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Por Patria hasta Santa Ifigenia

El cementerio patrimonial de Santiago de Cuba, donde descansan los restos de hombres y mujeres encumbrados de nuestra historia, cumple este mes 155 años. Con esta crónica de una reciente visita honramos ese sitio sagrado

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Una de las calles que conducen al cementerio patrimonial Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, es la muy conocida avenida Patria. En el mismísimo corazón de la ciudad, a escasos metros de la Plaza de la Revolución Antonio Maceo, nace esta arteria que, no por extraño significado, se conoce con ese nombre ideal, descriptivo hasta lo raigalmente profundo, exacto.

Por lo general las calles principales de Santiago son anchas, bulliciosas y mantienen un trasiego constante. La gente pasa a prisa en cualquier dirección y se gritan de un lado al otro como si no les alcanzara el tiempo para detenerse a conversar tranquilamente en la acera. Y no se trata de excentricismos: es la naturalidad puramente mestiza y guarosa que distingue al pueblo santiaguero.

En la avenida Patria también sucede así, aunque en menor medida. La solemnidad puede sentirse poco a poco mientras recorres los tres kilómetros del trayecto hasta Santa Ifigenia. Incluso bajo el radiante sol vespertino no se escuchan en esa zona grandes exaltaciones ni toques religiosos, como sí ocurre de manera frecuente en otros barrios de Santiago. Mucho menos sientes sonar a todo volumen desde algún portal la identitaria conga suroriental.

Si algo se respira de camino al camposanto donde reposan los restos de hombres y mujeres encumbrados de nuestra historia, es humildad en ambas orillas de la céntrica arteria. A veces resulta difícil calificar así a alguien o algo, porque el valor semántico del adjetivo humilde tiende a resquebrajarse si lo usamos de manera superflua, pero en este caso bien puede ayudarnos a describir el ambiente exacto de aquellas miradas azarosas, luchadoras del diario, y de los portales intrascendentes.

Cierto es que casi ningún lujo asoma en esta vía, donde las personas atesoran la bondad como máximo patrimonio y resaltan por su calidad humana. Y ello debiera bastarnos, y satisfacernos, porque en medio de las incertidumbres que vivimos, sostener empáticos la esperanza significa apropiarnos de la quimera posible, del sueño colectivo de salvarnos para continuar resguardando las esencias de esta Isla.

Foto: Héctor Castañeda Navarro.

En uno de los laterales de la avenida, llegando a la primera intersección, se resume bien grande en letras doradas: «La Patria ante todo»; algo que perfectamente describe el credo de los que lucharon antes de reposar en Santa Ifigenia, pero también de los que luchan en tiempo presente en las barriadas santiagueras, y donde sea, porque es cuestión de echar para alante y cuidar celosos en los días más adversos esto que somos: la Patria.

Con tal convicción llegamos al cementerio patrimonial, dejando atrás la calurosa avenida a las 4:20 p.m, cuando faltaban 40 minutos para que el camposanto cerrara sus puertas al público. Era el primer día de este febrero y, de no ser por algunos pocos visitantes, podríamos decir que Santa Ifigenia florecía solo para tres jóvenes inquietos a merced del cansancio.

Breve tiempo disponíamos para cumplir tantas expectativas sobre un lugar que, además de historia, guarda monumentalidades y genuinas obras de arte talladas en granito y mármol. Este es el segundo cementerio en importancia del país, después del habanero Colón, y es donde descansa para este pueblo el ideal rotundo de la libertad. Nada más poner un pie dentro lo recuerdas, bajo aquel silencio que apenas se quiebra cada media hora con el sonido grabado de las campanadas que anuncian el solemne cambio de la guardia de honor a los Padres Fundadores de la Patria.

Lo primero que resalta, incluso a varias decenas de metros antes de llegar, es una enorme bandera cubana que prácticamente en ningún momento detiene su ondear. Ella constituye el símbolo máximo de nuestras luchas soberanas y su sombra cobija a todos, sin importar fronteras, bastan la sangre y el afecto como auténtica razón para sentirnos dignos de su cubanía.

Foto: Héctor Castañeda Navarro.

Muy próxima a su sombra inquieta está la senda donde descansan los restos de los patriotas más significativos en los últimos tres siglos: cuatro nombres que marcaron la suerte de esta Isla, y aún la conducen con su ejemplo.

Tras ellos, Santa Ifigenia se presenta imponente al visitante y hace que te mantengas alerta a los más mínimos detalles. Sucede, sobre todo, cuando topas con el monolito de 49 toneladas que lleva al centro en letras de bronce, tan sencillo como la figura del revolucionario que la honra, el nombre inclaudicable de Fidel.

Justo allí debe uno romper la leve inercia del recorrido y buscar, con la vista fija en la roca que simula toda la gloria escondida en un grano de maíz, aquella perentoria respuesta. Ya lo comentaba: el simbolismo que legan esos seres con sus acciones los envuelve en una mística rara, sacrosántica.

A Fidel no le hacemos reverencias estériles. A su tumba vamos esperanzados, buscando una y otra vez, hoy desde la espiritualidad, ese acertijo óptimo que indique la ruta correcta.

Con discreción, como quien no pretende romper la línea de lo imperturbable, se acerca a los visitantes alguna que otra persona e indaga desde qué rincón del país o el planeta llegan. Y la verdad da igual si eres habanero, matancero, artemiseño, o si tus raíces están en otra región mar afuera: solo preguntan por formalidad.

Tal vez se trata de números, de estadística pura, digo yo. En un final, todos llegan sin importar distancias porque sienten el deber moral, la inquietud y el compromiso de reverenciar a quienes han entretejido nuestro credo e identidad. No es cuestión de ideologías (aunque también), sino del valor y el peso simbólico que llevamos en nuestras espaldas.

Así pasa cada día con decenas de personas entre extranjeros y cubanos, miles cada mes, que vienen a este cementerio patrimonial santiaguero a ver más allá de la piedra y agradecer la obra de estos gigantes revolucionarios.

Foto: Héctor Castañeda Navarro.

Me comentaba uno de los responsables del cuidado del monolito que allí no faltan las rosas blancas ni las emociones, porque la gente casi siempre expresan su gratitud con franqueza, sin tapujos. Entre los fieles visitantes asiduos, reveló, se encuentra la campañera de vida del Comandante en Jefe y el hermano menor del líder cubano, su amigo y mejor sucesor.

«Raúl viene a menudo y está un rato a solas, recorre luego el cementerio y rinde homenaje a sus compañeros, a los héroes. Y lo mismo hace Ramiro Valdés», relata.

Quizá sea esta una digna expresión de coherencia y fidelidad a la obra que  juntos construyeron. Y también de respeto hacia aquellos que iniciaron el camino independentista y cayeron en el largo y difícil sendero hacia la libertad.

Santa Ifigenia reúne toda la dicha creativa con apenas unas letras encrustadas en mármol. Basta leer Martí, Céspedes, Mariana, Perucho, Frank, Hart y muchos otros nombres para entender en realidad qué somos. Cada pocos metros descubres una bandera, una tarja, y aquella frase profética que se repite: La Patria ante todo. Y no existe, quizá, mejor prespectiva de vida cuando viajamos a nuestras raíces. Por la calle Patria llegamos a Santa Ifigenia, y por Patria regresamos.

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