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Autores en la zozobra del plagio

¿Dónde termina la influencia y comienza el duplicado?, es la pregunta que ha llevado a escritores de fama internacional a rendir cuenta en los juzgados

Autor:

Iris Celia Mujica Castellón

Uno de los temas más sensibles en el mundo de la literatura está relacionado con la inspiración, la influencia y el plagio. ¿Hasta qué punto es permitido, o bien visto, usar un referente como nicho para la escritura, sin caer en el duplicado antiético que anula toda creatividad? 

Para muchos autores, el reto de cada obra radica en encontrar una idea potencial e inédita. Esperar que esta no tenga precedentes es casi imposible. De ahí que el éxito dependa, en gran medida, de la capacidad individual para rehacer, imaginar y lograr la autenticidad en cada propuesta a partir de claves que permanecen a la vista de todos.

Podemos aprender de los que ya hicieron y de cómo lo hicieron sin llegar a copiar. Pero en este escabroso terreno, mediado también por la subjetividad, varios literatos han terminado involucrados en desagradables riñas por plagio. Algunas fundamentadas, otras, al servicio del descrédito, apelan a insinuaciones o menciones sin pruebas concluyentes.

De cualquier modo, deben quedar bien establecidas las distancias entre lo que inspira o influye y lo que se «fusila» sin ápice de vergüenza. Los motivos que incitan a la creación literaria son tan plurales como en ocasiones insólitos.

Nos sorprenderían cientos de autores, pero un ejemplo de verdadera genialidad lo encontramos en George R. R. Martin, autor de Canción de Hielo y Fuego, obra en la cual se basó la serie televisiva Juego de Tronos. Al conocer los móviles que llevaron a ciertos escenarios de esta saga, entendemos lo que se dice «tener el don de la imaginación».

En una entrevista, R. R. Martin confesó que al escribir sobre el muro que separaba a los Siete Reinos de las tierras salvajes tuvo como inspiración el Muro de Adriano, construido entre los años 122 y 133 al norte de Gran Bretaña. Una fortificación defensiva todavía existente que surgió para proteger los territorios británicos de la tribu Pictos.

Como esa, otras tantas alusiones parten de las más increíbles fuentes de inspiración: el fuego valyrio, por ejemplo, tiene su paralelo en el fuego griego, mientras la épica Boda Roja se basó en dos hechos reales ocurridos en Escocia, la famosa Cena Negra de 1440, y la masacre de Glencoe del 13 de febrero de 1692.

En su justa medida la musa puede venir de cualquier idea o concepto existente, siempre y cuando el autor logre cambiarlo, torcerlo, adaptarlo a nuevos contextos, e incluso llegar a mejorarlo. Lo importante es no cortar y pegar.

Un caso típico: El Rey León. Si planteamos en líneas generales esta película tenemos que un rey es asesinado por su propio hermano, quien a su vez destierra al príncipe, su sobrino, para usurpar el poder. Pasados los años, el legítimo heredero regresa a matar al traidor y recuperar su reino. En esencia, el relato parece muy similar al clásico Hamlet de Shakespeare.

Sin embargo, Disney presentó una versión propia, modo fábula, donde prevaleció, por encima de las coincidencias, la visión particular del guionista. Resultado final, una historia distinta que nos sitúa en un espacio muy peculiar del universo literario: la influencia.

Tal como la inspiración, la influencia es un fenómeno muy común en el mundo del arte en general. Sucede con frecuencia que al leer un texto del tal autor recordamos automáticamente a otro, ya sea por la estética narrativa, por el uso de determinado recurso, la tendencia hacia determinados temas, posturas, etc.

La influencia no es exclusiva a los autores noveles, ni apunta, en medida alguna, al robo de la propiedad intelectual. Es bueno aprender de las voces experimentadas; el riesgo aquí es acabar imitando. Y aunque la imitación no es condenada entre artistas, no siempre la repetición de ciertos esquemas y estructuras conducen al crecimiento y desarrollo individual.

La mayoría de los escritores reconocen en su obra el efecto de algún autor antecesor. Gabriel García Márquez, por citar uno de los más controvertidos, asumió como referente al norteamericano William Faulkner (Mientras yo agonizo). Críticos, periodistas y, sobre todo, detractores intentaron demostrar supuestas copias en Cien años de soledad, pero sin lograr infamar las historias del Gabo.

El Gabo fue acusado de haber tomado como referente a William Faulkner para escribir Cien años de soledad.

El plagio, según el mejor de los sarcasmos de Jorge Luis Borges, «es incluso un homenaje». Lo cierto es que copiar una obra ajena y pasarla como propia deja mucho que desear en cualquier estrato de la vida. En la literatura no es menos aborrecible y, además, penalizado.

A menudo escuchamos: «fue un plagio involuntario», y aunque no valga de excusa (y si no que lo diga un tribunal) la expresión explica un proceso que al parecer ocurre a no pocos creadores. Tras leer una novela o mirar una película, nos quedamos de manera inconsciente con secuencias, frases e ideas que bien nos marcan o nos gustan. Si no estamos atentos al «dónde surgió», lo más probable es que terminemos reproduciendo esa información. Llevamos nuestras impresiones a la obra y, sin reparar en el hecho, terminamos copiando.

Notables autores se han visto involucrados en polémicas asociadas por este motivo y algunos trascendieron la mera acusación para rendir cuenta en los juzgados. Sin embargo, no siempre los desenlaces transcurren apegados a la justicia. Hallados culpables o no, estar implicado en una situación similar resulta, como mínimo, bochornoso. Uno de los más abatidos por los inquisidores ha sido el renombrado Dan Brown.

Tras arrasar con su best seller El Código Da Vinci, fue demandado por quienes firmaron el estudio La Santa Sangre y el Santo Grial (1982) por robar la teoría de que el Grial es la descendencia de Jesús y María Magdalena. El juicio sucedió frente a un tribunal de Londres que desestimó las pruebas aportadas por los demandantes y los obligó a pagar 900 000 euros a Dan Brown.

José Saramago, premio Nobel de Literatura, fue acusado por Teófilo Huerta, quien declaró que Las intermitencias de la muerte no son más que una copia de su relato ¡Ultimas noticias! En la denuncia, el mexicano aseguró que Sealtiel Alatriste, entonces director de Alfaguara México, entregó su cuento al portugués.

En su defensa, Saramago alegó que «si dos autores tratan el tema de la ausencia de la muerte, es inevitable que las situaciones se repitan en el relato y que las fórmulas en que estas se expresen tengan alguna semejanza».

En más de una ocasión, el brasileño Paulo Coelho se señala por tomar «prestado» de otras producciones. El alquimista, una de sus obras más difundidas, carga con la culpa de reproducir el cuento Historia de los dos que soñaron, recogido por Borges y otros autores en Antología de la literatura fantástica.

El novelista y teórico español Manuel Vázquez Montalbán tuvo que pagar tres millones, en 1990, a un profesor de la Universidad de Murcia, Ángel Luis Pujante, por plagiar una traducción de la obra de Shakespeare. El acontecimiento salió a la luz porque en la versión del primero aparecían las mismas omisiones realizadas por Pujante. El hecho sentó jurisprudencia en los derechos de traductores sobre sus textos.

La filósofa española Mónica Cavallé reveló el plagio de al menos 60 páginas de La Sabiduría recobrada en el libro Shimriti, de Jorge Bucay. Ante la irrefutable imputación, el argentino admitió que «un error absolutamente involuntario hizo que los textos de la profesora Mónica Cavallé fueran incluidos en Shimriti, sin la correspondiente y merecida mención de su fuente».

Un escándalo similar envolvió la imagen de Camilo José Cela con la novela La Cruz de San Andrés, merecedora del Premio Planeta en 1994. La escritora Carmen Formoso notó demasiadas coincidencias con su Carmen, Carmela, Carmiña. El proceso judicial continuó tras la muerte del español en 2002. Para insatisfacción de aquella, en 2009 una jueza falló a favor del acusado, y sentenció que se trataba de una obra estéticamente diferente y con el sello propio de su autor.

Para cerrar, tenemos al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, cabecilla en la protesta contra la piratería editorial en su país, quien, paradójicamente, quedó obligado a pagar 60 000 dólares por «acercarse» con insistencia a al menos 26 artículos y publicarlos en medios de prensa nacionales y extranjeros.

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