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Idilio redentor

¿Cómo era la devoción, trato y cariño de Ignacio Agramonte hacia su amada Amalia, en la manigua redentora llena de peligros y desmanes? Este 14 de febrero JR les regala anécdotas que revelan una pasión como pocas

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY.— Estamos en el mes del amor y los cortejos se asumen de múltiples maneras. La fecha es celebrada en gran parte del mundo y los enamorados, más que en el resto del año, se sorprenden con muestras de admiración y respeto.

A propósito de este día especial, dedicado al amor y la amistad, JR desea regalarles anécdotas de dos amantes que vivieron su idilio en la manigua redentora de la extensa llanura agramontina. Esta entrega forma parte de la serie Agramonte: Más allá de la leyenda, que publicamos desde mayo de 2022 en la web de nuestro diario para enaltecer la figura del mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz, de cuya muerte en combate se cumplirán 150 años el próximo 11 de mayo.

No es la primera vez que el periódico de la juventud cubana perpetúa en sus páginas la pasión de este amor mambí, pero siempre se agradece conocer al hombre enamorado que fue Ignacio y entender su devoción hacia Francisca Margarita Amalia Simoni Argilagos, quien a solo cuatro meses de contraer nupcias (1ro. de agosto de 1868), lo siguió hacia el campo de beligerancia para compartir su heroico sacrificio.

En el texto Ignacio Agramonte en la vida privada*, hilvanado por Amalia y una gran amiga del matrimonio, la excelsa escritora cubana Aurelia Castillo de González, se narran retazos de vida de estos amantes que revelan una pasión como pocas.

Cuenta la escritora que en el rancho espacioso ubicado en la finca La Angostura, en Sierra de Cubitas, donde vivían los tres matrimonios de la familia Simoni (el del doctor mambí Ramón Simoni, y los de sus dos hijas), Ignacio tuvo la hermosa idea de bautizar el lecho de amor que construiría para su esposa como El Idilio.

Y así fue: la finca, ubicada al sur de la Sierra de Cubitas (actualmente en el municipio de Esmeralda**), es una muestra ferviente de lo que sentían mutuamente. El Idilio se erigió en medio de una pintoresca huerta de árboles frutales, y en ese hogar campestre, bajo peligros inimaginables, defendieron su pasión los enamorados. Así lo afirma Castillo de González: «E idílicos, pero también heroicos y agitados, fueron los días que allí pasaron».  

Ignacio procuraba que la permanencia de su esposa en ese recinto fuera lo más confortable posible: «Él quería que, a todo trance, estuviese bonito y arreglado el cuarto de Amalia. Lo quería bien pavimentado, lo quería cómodo, y daba sus instrucciones al ordenanza, sin tomar a veces en cuenta las condiciones del lugar y del momento. El pobre muchacho objetaba que por allí no había nada… Agramonte entonces meditaba un rato… y después decía sencillamente: “Ingéniese”».  

Sus subordinados lo entendían, «lo respetaban como a un dios y le amaban como a un amigo y por complacerle le hacían prodigios, el ordenanza los hacía, y todo lo más precioso que a mano se encontraba y que en aquel caso venía a ser lo menos tosco —maderas de la huerta de un modo y maderas de la huerta de otro modo—, todo iba a hermosear el nido de aquella linda paloma», subrayó De González.

Dentro de aquel hogar campestre, podría decirse que Ignacio no era nada desconsiderado con su esposa. Todo lo contrario, pues a pesar del agotamiento que imponían las jornadas intensas en el campo insurrecto, «exigía a la esposa que reposase el tiempo que él estuviese a su lado y asumía él los cuidados domésticos, arreglando el amado retiro con la mayor minuciosidad…». 

Varios de los mitos nacidos de aquel cariño tienen que ver con sus frecuentes detalles, pues todo lo que encontraba de su gusto en medio de la manigua lo hacía llegar a su Amalia. «Y allí era el llevarle lo mejorcito que encontraba por los campos o en la huerta, cuando de sus correrías guerreras retornaba. Dos de aquellos tiernos presentes recuerda ella —Amalia— particularmente: una paloma que los últimos tiros de una refriega hicieron caer atolondrada del árbol en que se hallaba, y un hermosísimo mamey colorado».

A la paloma la cuidó y salvó, y de la fruta conservó la semilla, «que anduvo con ella en sus peregrinaciones, y después la sembró en la quinta Simoni, donde aún existe el árbol a que dio vida y donde ella reside», narraba la escritora.

Lamentablemente, con los años la planta desapareció de esa finca. El último rastro histórico que da fe de su existencia se localizó en un artículo de la Revista de la Asociación Femenina de Camagüey (RAFC), de junio de 1922, bajo el título La Fiesta del Árbol. Por la Escuela Nocturna.

Para perpetuar esa leyenda de amor, el 1ro. de diciembre de 1991, día en que se trasladaron los restos de Amalia desde la capital cubana a su natal Camagüey, la Heroína de Cuba y Presidenta Fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), Vilma Espín Guillois, plantó una nueva postura de mamey en el Patio de los Pavos Reales de la mansión Simoni, escenario donde Ignacio reveló su amor a Amalia más de un siglo atrás.

Con el tiempo ese árbol creció ¡con dos troncos! como si reviviera el amor del héroe y su esposa, una coincidencia que avivó en el imaginario local una hermosa tradición, compartida por muchos jóvenes: la de llevarles flores en el día de sus bodas. 

Sobre el respeto y la consagración que le profesó Agramonte a la madre de sus hijos, la amiga cuenta un pasaje tierno y a la vez chistoso: «Estando en un campamento vinieron a decirle que una joven recién llegada de Puerto Príncipe deseaba hablar con él. Era una de aquellas mujeres heroicas que se vieron, por centenas quizás, en las guerras de Cuba, ángeles desarmados en medio de la pelea, que se deslizaban como podían, burlando la vigilancia española para llevar auxilios, medicinas, noticias a los idolatrados insurrectos. La joven era bonita y, después de haber entregado al Mayor lo que de auxilios portaba, díjole que llevaba otra comisión que le habían confiado, para honor de ella, las señoras camagüeyanas: la de darle un abrazo. Ignacio mantuvo caídos los brazos y, rojo el semblante, se dejó abrazar; pero él ¡no abrazó!».

 

Notas:

* Este texto fue reproducido por la Editora Política, en 1990, y toma como referencias los Escritos de Aurelia Castillo de González, editados por la Imprenta del Siglo XX, en 1913-1914; con una primera emisión en 1912.

** Tomado de Juventud Rebelde (Cuando el amor llegó a Los Güiros, 14 de febrero de 2016). «La ubicación actual y exacta del lugar fue resultado de un intenso trabajo de campo, en el que un grupo de jóvenes agramontinos, junto al arqueólogo y presidente de la Fundación Antonio Núñez Jiménez en Camagüey, el periodista Eduardo Labrada», localizó y certificó, «La finca Los Güiros, situada al suroeste del río Jigüey, a 55 kilómetros al noroeste de Puerto Príncipe —actual Camagüey—, y al sureste del municipio de Esmeralda, y la cual pertenecía en aquel entonces al primo hermano de Amalia, Pompilio Argilagos».

 

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