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El Curita, arrojo e intrepidez

Sergio González López, «el Curita», fue mucho más, una real pesadilla para la dictadura batistiana que lo asesinó el 19 de marzo de 1958

 

Autor:

Pedro Rioseco

Muchos jóvenes han oído su nombre por el parque homónimo en la esquina habanera de Galiano y Reina, donde en su pequeña imprenta reprodujo La Historia me absolverá, pero Sergio González López, «el Curita», fue mucho más, una real pesadilla para la dictadura batistiana que lo asesinó el 19 de marzo de 1958.

La imprenta de la antigua Plaza del Vapor se convirtió en un hervidero revolucionario y el 30 de noviembre de 1957 el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) asaltó y clausuró el local. Por cuestión de segundos y gracias a los reflejos que siempre tuvo, Sergio pudo escurrirse entre los establecimientos de algunas amistades para escapar, pasando entonces a la clandestinidad total.

Del que fue jefe del grupo de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) en La Habana y que organizó la Noche de las cien bombas han trascendido numerosos relatos de sus compañeros de lucha. En mayo de 1957 fue apresado en la calle Sol y Egido y torturado salvajemente, por lo cual quedó sordo del oído derecho, pero nada pudo doblegar su firmeza. Encarcelado en el Castillo del Príncipe, organizó una huelga de hambre en protesta por los presos del asalto al cuartel Moncada en Isla de Pinos y escapó de forma espectacular el 22 de octubre de 1957 junto a diez compañeros, durante la visita de familiares, saltando por el muro reservado a las visitas de los abogados defensores.

Dirigió los grupos armados del M-26-7 en la capital desde su audaz fuga, y solo dos semanas después, con un pie fracturado tras lanzarse por una ventana de un segundo piso en una casa del Vedado, para huir de un cerco policial, ordenó a su médico ponerle un tacón a la bota de yeso y organizó así una operación que la población calificó como la Noche de las cien bombas. Más de 200 combatientes participaron en la operación, entre los que consiguieron y transportaron la dinamita, los detonadores, confeccionaron las bombas y las colocaron. Sergio controló en
todos sus detalles la operación,
caminando con su pierna enyesada. Insistió en que no podía haber una sola persona herida por esa masiva acción, y así ocurrió. El impacto en la capital fue trascendental.

También Sergio dirigió el sonado sabotaje a los tanques de combustible de la refinería norteamericana de la Esso Standard Oil, asociada a la Shell británica, cuya negra humareda durante varios días mostró a los habaneros que la lucha se reactivaba. Organizó el sabotaje a la conductora del acueducto, la destrucción de documentos financieros en la Cámara de Compensaciones y el boicot a unidades de la empresa eléctrica y otros lugares.

El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, conociendo del peligro que corría su vida cada día en la capital, envió desde la Sierra Maestra a Moisés Sio Wong, quien fue general de brigada luego del triunfo revolucionario, a ordenarle que debía abandonar la capital e incorporarse al Ejército Rebelde. El 11 de marzo de 1958, pocos días antes de su asesinato, Sergio se reunió a solas con Sio Wong en el parque del cine Mónaco, y le pidió que transmitiera a Fidel que respetaba sus órdenes pero que,  consideraba que su deber y su lugar de combatir estaban en la ciudad que conocía.
Tenía todo preparado para que el 19 de marzo de 1958 comenzara una cadena de acciones, alcanzar el clima de insurrección y después llamar a la huelga general que se preparaba. Una contraorden obligó a posponer la fecha. Toda la mañana del día 18 la invirtió en informar de ello en las casas donde aguardaban los diferentes grupos, y la visita a la casa de la calle K no estaba en los planes de ese día.

«Para ahí, voy a ver a esta gente un momento», dijo al combatiente que manejaba cuando pasaron frente al apartamento 7 del número 420 de la calle K, y no aceptó que lo acompañaran. Salió desarmado y dijo que no se demoraba, sin saber que desde la noche anterior ese lugar estaba tomado por la policía.

Por uno de sus victimarios se supo que en la madrugada del día 19, el Curita —llamado así por sus más de diez años en el seminario hasta que conoció a la futura madre de sus hijos, comprendió que no tenía vocación para el celibato y abandonó la intención sacerdotal— fue asesinado, pero antes lo llevaron en un auto en mal estado a l reparto Altahabana y ante la inminencia de su fin, se abrió la camisa ensangrentada y los retó: ¡Tiren, tiren que aquí hay un hombre!

 

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