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De la abuela perversa y la virgen torturada

La más reciente telenovela que llegó a nosotros por Cubavisión tropezó al principio con escasa acción dramática y exceso de pausas y puntos muertos, mientras se alejaba, a veces demasiado, del retrato verista y cotidiano que prometía el título

Autor:

Joel del Río

Aunque parezca imposible para algunos elitistas, los personajes propios del melodrama clásico son saboreados con fruición por el espectador cubano, incluso cuando transcurrieron más de 70 años del estreno radial de El derecho de nacer, escrita por el reconocido Félix B. Caignet. También relacionada con el tema de la maternidad frustrada y los hijos extraviados, la célebre radionovela mantuvo en ascuas a los radioescuchas cuando don Rafael del Junco padece un ataque cardiaco justo en el momento en que iba a revelar la identidad real de Alberto Limonta. Es evidente el parecido con la ansiedad que ocasionó El rostro de los días durante el período en que Lía intentaba vencer sus miedos y revelar la identidad del violador.

Lía (encarnada con sorprendente solvencia por Liliana Sosa) viene a ser la virgen torturada que mencionamos en el título, y constituye uno de los vértices del triángulo de personajes femeninos de filiación melodramática, sobre el cual se asienta la mayor parte de la estructura de la telenovela que llegó a nosotros por Cubavisión, con dirección general de Nohemí Cartaya, y codirección de Rafael «Felo» Ruiz.

El argumento de Ángel Luis Martínez Rodríguez, quien también escribió el guion junto con Serguei Svoboda, retoma a conciencia ciertas invariables del melodrama como la jovencita martirizada; la mujer mayor, maligna y trastornada por el resentimiento o la culpa (Daisy Granados, siempre inmensa, sobre todo en escenas en que se acudía a su expresividad y espontaneidad, y se olvidaban del esquematismo de su personaje, con sus larguísimos y reiterativos parlamentos), y la médica Mariana (asumida con cierta distancia, no siempre funcional, por Roxana Broche), que además de la responsabilidad de su profesión heroica, enfrenta los sinsabores de la infidelidad, la añoranza de la maternidad y un pasado misterioso, ligado nada menos que al secreto del abandono de su madre biológica, y de sus padres adoptivos.

A la plausible asimilación del melodrama (el lector avezado habrá descubierto que tal etiqueta carece por completo, en esta crítica, de matiz peyorativo) obedece, creo yo, el tremendo éxito de que ha disfrutado la telenovela, cuya historia se inspira en casos reales, y que acontece mayormente en torno a un idealizado hogar para gestantes con factores de riesgo.

Aunque algunos se empeñen en colocar al crítico como enemigo jurado de los creadores, me cuento entre los primeros en celebrar el triunfo, la capacidad y habilidad del equipo, desde los realizadores y guionistas hasta el último de los implicados, en convencer a la mayor parte de nuestro público con situaciones dramáticas poderosas, cuyo interés entre nosotros pudo sobrepujar con creces a la irritantemente aburrida, y pomposa, competidora brasileña (A través del tiempo).

Sin embargo, a pesar de la sugerente presentación, dirigida a mostrar la evolución de las familias a lo largo del tiempo, con todo y la buena música seleccionada, y la dinámica visualidad resultante de la grabación en exteriores, El rostro de los días tropezaba al principio con escasa acción dramática y exceso de pausas y puntos muertos, mientras se alejaba, a veces demasiado, del retrato verista y cotidiano que parece prometer el título.

Porque la exacerbación que reclama el sustrato melodramático (locura, abandonos, violaciones, triángulos amorosos, hasta espíritus salvadores en el último minuto y llegados del más allá) parece entrar en pugna con la textura más realista, coherente y cotidiana de un seriado que intenta, a veces en vano, identificar y describir la soledad, las pérdidas y los traumas que hacen a estas mujeres ser quienes son. Me refiero a ellas porque sus personajes resultan, en esta telenovela, mucho más fuertes, impactantes y mejor construidos que los principales masculinos.

Según creo, ocurrió que, en algún punto de la construcción del guion, se desfavoreció el tratamiento de la realidad desde un punto de vista naturalista, y se optó por hinchar y sobreabundar en situaciones enfáticas y truculentas, estímulos suficientes para la mayor parte de los espectadores, pero que al final frustraron parcialmente el reflejo racional y sosegado de los problemas vinculados con nuestra trama sociosicológica. Así las cosas, se tocaron, con más o menos ligereza, asuntos tan graves como el descenso de la natalidad, las brechas prejuiciosas entre las funciones sociales que asumen hombres y mujeres, el envejecimiento, los valores familiares, la paternidad en hombres homosexuales, y la capacidad de la juventud para asumir responsabilidades y construir una familia.

Además, entre tantos momentos carentes de acción dramática, y el exceso de diálogos descriptivos, los actores se veían, con más frecuencia de la necesaria, «disparando» sus textos, amarrados a locaciones que se percibían frías y ajenas, mero telón de fondo, puesto que pocas veces los intérpretes recurrieron a las acciones físicas que naturalizaran el contexto o dinamizaran los diálogos. Así, el paisaje y el tejido social que enmarcaba a los personajes pocas veces se convirtieron en puntos de partida para la reflexión y la polémica, puntos de partida a los cuales debía retornarse siempre, después de haber desplegado los atractivos fuegos artificiales del melodrama maternal y paternal más o menos truculento.

Fuera de las mencionadas claves dominantes, aparecieron dos personajes masculinos cuyo tratamiento carece de los suficientes matices: Fabián, un padre soltero aguijoneado por la culpa, y David, que se niega a la paternidad con argumentos tan válidos como cualquiera, pero que el guion insistió en convertir en el machista malo, contrapuesto a su pareja ejemplar y amantísima. Fabián es tan virtuoso que se acerca a la más completa idealización, además de que el diseño de su personaje se ve perjudicado por una actuación de Denys Ramos que insiste demasiado en las poses estáticas y las miradas perdidas. David es llevado al extremo de la ambición profesional y la deslealtad, en tanto Niu Bring se esfuerza por cambiar su registro habitual de joven galán. Su experiencia histriónica es todavía insuficiente, y tampoco lo ayudaron los escasos asideros del guion para modelar uno de esos malvados que permanecen en la memoria del público. Ya llegará su hora, si encuentra realizadores que sepan dirigirlo y papeles que le permitan desarrollar su talento.

A pesar de las varias observaciones críticas que puedan formularse en torno a la puesta, el guion, o las personificaciones muchas veces externas y cansinas, El rostro de los días resulta válido desprendimiento de la astucia de sus creadores para asumir temáticas significativas, movilizadoras, además de conseguir en pantalla cierta magia, impávida y elemental, en cuanto al tratamiento y actualización del melodrama. Si los personajes protagónicos no alcanzan a deslumbrar al espectador como lo consiguieron anteriormente los que encabezaron Entrega, nunca habría que pensar en la ineficacia de aquellos o de estos intérpretes, sino que más bien deberíamos analizar los atributos de los personajes en ambas series, y preguntarnos por qué conectaron mejor con el público el maestro sacrificado y la muchacha discapacitada que la doctora empoderada y resuelta, o el joven padre viudo, comprometido y también íntegro.

La pausa impuesta por la pandemia seguramente afectará el apreciable subidón en la calidad de nuestros dramatizados, especialmente en el rubro de telenovelas, cuyos guiones venían apostando, antes de la obligada pausa, por la audacia de los temas escabrosos y los personajes complejos, como es menester, además de garantizar las saludables cuotas de esparcimiento nocturno, tres veces a la semana.

Y no importa si los turcos, los mexicanos o los brasileños les confieren diferentes sesgos y propósitos a este género televisivo, lo que más preocupa e interesa, en Cuba, es que nuestra telenovela sea capaz de atrapar al auditorio, aunque sea mediante el respeto a las reglas del melodrama originario —con sus señoras malignas y sus vírgenes torturadas—, y además cumpla cabalmente con determinada vocación realista, polémica, intrínsecamente vinculada con la tradición televisual de este país desde los años 80 hasta ahora.

JR le propone leer además este grupo de entrevistas realizadas a varios de sus protagonistas:

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