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Medea esperando la luz(+ Fotos y video)

Las salas de teatro capitalinas acogen por estos días varias obras del repertorio clásico

 

Autor:

Frank Padrón

El aroma de los clásicos llega al aquí y ahora. Es una de las ventajas de trascender lugares, circunstancias y comunicarse con nuevos públicos, hablarles como si fueran contemporáneos de los autores. Da lo mismo si es la lejana Grecia de Eurípides, el «teatro del absurdo» de Becket en los años 40 del siglo pasado o un poeta cubano de nuestros días: los escritores siguen esparciendo y compartiendo sus discursos y saberes. Es así que en la cartelera capitalina se han podido apreciar varias muestras del teatro sempiterno.

 

La emigrante

De modo que además de la esposa repudiada, la madre que sacrifica y olvida su condición en pos de legitimar sus derechos de género, la mujer que no desea ser más pisoteada por el orden patriarcal y las leyes injustas, la Medea de Eurípides es también una desterrada, una viajera, una víctima del desarraigo que abraza con dolor, pero también con la certeza de que es la única opción ante la opresión y la iniquidad.

Jazz Martínez-Gamboa ha entendido a la perfección ese costado en la tragedia clásica, y sin desdorar los lados tradicionalmente más abordados del texto griego —la despreciada que deviene asesina de los hijos por venganza contra el marido infiel; las pugnas monárquicas que envuelven los conflictos familiares como caldo de cultivo de tanto relato en la época…— se concentra sobre todo en esa condición de rebeldía e insumisión que detenta la futura emigrante.

De ahí lo pertinente del hipertexto que conecta la realidad mediterránea de la pieza en el año 431a.n.e, con la que ahora sufren muchas zonas de América Latina a través de los peligrosos cruces de fronteras, las travesías marítimas, la cárcel, si bien se hubiera deseado un poco de mayor desarrollo de este a nivel tanto escritural como escénico.

De cualquier manera, la escenografía —presidida por una jaula-alambrada más que elocuente— encierra y despliega el drama con sus tantas proyecciones hacia el presente que un eficaz despla-zamiento actancial, con el vestuario no menos expresivo de Vladimir Cuenca y el diseño lumínico (Parra/Cañer) acentuando la penumbra que aureola toda la historia, complementan y  permiten el diálogo con un auditorio amplio, básicamente joven.

Texto complejo donde los hubo, como todo el canon donde se inserta, logra una correspondencia histriónica indispensable para transmitir los graves decibeles de lo trágico. Anel Perdomo
—quien en alguna función debió luchar contra serios dolores físicos de los que como profesional sacó partido— convenció mediante un desempeño centrado y lleno de matices; Amalia Gaute aplicó la requerida energía a su nodriza, pero debe para futuras funciones suavizar el dejo un tanto recitativo de algunos parlamentos; el Jasón de Roberto Romero transmitió la crueldad y el dolor desde la bien manejada batería de recursos con que cuenta el actor, al igual que el Creonte de Roberto Perdomo —quien ojalá visite con más frecuencia las tablas—; Adrián Valdés necesita inyectarle mayor vitalidad a su Egeo, la que sí derrochó el mensajero de Arnaldo Galbán, en contrapunto con la discreción interpretativa de la criada (Juannalise Ricardo).

El absurdo nuestro de cada día

Esperando a Godot, —o Tragicomedia en dos actos, como también se le llama— fue escrita en 1940 por el irlandés Samuel Becket, como se sabe una de las figuras clave del llamado «teatro del absurdo» y forma parte hace tiempo del repertorio de la compañía Pequeño Teatro de La Habana, que dirige el premio nacional de esa manifestación José Milián.

Aunque generalmente son obras de su autoría las que el colectivo monta, la afinidad de la poética del célebre dramaturgo cubano con la del dublinés (como también con nuestro Virgilio, otro pionero de esa tendencia) implica frecuentes incorporaciones de ambos.

La que hasta hace poco hizo temporada en el Café Brecht se ha leído como una alegoría sobre la existencia de Dios, aunque ese personaje que se aguarda y nunca aparece puede representar mucho más, mientras se cuestiona también, entre la seriedad y la broma, el sentido de la vida.

La lectura de Milián detenta lo esperpéntico y barroco que caracterizan por lo general sus puestas, unidos a la estética clownesca que incluye la música, apoyada esta vez en las certeras luces de Marvin Yaquis, la coreografía precisa de Lisette Soria (también actriz en el papel de Estragón) del propio Milián, rubros todos que calzan perfectamente la incomunicación, el disparate, la acción frustrada, la utopía lejana y tantos ítems como pulsa esa obra maestra tan lozana y actual como en sus días de estreno, en la década del 50, o en las anteriores representaciones del director cubano durante los 60, los 90 o este propio siglo.

Los actores logran un notable trabajo de conjunto, si bien la Soria y Carmen Pantoja (Vladimiro) extreman un poco la nota en la deliberada grandilocuencia de sus roles, eficazmente seguidas por Misael Alvarez (brillante su Pozzo) y Rubén Martínez Molina (Lucky).

Un clásico recreado, refrescado, siempre lamentablemente vigente, este Becket
pasado por aguas «milianescas».

La luz de tus ojos arde…

Sigfredo Ariel (1962-2020) es no solo uno de los grandes poetas cubanos de su generación, sino más allá, dentro de la lírica insular toda, por ello su intensa, ricamente imaginal y enjundiosa obra en ese campo es perfecta para el teatro; si a ello sumamos su pasión por la música, en especial la mejor canción cubana e iberoamericana de todos los tiempos desde su no menos valiosa faceta investigativa, entenderemos mejor el punto de partida del espectáculo Luz, que dirigido por Osvaldo Doimeadiós en la nave Oficio de Isla, de los Almacenes de San José (Avenida del Puerto), se presenta en las tardes de cada fin de semana hace ya varios meses, algo que promete continuar ante la afluencia ininterrumpida del más variado público.

Partiendo de uno de los poemarios más conocidos y estimados del escritor (La luz, bróder, la luz), dista el relato escénico de la recurrente alternancia de poemas y canciones que informan otras puestas; en este caso, asistimos por fortuna a una absoluta y jugosa teatralización de tales manifestaciones, porque los actores convocados, todos muy convincentes y dúctiles, están siempre en movimiento, interactuando, generando cadenas paralelas de acción a las que ocupan el centro de la escena, mediante la interpretación de los textos o las obras musicales, que a propósito recorren con sensibilidad, elegancia y conocimiento de causa lo más valioso del bolero, el filin, la canción trovadoresca, algunas incluso incluidas referencialmente en los poemas elegidos de Sigfredo.

Lo cierto es que se crea un imaginativo y singular juego escénico en el que dialogan los textos cantados y dichos, extendiendo tal relación estrecha al participativo auditorio, no solo por hacerlo literalmente en la conga-coda, sino por su complicidad durante la hora de duración, integrado a la propuesta lúdica, simbólica y simbiótica de la representación, en la que vestuario, escenografía y por supuesto música (brillantemente ejecutada en lo instrumental por la Banda Municipal de Boyeros) contribuyen a ese sutil y coherente tratamiento de la perspectiva cronotópica que parece multiplicar y fundir esas categorías de tiempo y espacio(s).

Luminosa pieza entonces, nos invita a reflexionar sobre el amor, la soledad, los celos, y tanto conflicto humano que los bardos convocados nos entregan ahora desde la magia del teatro, auxiliada por la mejor canción y una poesía de alto vuelo.

Espectáculo Luz, una obra basada en los textos del desaparecido poeta y guionista cubano Sigfredo Ariel. Grupo Creativo Nave Oficio de Isla, dirigido por Osvaldo Doimeadiós.

Fotos y video: Maykel Espinosa Rodríguez

Obra Esperando a Godot. Foto: Fernando Yip

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