Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Omara, la cubanísima

Gracia y naturalidad sigue conservando la gran Omara Portuondo, aclamada y querida por todos, a sus 90 años de vida

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«¿Tú crees? Me parece que exageras... ¿Tan alto he llegado?», le dijo Omara Portuondo a Juventud Rebelde hace un tiempo con esa gracia y naturalidad que sigue conservando a sus 90 años y que se suman a esos otros tesoros suyos de valor incalculable: su voz eterna e inmortal y su cubanía raigal, que la hacen una leyenda viva. Pero no era «fachada» la sincera expresión de asombro cuando el diario le aseguró que pronunciar su nombre junto al de la palma real, el tocororo, el azúcar... era también decir Cuba. Así sucede con frecuencia con los verdaderamente grandes: jamás creen que han entregado suficiente.

«Es que esta tierra ha sido bendecida por su música. ¡Existen tantos intérpretes fabulosos, célebres, a quienes admiro y respeto...! ¿Sabes? Cuando actúo por el mundo siempre me preguntan lo mismo: ¿Y por qué en Cuba abundan tantos músicos buenos? Y yo se lo atribuyo a la gracia de esta isla única, bañada por el mar donde el sol a veces se pone soberbio (sonríe).

«Claro, contamos con excelentes escuelas de arte, con maestros de primera, pero ello no serviría de mucho si la música que nos legaron nuestros abuelos africanos y españoles no ocupara cada partícula de nuestro ser. La música nos pertenece. No tenemos oro ni brillantes, pero sí música de la más genuina. ¡Esa es una de nuestras joyas!».

No obstante, la Portuondo está convencida de que la naturaleza es la que dota de esas condiciones especiales que se requieren para cantar como Dios manda. «Desde que yo era una niña mis padres supieron que yo las poseía. No eran músicos, pero igual nacieron con unas voces muy afinadas y un magnífico oído.

«Recuerdo que siempre, a la hora del almuerzo o de la comida, ellos se ponían a cantar a dúo. Y un día, aunque mis otros dos hermanos igual podían hacerlo, mi padre, Bartolo Portuondo, me llamó: “Omarita, siéntate aquí. Ven a ver si puedes hacer esta melodía”. Entonces, hizo la primera voz y me cantó Veinte años. Qué te importa que te ame, si tú no me quieres ya... (Omara rompe a cantar y el lugar donde conversamos se ilumina). Y yo lo seguí —dice, sin siquiera percatarse de que a nuestro alrededor se hace un silencio sepulcral—. Mi padre me miró y me pidió nuevamente: “A ver, haz esta otra melodía”, y acudió a la segunda voz para volver a interpretar la canción inmortal de María Teresa Vera, esa que nunca he podido dejar de cantar. “¡Pero, Omarita, me vaticinó, tú serás una gran cantante! Vas a representar a tu país en muchas partes del mundo”, me aseguró».

Fue en su Cayo Hueso donde la llamada Novia del feeling se encontró con ese estilo que tanto influyó en la música cubana. «De veras que me siento orgullosa de haber nacido en ese barrio habanero en el que vi a Sindo Garay, y también vieron la luz Miguelito Valdés, Chano Pozo, Merceditas Valdés, Los Zafiros...».

Estaba en el bachillerato (en las noches estudiaba Taquigrafía en una escuela pública) cuando una de las hermanas Martiautu la invitó a que fuera a su casa donde se reunían unos muchachos que cantaban y tocaban guitarra. Con posterioridad ellos conformarían el grupo del feeling. Ahí se hallaban José Antonio Méndez, César Portillo, Frank Emilio Flynn, ese pianista extraordinario...

«Entonces, fuimos a ese programa de la emisora Mil diez, donde íbamos a interpretar temas, en este caso norteamericanos, que Frank Emilio nos montaba... Te diré que Manolo Ortega, maestro de la locución, a la hora de presentarnos decidió, debido a que cantábamos en inglés, cambiarme el apellido e introducirme en el programa como “Omara Brown, la novia del feeling”. Esa es la etapa en la que cantábamos canciones como aquella (y entona): Open thedoor, Richard,/ Open thedoor and let me in...».

Y hablando de orgullo, Omara señala otro: haber tenido la oportunidad de bailar con Alberto Alonso y Sonia Calero, y también en Tropicana, sustituyendo a una muchacha que, a punto de estrenarse un espectáculo, no conseguía resolver sus problemas con la memoria coreográfica y el ritmo... «Así fueron ocurriendo sucesos significativos sin que yo los buscara, como conocer, por ejemplo, a Luis Carbonell, con quien trabajé en el teatro. No olvidaré aquel poema que terminaba: “Sí, se rompió en dos partes, el refajo marañón...”, y mientras él recitaba yo improvisaba, porque Alberto confiaba mucho en mí. Igual, conocí a estrellas indiscutibles como Rita Montaner, Bola de Nieve y Esther Borja, esa mujer admirable...».

Antes de la orquesta Anacaona, formó parte del cuarteto de Orlando de la Rosa, al cual entró por medio de sus cómplices del feeling. Lo componían Elena Burke, que ya sí era profesional; Aurelio Reynoso, Roberto Barceló y Adalberto del Río, antes de que Omara sustituyera a la Señora Sentimiento cuando el Cuarteto de Facundo Rivero la invitó a que se les uniera para una gira que iba a emprender.

«Entonces Elena habló con De la Rosa para que me probara a mí. Después él lograría un contrato para ir a Norteamérica, y quedamos nosotras dos más Aurelio y Roberto. Trabajamos durante seis meses, pero se presentó otra oportunidad de ir a Estados Unidos, y Orlando decidió poner, por Elena y por mí, a mulatas altas y muy bonitas. Nosotras no éramos ni altas ni delgadas, pero sí cantábamos...

«¿Cómo surgieron las D’Aida? A mi hermana Haydée se le ocurrió que hiciéramos un dúo para presentarnos en un programa de Amaury Pérez (padre), que salía diariamente al mediodía. Ese día en que fuimos a verlo nos encontramos con Elena y otra muchacha. Creo que de Elena salió la propuesta de hacer el cuarteto y nos dijo que conocía a la persona ideal para que nos montara las voces: la inolvidable Aida Diestro, una músico de primera línea.

«Nos aparecimos en su casa, Elena, Haydée, Adalberto del Río (el que había quedado fuera del cuarteto de Orlando de la Rosa) y yo, pero Aida pensó que era mejor que todas fuéramos mujeres, y entró Moraima Secada. De ese modo empezamos, y Amaury nos ofreció la primera oportunidad de presentarnos. Nos dio una semana en su programa».

Sonríe cuando rememora aquellos tiempos en que se «cocinaba» el Buena Vista Social Club y algunos decían que la música cubana ya había muerto. «¡Qué equivocados estaban! Pasó que los empresarios del sello WorldCircuit vinieron a Cuba una vez más con el fin de grabar un disco. En este caso a Juan de Marcos, en ese entonces director del grupo Sierra Maestra. Nos conocíamos porque yo trabajaba mucho en Inglaterra con él. Quería grabar con una Jazz Band, pues sus intenciones eran ver si podían entrar en los premios Grammy (de eso me enteré después).

«Por esa época yo grababa La novia del feeling con la maestra Enriqueta Almanza, y me informaron que debíamos abandonar el estudio grande, porque allí iba a entrar una gran orquesta. De pronto Juan de Marcos me llamó: “Omara, ven acá que te quiero presentar a una persona”. Se trataba de RyCooder. Cuando llegué me asombré de encontrar a tantos amigos: Compay Segundo, Rubén González, Eliades Ochoa... La sorpresa mayor me la dio Ibrahim Ferrer...

«Me preguntaron qué quería cantar y respondí Veinte años. Enseguida saltó Compay y me hizo la segunda voz. ¿Y tú no vas a cantar nada conmigo?”, saltó Ibrahim. Así apareció Silencio, que todos aplaudieron con un entusiasmo que el estudio retumbaba. En ese instante, Juan de Marcos me propuso que trabajara con ellos».

Omara es una sola, asegura: la madre, la abuela, la amiga, la cantante... «¿Cómo ha sido la mamá y la abuela? Bien cubana, mambisa, le gusta la rumba y el folclor cubano, le encanta jugar y correr con su nieta como si fuera una muchacha de 20 años...».

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