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Monumento en el alma nacional

¡Llegó Fidel!, fue tantas veces escuchado, después de su primera vez a la tierra del Yayabo, el 6 de enero de 1959, que la memoria colectiva ha sabido erigir cada anécdota en lo más alto de sus altares

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Ha llovido bastante desde la última vez que las colosales botas aferradas al pantalón verde olivo pisaron Sancti Spíritus. Y aún su imagen estremece, impacta. Como bálsamo urge volver a sus muchas lecciones dejadas aquí, nacidas en su mayoría del sonido de sus manos.

¡Llegó Fidel!, fue tantas veces escuchado, después de su primera vez a la tierra del Yayabo, el 6 de enero de 1959, que la memoria colectiva ha sabido erigir cada anécdota en lo más alto de sus altares.

Y si alguien lo duda que camine los escuálidos trillos escoltados de las casitas de barro del poblado trinitario de San Pedro. Por ahí transitó en 1971. Dio la mano a sus vecinos. Preguntó por el acceso a agua potable, a la educación, sobre la vida toda.

Tras su partida de ese sitio tierra adentro, no demoró en llegar a ese poblado, en su mayoría descendiente de la comunidad esclava del Valle de los Ingenios, una planta eléctrica Skoda, un jeep para trasladar a los enfermos, cuatro televisores para ubicar en lugares públicos.

Vivió en carne propia el estremecimiento por el encuentro con Fidel, Manuel Pérez, el puentero mayor, el mítico constructor espirituano de más de 150 viaductos. En reiteradas ocasiones estrecharon más que las manos bajo el sol, en plenas obras. No hubo tiempo para formalismos, el Comandante en Jefe preguntó detalles tanto de la ejecución del puente sobre el río Zaza o cómo había sido posible levantar en corto plazo el paso peatonal sobre el legendario Yayabo.

De los hombros, sostenes de los rombos negro y rojo, con la estrella al centro, custodiados por las ramas de olivo, conoció de cerca el reportero Rafael Daniel. Logró entrevistarlo en cuatro ocasiones. Si no es un récord, seguro que en cuestiones periodísticas fue un buen average. Su osadía y desenfado se convirtieron en las mayores fuerzas de su firma.

En ninguna tuvo cuestionario previo y de una de ellas, ante la observación del Legendario del Tiempo de la mala calidad de la cámara que le grababa, el colega espirituano sugirió la importancia de contar con un telecentro. A la vuelta de 25 años, Centrovisión regala su señal desde los Olivos, en la cuarta villa de Cuba.

Algo similar sucedió mucho antes en Meneses, una comunidad al borde de la carretera que lleva hasta el municipio de Yaguajay. En un recorrido, uno de los vecinos que lo interceptó en el parque de la localidad, le recordó la promesa de Camilo Cienfuegos de que allí se construiría una escuela. El 15 de septiembre de 1971, regresó y para su sorpresa encontró uno de los planteles más grandes del centro del país.

«¿¡No se les habrá ido la mano a los constructores!?»; relatan que a seguidas comentó: «No, la escuela que prometió Camilo tiene que ser así». Dejó así inaugurado un centro que inmortaliza al Héroe del sombrero alón.

Por ahí siguen vivas también las historias de sus muchos recorridos por el entonces plan Banao con producciones de uvas, cebollas... Se resguarda con orgullo el histórico año 1989, cuando le dio la vuelta prácticamente a toda la geografía espirituana para conocer de sus avances y sugerir cómo destrabar los nudos que impedían ganar un paso más acelerado en la construcción de la entonces joven provincia.

Marcaron su agenda Taguasco, Cabaiguán, Jatibonico, Yaguajay, donde después de escuchar de los mágicos poderes de las aguas de Los Lagos de Mayajigua salpicó con su criollismo el diálogo con los presentes: «Me han hablado de agua; pero no me han brindado ni un vaso». Hasta el lomerío fomentense ascendió en aquella ocasión. Auscultó el recién nacido programa del médico y enfermera de la familia.

Son estos algunos de los trazos del paso de Fidel por Sancti Spíritus, del diálogo con la gente que encontró sin preguntar títulos, ni apellidos de abolengo. Y aunque sí ha llovido bastante, cada una de esas historias y lecciones nos confirma que su entrega y gesto de humildad para el bien colectivo son los más sólidos sostenes del más honorable de los monumentos: el que se lleva en el alma de toda una nación.

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