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Recordando a Germán Pinelli

En la historia de la locución cubana de todos los tiempos, su nombre figura como uno de sus representantes más multifacéticos, carismáticos y cultos

Autor:

Juan Morales Agüero

La historia de los medios de difusión cubanos es pródiga en personalidades ilustres. Actores y actrices han brillado con fulgores propios. Reporteros y comentaristas han hecho lo suyo en sus esferas. Locutores y presentadores no les van a la zaga. Pero un nombre se lleva las palmas en popularidad y carisma: Germán Pinellí, uno de los profesionales de la palabra más cultos y versátiles de los medios cubanos.

Habanero de pura cepa, Gregorio José Germán Piniella Vázquez —su verdadero nombre—, nació en La Habana el 15 de diciembre de 1907. Hijo de padre asturiano dedicado al comercio y de madre madrileña de vastísima cultura, desde pequeño manifestó inclinación por el arte. Era aún chico cuando aprendió a tocar piano y guitarra, y comenzó a tomar clases de canto.

Su hermana Sol —que fue muy importante en su formación— contó una vez que en 1920 el famoso tenor italiano Enrico Caruso lo escuchó cantar las óperas Cavalleria Rusticana y La romanza de Carmen en el Hotel Sevilla durante una visita que hizo a La Habana. ¡Quedó maravillado de que una persona tan joven dispusiera de una impostación natural bucal tan excelente!

Pero fue el 28 de octubre de 1922 cuando debutó en el mundo artístico. Pinellí canto aquel día en el Teatro Campoamor por la emisora PWX, apenas cuatro meses después de que se originara la primera transmisión radial en Cuba. Por entonces era estudiante del prestigioso Colegio de Belén. Con aquella precoz actuación radial devino casi precursor del medio.

Por esa época, Pinelli ganó una beca para estudiar el bell canto en Italia. Pero, al no recibir los fondos prometidos, matriculó Derecho en la Universidad de La Habana. En 1925 abandonó la carrera y se unió a su hermana Soledad (Sol), quien por entonces recorría el país al frente de una compañía teatral donde ella actuaba, cantaba y declamaba. En el ínterin aprendió por su cuenta italiano, inglés y francés.

La radio, su trampolín

La carrera de Pinelli en el éter debutó en los años 30. Por entonces laboró en estaciones como la CMCB, la CMBN y la CMK. Se fortaleció en 1933, cuando comenzó a escribir notas para el Noticiero Nacional de CMQ, la emisora más importante de la época. Lo hizo tan bien que en un par de años ya era redactor principal y responsable de sus cuatro espacios noticiosos.

Pero sus inicios como locutor fueron en un programa de música grabada que se ponía en antena a medianoche en la propia CMQ. Según contó después, no le fue fácil sentarse delante del micrófono, pues Goar Mestre, el receloso propietario de la planta, dudó en un principio sobre su aptitud para el oficio. El tiempo y los resultados lo harían cambiar de criterio.

Luego, en 1937, vino la popularísima Corte Suprema del Arte, un programa de participación concebido para captar talentos entre artistas aficionados cubanos. De allí surgieron figuras tan importantes como Rosita Fornés, Celia Cruz, Elena Burke, Tito Gómez… Pinelli hizo las veces de presentador oficial. Con los ganadores, conocidos como Estrellas Nacientes de CMQ, organizó espectáculos que presentó por todo el país, y en los cuales él mismo solía interpretar personajes costumbristas.

La locución comercial devino una de sus habilidades de mayor reconocimiento. En 1938 su nombre figuraba entre los más cotizados presentadores por firmas como RCA Víctor, la Cerveza Polar, la Fábrica de Cigarros Competidora Gaditana y la Cerveza Cristal. Sus espacios publicitarios confirmaron sus aptitudes para conquistar la simpatía de la audiencia.

A Eduardo Chibás, líder del Partido Ortodoxo, lo unió una gran amistad. Tanta que desde 1944 se hizo cargo de la locución del programa radial que el carismático político tenía todos los domingos en CMQ. Pinelli atendió ese espacio hasta el suicidio de Chibás, ocurrido en la planta en 1951.

Fundador de la televisión

En 1950 la pantalla chica irrumpió en Cuba. Los estereotipos de la flamante CMQ-TV descartaron que Pinelli saliera en cámara («decían que mi quijotesca figura no era televisiva», confesó luego). Empero, en el acto inaugural el libreto se extravió. Alguien que conocía su capacidad para improvisar lo llamó para solventar la emergencia. Y el desgarbado artista no solamente dio la talla, sino que terminó animando todo el espectáculo. Fue el comienzo de una brillante carrera como comunicador.

En la televisión, Pinellí dejó una huella. La animación lo recuerda en programas como El show del Mediodía, junto al gran José Antonio Cepero Brito. Después de 1959, el medio le ofreció la posibilidad de trascender la locución para asumir otros géneros y papeles. Su personaje Éufrates del Valle, en  el popular programa San Nicolás del Peladero, todavía se recuerda. Durante 20 años compartió escena allí con figuras como Enrique Santiesteban y María de los Ángeles Santana.

Su personaje Éufrates del Valle, en el programa San Nicolás del Peladero, fue muy popular en Cuba. Foto: Tomada de Internet

De Germán Pinelli escribió una vez la colega Paquita Armas: «¿Tenía voz agradable? ¡NO!, ¿era un hombre atractivo?, ¡NO!, ¿era un dandy vistiendo? ¡NO! ¿Entonces? Era telegénico y poseía una vastísima cultura, unido a la agilidad mental más la habilidad de decir la palabra justa en el momento preciso. Y poseer eso que llaman “don de gente”».

Un entrevistador de excelencia

El periodismo fue una de sus pasiones. Y la entrevista, su género preferido. Lo favorecía su vasta cultura, sus dotes de comunicador y su conocimiento sobre la naturaleza humana. Entrevistó a presidentes como Lázaro Cárdenas (México) y Harry Truman (Estados Unidos), este último el que ordenó el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki. También al ex Premier británico Winston Churchill y a los actores Libertad Lamarque, Jorge Negrete y Mario Moreno (Cantinflas).

Durante años reportó el acontecer del Palacio Presidencial de la seudo república, las sesiones del Congreso y las visitas importantes que llegaban por el aeropuerto habanero. Hizo coberturas en vivo memorables, como la masacre del Reparto Orfila de 1947, aquella batalla campal donde se enfrentaron dos bandas rivales. De bruces debajo de un carro, a unos 50 metros del lugar de los sangrientos sucesos y con métodos rudimentarios, estableció un control remoto en tiempo real. También describió la inauguración del edificio Radiocentro.

En una oportunidad un entrevistador le preguntó qué era para él ser periodista, y Pinelli le contestó sin vacilar: «Es ser audaz, lanzarse a buscar la noticia donde esté y saber extraerla cuando la fuente no quiera darla. No es cuestión de espiritismo. Es, simplemente, poseer una habilidad especial para hurgar y saber, incluso, para leer en los ojos».

Hombre de verbo fácil, su vis humorística podía hacer reír en un espectáculo o hacer llorar en un funeral. Así lo demostró en los programas que animaba en la pantalla chica y en las presentaciones de grupos musicales de moda. En contextos luctuosos, hizo gala de su profesionalidad en los sepelios del ex presidente Mario García Menocal y de Eddy Chibás. También en el entierro de las víctimas del vapor La Coubre.

Hombre orquesta

Pero la obra de Pinelli trascendió la radio y la televisión. En 1978, el reconocido cineasta Tomás Gutiérrez Alea le dio un papel en su película Los sobrevivientes. Fueron célebres sus interpretaciones de tangos, un género que le encantaba cultivar. Declamando poemas implantó cátedra. Durante una etapa fue cantante de la orquesta Hermanos Palau. Fue uno de los cultivadores de orquídeas más notables de Cuba. Y gozó de la amistad de dirigentes como Lázaro Peña y Jesús Menéndez.

«Nadie como él fue capaz de hablar, improvisar, cantar, tocar el piano, redactar y animar con especial simpatía, soltura y elegancia, méritos suficientes que le valieron en dos ocasiones la entrega del Premio Onda que lo reconoció en 1967 y 1968 como el mejor locutor de habla hispana», escribió una colega este primero de diciembre, Día del Locutor Cubano.

Trabajó en canales y programas de televisión en Brasil, España, Canadá, México y Venezuela. Cuando en 1959 triunfó la Revolución, Pinellí recibió tentadoras ofertas para que abandonara el país. Las rechazó todas.  En su libro Los que se quedaron, el periodista Luis Báez le preguntó por qué lo hizo. Y él respondió: «Primeramente, porque nací aquí. El hombre debe nacer, crecer, fructificar en un solo lugar, y morir en un solo lugar: su Patria, allí, bajo su bandera».

Germán Pinelli murió en La Habana el 20 de noviembre de 1995, a los 88 años de edad. Registró en la historia cultural cubana una copiosa obra de más de 70 años de radio y 40 de televisión. Atrás quedaron sus improvisaciones, sus poemas, sus jocosidades, su ironía, su inteligencia…  Dejó de ser el gran comunicador que fue para convertirse en leyenda.

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