Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Arre!

Aquel caballito de metal que mi madre compró un día hace 50 años fue el juguete más querido, el de la suerte, el mágico, el eterno

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Cuando miro mi loma, mi pequeña montaña, la de todos los días, no me lo creo. ¿Cómo me lanzaba yo por esa pendiente, temerario, con aquel caballito de metal que mi madre compró un día hace 50 años?

 Fue el juguete más querido, el de la suerte, el mágico, el eterno.

 Nunca lo esperé, fue una auténtica sorpresa. Busco aquellos ojitos, aquel día. Me tuvieron que animar a subir al quitrín, a tomar las riendas, porque quedé petrificado en medio de la sala, buscando respuestas, preguntando en el silencio si tanta dicha era acaso para mí.

 Me asía a sus crines de goma en la despeñada, daba pedalazos desesperados en los ascensos. Choqué muebles, desgarré cortinas, tracé surcos, empujé a los amigos. Me sentí rey en el corcel minúsculo.

 Cuando di el estirón, cuando fue el tiempo de cabalgar la vida en su montura, no dejé que nadie lo tocara. Algunos escogidos subieron, es verdad; pero siempre bajo mi supervisión. Resistí tentadoras ofertas, soporté burlas. Me tildaron de absurdo, inútil, caprichoso.

 Los adultos nada saben.

 Primero fue una rueda. Luego el rabo, el tornillo, el timón. El tiempo es como es. El caballito fue al cuarto de las cosas quebradas, de las cosas de ayer… pero esta mañana me despertó un relincho.

 Mi padre ha sido Merlín y ha sido Midas. Los años le han dado el toque: los contornos volvieron, el número cinco resplandeció. Adaptó nuevas ruedas, cosió viejos neumáticos. Ahora es suave, es real. El caballo ha crecido de pronto.

 No es para ti, me aclara así nomás. Ya no es tuyo. Lo que me está diciendo nos podría colocar al borde de una guerra, si no supiera que hay un príncipe en camino, que su coronación es este agosto, que se llama Marcelo. En tiempos electrónicos, un caballito de metal es un anacronismo, le digo; pero el abuelo no me oye, no se deja vencer.

 Es temprano, es el día. Tres años frente a un juguete de medio siglo. Se frota los dedos, una, otra vez, incrédulo. Una chispa en sus ojos, nos quema. Y las bridas escapan de manos del octogenario. Si las letras pudieran imitar el sonido de sus labios, si pudieran.

 ―¡Arre, caballito, arre..!

 Todos somos niños.

 Unas palmaditas en la grupa, aprieta la soga, espolea.  Marcelo mira abajo, mira la pequeña montaña, mira con fijeza. Conozco esas miradas. Hay unos deseos de lanzarse en sus ojos. Hay unos deseos incontenibles en mi garganta…

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