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Reinaldo Funes Monzote: explorando las raíces de la cultura ambiental

Más allá de su trayectoria docente e investigativa, es referente entre sus contemporáneos por su afabilidad perenne —aun entre los historiadores en formación—

Autor:

Amado René Del Pino Estenoz

Resulta exigente exponer los hitos de profesión de un entrañable maestro al que he frecuentado, tanto en los espacios universitarios como en las salas de consultas especializadas de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. Más allá de su trayectoria docente e investigativa, Reinaldo Funes Monzote es referente entre sus contemporáneos por su afabilidad perenne —aun entre los historiadores en formación—, su notable generosidad con los colegas de las ciencias sociales y su certero entusiasmo por poblar las zonas en suspenso de nuestra historiografía.

Son múltiples los paradigmas metodológicos con los que Funes ha trabajado en sus decenas de publicaciones, desde la historia ambiental, la evolución de las ideas científicas y los proyectos de geoingeniería en el ámbito cubano y caribeño. Cada libro suyo —impregnado de agudeza y problematización conceptual— deviene obra de consulta balsámica en determinados temas relacionados con el impacto medioambiental de la plantación azucarera, los aspectos socioeconómicos de la domesticación animal y vegetal, o la gestión de las políticas macroeconómicas en torno a la producción lechera y ganadera.

Su reciente participación en el espacio sociocultural Sobre una palma escrita —organizado por los especialistas del departamento Colección Cubana— constituyó el pretexto para proponerle esbozar una síntesis de vida en la que se imbricaran sus facetas de pedagogo, líder de proyectos, gestor de coloquios, conferencista y comunicador.

—¿Cuánto favoreció a su desarrollo profesional la formación que tuvo en la Facultad de Historia?

—Estudiar la carrera de Historia en la Universidad de La Habana entre 1986 y 1991 fue fundamental en mi formación profesional. Por una parte, tuve la suerte de contar con grandes profesores que no solo contribuyeron a brindarme las herramientas teóricas y metodológicas del historiador, sino también a mi crecimiento como ser humano.

«En un sentido más concreto, en la universidad inicié una línea de estudios sobre la influencia de la industria azucarera en la historia de Cuba que no he abandonado hasta hoy, a partir de mi tesis de graduación dedicada a la transición del trapiche al ingenio, un estudio socioeconómico sobre la agroindustria del siglo XVII hasta inicios del XIX a partir de los casos de Guanabacoa y Güines en la región histórica de La Habana. Con el tiempo he incorporado nuevos enfoques en mis estudios que estuvieron ausentes en esa tesis, como la historia de la ciencia y la tecnología y la historia ambiental. Sin embargo, la historia socioeconómica se mantiene como un eje central en mi trabajo. 

--¿Cuándo incorporó de manera consciente a su praxis intelectual los presupuestos metodológicos de la historia ambiental?

—Después de graduarme de la carrera de Historia en 1991 me ubicaron en el entonces Centro de Historia y Organización de la Ciencia, también Museo Carlos Juan Finlay, que radicaba en la antigua sede de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Para mí fue todo un descubrimiento entrar en contacto con la larga tradición científica cubana, una perspectiva casi ausente en los estudios de historia en la universidad.

«En esa misma década de 1990 me puse en contacto con una corriente relativamente novedosa en la historiografía mundial como lo era la llamada historia ambiental. De hecho, ya parte de mis estudios iban en esa dirección, gracias a la influencia de mi propia familia (mis padres y mi hermano) involucrada entonces en el nacimiento del movimiento agroecológico cubano».

—¿Cómo se complementa su faceta docente en la maestría de estudios interdisciplinarios con su rol de editor e investigador?

—Mi trabajo en el campo de la historia ha estado ligado principalmente a la investigación, que ha sido mi dedicación principal en 30 años de vida profesional. Pero al mismo tiempo he intentado vincular esas investigaciones con la docencia universitaria. La combinación entre la investigación y la docencia es siempre muy provechosa, pues no solo es lo que enseñamos como profesor, sino también lo que se aprende de los estudiantes.

—¿Cuánta visibilidad ha alcanzado el grupo de profesionales cubanos que incursionan de manera sistemática en la Historia de la Ciencia?

—Aparte de mi trabajo en el campo de la historia ambiental, mantengo la perspectiva de la historia de la ciencia y la tecnología en las investigaciones. Esto me permite interactuar con un grupo más amplio de colegas que el de los historiadores ambientales, cuyo número es aún reducido en nuestro país. 

«La comunidad de historiadores de la ciencia y la tecnología en el país es pequeña y tiene mayor representación en unas provincias que en otras, pero tiene enfrente el gran reto de retomar los tiempos más activos de la disciplina y atraer a las generaciones más jóvenes de investigadores interesados en explorar estos temas».

—¿Qué opinión le merece el empleo de las denominadas fuentes «secundarias» de la investigación —testimonios orales, documentos literarios, materiales iconográficos?

—Para mi investigación en el campo de la historia ambiental y de la historia de la ciencia y la tecnología suelo utilizar una gama muy amplia de fuentes. En mis primeros tiempos como historiador hice una utilización mayor de las fuentes documentales del Archivo Nacional y las fuentes impresas de la Biblioteca Nacional, por tratarse de temas de la historia cubana del período colonial y primeras décadas del siglo XX. Con posterioridad he transitado más hacia las fuentes impresas, revistas, periódicos o libros, a medida que he incursionado en temas más recientes, como la segunda mitad del siglo XX. Siempre que es pertinente o posible, suelo utilizar obras literarias y muchas fuentes visuales, incluyendo fotografía, obras pictóricas, anuncios, planos y mapas.

«Para el tipo de investigación que hago y para las clases siempre trato de combinar el trabajo escrito con las imágenes que ilustran de una manera directa el sentido de los procesos que narramos. Por ejemplo, hay cantidad de evidencias fotográficas de la deforestación a inicios del siglo XX, mientras que para las épocas anteriores a las fotografías hay que recurrir más a los mapas y los planos de agrimensores para visualizar la expansión de las plantaciones agrícolas. En los últimos años he estado investigando sobre la historia de la ganadería en Cuba desde el período colonial hasta la actualidad, lo que me ha permitido combinar todo tipo de fuentes, incluyendo las entrevistas y las historias orales para recoger las experiencias de quienes han estado vinculados con la actividad ganadera desde la década de 1950 y durante el período revolucionario».

—¿Cuál ha sido su principal contribución a la historiografía cubana y latinoamericana?

—No sería el más indicado para hablar de cuáles serían mis contribuciones a la historiografía cubana y latinoamericana, lo que podrán evaluar mucho mejor quienes se dediquen a los estudios historiográficos. Tuve la oportunidad de participar en el nacimiento de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental, idea impulsada a partir de un congreso internacional que me correspondió organizar aquí en La Habana en 2004 y que luego se formalizó en el siguiente encuentro de 2006.

Desde entonces me siento parte de esa comunidad de profesionales interesados en investigar y escribir sobre la historia ambiental de nuestra región. Creo que mis aportes pueden encaminarse en la dirección de dar a conocer la trayectoria de las relaciones mutuas entre el ser humano y el resto de la naturaleza en nuestro país. Desde luego que en ese camino me considero heredero de otros estudiosos que se han ocupado de profundizar en esas interacciones en perspectiva histórica, desde Humboldt y Ramón de la Sagra en el siglo XIX hasta Salvador Massip, Leví Marrero, Juan Pérez de la Riva y Antonio Núñez Jiménez en el siglo XX. En los últimos tiempos me he dedicado también a investigar sobre la relación con los animales y la ganadería, un tema menos tratado por la historiografía nacional. Por último, tengo el propósito a largo plazo de escribir una obra de síntesis dedicada a la historia ambiental del Gran Caribe, una línea de investigación que ya he avanzado en algunos capítulos de libros.

El trabajo editorial de Reinaldo Funes ha cubierto un vacío historiográfico en el ámbito cubano y caribeño. Foto: @casAmericas/ Twitter

 

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