aquel infierno, uno de los jefes, el teniente Cruz, se dejó caer en la trinchera. Traía un mensaje. En él se decía que estaban al tanto de todo lo que sucedía. Que no se desanimaran, que resistieran, que se haría lo imposible por salvarlos y que ya varias agrupaciones marchaban en su ayuda.

Al final, el hombre dijo: «Y firma: Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz». Luis Guillermo miró hacia Héctor Padrón Álvarez, y vio cómo observaba en silencio el papel, mientras dos lágrimas le corrían por el rostro flaco y sucio, manchado por la pólvora y la sangre.

Allí, en esa hoja diminuta y arrugada, estaba el misterio de Fidel.

 

Foto: Tomada del sitio Fidel soldado de ideas.

 

 

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