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Héroe salvavidas

Luis Manuel Pereda integra el grupo de Salvamento y Rescate de Pinar del Río y auxilió a casi un centenar de personas la noche que azotó el huracán Ian 

Autor:

Dorelys Canivell Canal

PINAR DEL RÍO.— La madrugada del 27 de septiembre se hizo larga para los pinareños, bajo esa angustia de quien quiere que el tiempo pase volando y mientras más lo desea los minutos parecen tornarse eternos, y hasta hubo quien no tuvo chance para pensar en sí mismo.

Luis Manuel Pereda Martínez tiene 35 años, es salvavidas e integra el grupo de Salvamento y Rescate de Pinar del Río. Para él Ian pasó en apenas minutos. «No tuve tiempo de poner los pies en el piso, fueron entre 70 y cien las personas que rescaté esa noche. De cualquier parte pedían ayuda porque la inundación fue muy rápida y a muchos no les dio tiempo salir».

Este muchacho de complexión robusta se subordina a la Defensa Civil en su comunidad cada vez que hay un evento de este tipo. Esta vez no fue diferente: «Desde temprano estábamos evacuando personas, algunas con mucha decencia me decían que querían quedarse en sus casas, que debían preservar sus cosas, y otros nada más que uno les explicaba la importancia de ponerlos a salvo entendían y nos acompañaban. En esa tarea nos ayudaron oficiales de la PNR, compañeros del Partido y de la propia Defensa Civil. Siempre priorizamos las zonas bajas y las viviendas más vulnerables».

Y Luis Manuel va narrando su historia con mucha naturalidad, mientras en el pueblo los vecinos dicen que el muchacho salvavidas es un héroe. «Tenía la orientación de quedarme aquí, de ayudar en lo que hiciera falta y la gente empezó a pedir auxilio. Alguien puede verlo como una irresponsabilidad, pero yo no me podía quedar de brazos cruzados.

«Esa noche hubo primero algunas rachas de viento y de buenas a primeras empezó a azotar con mucha fuerza. La penetración del mar fue muy grande. Aquí tenemos un canal que el agua de mar penetra por ese costado y lo que venía para acá era un río, —dice mientras señala a su izquierda—, pero también había penetración desde ese otro,—muestra su derecha— y por el frente».

Conversamos con él en uno de los centros de evacuación de La Coloma donde, asegura, el agua llegó casi hasta el cuarto escalón de la escalera que sube desde el sótano. «Los motores de los médicos que teníamos aquí tuvimos que subirlos, porque estaban casi bajo agua, incluso al otro día no arrancaban».

Lo más difícil, afirma, fue saber que la gente estaba pidiendo ayuda, socorro. «Tuve que sacar del agua a familias enteras que no se habían evacuado porque hasta sus casas jamás había llegado el mar, más otros que se habían quedado bajo su responsabilidad. Los niños no daban pie, los padres los tenían cargados y alumbraban con lámparas y linternas».

El muchacho ahora narra cómo fue todo y quien lo escucha se estremece y aún no sabe de qué manera no hubo que lamentar pérdidas de vidas humanas allí. «Mucha gente en el pueblo saben a lo que yo me dedico, y cuando me veían llegar la cara les cambiaba. Cargaba dos o tres niños y con la ayuda de un compañero de Acueducto que me ayudó en todo momento los fui remolcando hasta aquí.

«Algunas puertas no se podían abrir por la presión del agua y tuve que interrumpirlas. A una mujer que su esposo estaba trabajando aquí también, tuve que ir a buscarla a unos 500 metros, casi frente a la Industria, estaba dentro del baño y la rescatamos también. Por suerte, no tuve que sacar a nadie sin vida de los escombros, porque son mis vecinos.

«Las planchas de zinc me volaban por el lado, los tanques de los edificios se caían y lo hice bajo mi responsabilidad, —reiteró—; hubo un muchacho que quedó atrapado y hasta ese sí que no pude llegar. El camino estaba obstruido y todo era a nado de combate y con la linterna en la boca. Él pasó un buen susto, pero logró salir, porque en este poblado todo el mundo se defiende bien en el agua».

El joven, que es salvavidas en el Centro de Protocolo del Partido, visiblemente se emociona. «Fue una noche amarga, como una prueba, pero que salió bien gracias a mis compañeros y a mi profesor que me ha entrenado. Después de esto ya sé que estoy preparado para cualquier tipo de desastres que puedan ocurrir».

Tras el paso de Ian no ha tenido tiempo para descansar, su casa fue una de las que se destruyó en este poblado, pero Luis Manuel no ha parado desde entonces. Ha guiado los camiones de la recuperación y ahora trabaja en el centro de evacuación. Ser útil es lo suyo.

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