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Dixie Chicks: triunfales, auténticas y peligrosas

Tres chicas texanas de gran éxito musical por estos días son tildadas por los círculos más recalcitrantes de EE.UU. de antipatriotas, traidoras y filoterroristas

Autor:

Pedro De La Hoz

Tres muchachas texanas viven este verano del 2006 un segundo momento de gloria en los predios de la industria anglosajona del espectáculo. Se trata, desde luego, de un hecho comercial —el ascenso a mediados de junio al primer lugar de la lista de los 200 álbumes más populares en Estados Unidos— que se refleja con intensidad en la publicidad mediática —portada en la revista Time, comparecencia en el estelar programa 60 minutos de la cadena de televisión CBS—, todo lo cual, a su vez, se revierte en mayores niveles de venta.

Pero a las Dixie Chicks (Natalie Maines, Emily Robinson y Martie Maguire) y su álbum Taking the long way no se les debe medir estrictamente con el rasero del mercado. Si en el 2002 eran las flamantes protagonistas del exitoso disco Home, multilaureado en los Grammy y se les tenía como las consagradas intérpretes que habían sellado el compromiso de la country music con los aires roqueros de la época, cuatro años después la respuesta pública ante su arte se vincula con el respeto y la admiración que despiertan sus consecuentes actitudes éticas y estéticas después de padecer una de las más devastadoras campañas que haya sufrido un colectivo artístico en la era Bush.

Todo comenzó cuando en marzo de 2003, en medio de un concierto en Londres, Natalie Maines, vocalista del trío, con la mirada espantada por la sangrienta ocupación de Iraq por las tropas norteamericanas y sus aliados, expresó ante el auditorio: «Me avergüenza que el Presidente de Estados Unidos sea de Texas».

Ello bastó para que en los círculos más recalcitrantes de EE.UU. se desatara una campaña contra las muchachas, tildadas de antipatriotas, traidoras y filoterroristas. El periodista Nick Hasted, del diario británico The Independent, recordó en estos días cómo «un grupo que había vivido en el corazón de la vertiente más conservadora del pop y vendido decenas de millones de discos se vio amenazado de pronto con el ostracismo comercial; en un clima de rabioso patriotismo, Maines recibió inclusive amenazas de muerte, que la obligaron a mudarse de su Texas natal a Los Ángeles».

No creo exacta la filiación pop y conservadora que atribuye el cronista a las Dixie Chicks de aquellos momentos. Recuerdo haber seguido muy de cerca la saga de la gira emprendida entre junio y diciembre de 2000 por 80 ciudades norteamericanas bajo el título The fly tour. Detrás de las multitudes que aplaudieron las presentaciones, y del lógico magnetismo incrementado por las actuaciones especiales de campeones de la country music como Willie Nelson, Patty Griffin, Joe Ely y Ricky Skaggs, se hallaba la realidad de un concepto que reivindicaba el estilo bluegrass, más allá del gueto folclórico, como parte sustancial de la música viva popular norteamericana.

Lo que sí fue cierto, y con ribetes brutales que trajeron a la memoria la histeria macarthysta, fue la demonización de las jóvenes artistas. Eso sí, no estuvieron solas en la caldera del diablo: actores como Tim Robbins, Susan Sarandon, Danny Glover, Viggo Mortensen, Ed Asner y Ben Affleck; cantantes como Moby y Barbra Streisand, y cineastas como Martin Scorsese y Spike Lee fueron sindicados entre los malos patriotas, porque, como las Dixie Chicks, manifestaron vergüenza por la agresiva política exterior de la administración Bush.

Las muchachas siguieron en sus trece. Lejos de abandonar la línea musical que cultivan y defienden, perfilaron un repertorio mucho más sólido, sin ceñirse a los tópicos sonoros que las hicieron famosas, el cual se advierte en las piezas del nuevo álbum. Particularmente recomendables son Not ready to make nice, So hard y Voice inside my head. Tampoco se achicaron ante los ataques. Al remontar su carrera y aparecer hace apenas unos días en el mismo escenario británico donde la Maines exteriorizó su postura antibélica, ratificaron su repudio a la aventura guerrerista de sus gobernantes.

Mary Robinson explicó a la prensa europea qué las animó a no perder la senda: «Al ver cómo mucha gente no quería que pidiéramos perdón, sino que querían ver como nos humillábamos y arrastrábamos, todo eso nos devolvió el fuego interno para volver al panorama musical como si fuéramos novatas, porque ahora tenemos que volver a demostrar lo que valemos».

La más incisiva Martie Maguire fue concluyente: «Yo prefiero tener un pequeño grupo de partidarios que nos entiendan, que crezcan con nosotros así como nosotros crecemos, y que son seguidores para toda la vida, que personas que tienen nuestro disco junto a los de Reba McEntire y Toby Keith [...] Nosotros no queremos ese tipo de seguidores».

La McEntire criticó públicamente a las Dixie durante la presentación de los premios a la country music en el 2003. A raíz de los atentados del 11-S, Keith, quien encarna la imagen del vaquero troglodita que se harta de chuletas de buey, difundió una canción titulada Red, white & blue, en la que instaba a patear el trasero a los enemigos del imperio. Una buena cantidad de bombas lanzadas por las Fuerzas Aéreas norteamericanas en su agresión contra Afganistán llevaban una inscripción alusiva a ese tema musical.

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