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Sobreviviente del odio

Ramón Pez Ferro fue el único sobreviviente de los hombres que ocuparon el hospital Saturnino Lora de Santiago de Cuba. Participar en aquel trascendental suceso, con solo 19 años de edad, avivó más su espíritu de lucha y fueron muchas las acciones en las que estuvo posteriormente

Autor:

Adianez Fernández Izquierdo

Ideales de justicia social motivaron a Ramón Pez Ferro, con solo 19 años, a participar en el asalto al Moncada el 26 de Julio de 1953. El joven, natal de Candelaria y luego radicado en la Villa Roja, era alumno de 4to. año del Instituto de Segunda Enseñanza de Artemisa.

«Los jóvenes de Artemisa nos pronunciamos de inmediato contra Batista. Por esa época yo era miembro del ejecutivo municipal de la Juventud Ortodoxa y además perfecto guía de la Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad, perteneciente a la Logia Masónica Evolución», recordó al entrevistarlo.

Su trayectoria revolucionaria fue aval suficiente para que José Suárez Blanco lo incluyera entre los miembros del movimiento que se gestaba en torno a Fidel. «Tuve el privilegio de pertenecer a esa célula central de la que derivaron otras. Por mi posición en la logia usaba fácilmente el local sin despertar sospechas. En una ocasión sostuvimos allí un encuentro con Fidel. Para mayor discreción, esa noche dispusimos del templo masónico y apagamos las luces. Solo encendimos los tres bombillos del ara.

«Conocimos, por Fidel, los objetivos del movimiento. Explicó que nos proponíamos derrocar la dictadura y cambiar la situación de corrupción, entreguismo y descomposición que reinaba en el país. Éramos un movimiento de obreros, trabajadores y campesinos que anhelaban un mejor futuro.

«Semanas antes nos citaron para el apartamento de Abel y Haydée en 25 y O, en el Vedado, y el propio Fidel indicó que realizaríamos un entrenamiento especial, de varios días, y que debíamos preparar condiciones en casa para evitar sospechas».

Allí reconoció cómo se organizó el movimiento en Artemisa. «Ese día, al llegar a casa, tuve la seguridad de que aquella salida implicaba la acción armada para la que tanto nos habíamos preparado. El 24 salimos para La Habana. Fui a un bar cafetería en Zapata y 23, hasta aproximadamente las 11:00 p.m., muy discretamente, sin hablar entre nosotros. Una hora más tarde salimos en unos automóviles, con rumbo desconocido.

«El chofer solo nos dijo el destino cuando entramos a Oriente. Aunque no sabíamos el objetivo exacto, teníamos plena confianza en la dirección y estábamos dispuestos a seguir adelante, lo cual quedó claro en la Granjita Siboney, cuando cada uno conoció detalles».

Como parte del grupo dirigido por Abel Santamaría, Pez Ferro debía tomar el hospital Civil Saturnino Lora. «Nunca nos llegó la orden de retirada y combatimos hasta que se acabaron las balas. Entonces nos reunimos en el vestíbulo a analizar la situación, y fue cuando un veterano de la Guerra de Independencia se nos acercó y pidió un arma. Le explicamos la situación y se ofreció a colaborar. Entonces Tomás Álvarez Breto, vecino mío, le dijo que me hiciera pasar por su nieto.

«La idea de Tomasito me parecía rara, pero el veterano accedió. Incluso teníamos cierto parecido, y yo aparentaba menos edad. Me deshice del uniforme, y me senté al lado de la cama. Ni se fijaron en mí. Me marché de allí, en medio de una ciudad desconocida, revuelta y llena de asesinos sedientos de sangre por las calles».

Sin dinero, recuerda que vendió algunas prendas para comprar un pasaje y una señora lo ayudó a llegar a casa de su abuela, en Marianao, pero ya los esbirros sospechaban de su participación en el asalto.

«Como a cada rato mi padre me hacía la visita, lo siguieron un día y me detuvieron. Fui a juicio, pero Fidel nos orientó a algunos negar la participación, y como no tenían pruebas, salí absuelto, aunque en el juicio elogié la actitud de los asaltantes y al preguntarme si hubiera accedido a participar en la acción, de haberme hecho la propuesta, contesté afirmativamente».

Participar en el asalto al Moncada avivó su espíritu de lucha y fueron muchas las acciones en las que intervino posteriormente, de ahí la persecución constante a que fue sometido; estuvo preso, fue golpeado y hasta debió tomar el camino del exilio. El triunfo lo sorprendió en Estados Unidos.

Entonces Pez Ferro regresó a Cuba, para participar en el programa de transformaciones. Aunque ya no vive en Artemisa, cuando ha regresado al barrio La Matilde, una andanada de recuerdos le vienen a su mente. Allí comenzó y se gestó todo. Allí convivieron sus hermanos de lucha: Julito, Ramiro, Álvarez Breto, y es allí precisamente donde descansan los caídos, esos a quienes no ha podido olvidar.

 

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