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¡No me lo van a creer!

 

Carlos y otro amigo, Damián, conversan sentados en la sala de la casa de Juan José, quien ha sido trasladado al centro hospitalario más cercano en el auto de un vecino. Son muchas las hipótesis sobre qué le pudo pasar al compañero de ambos, que hace menos de 24 horas se veía lleno de vida, optimista, con un entusiasmo insuperable

Autor:

JAPE

Me interesa el futuro porque es el sitio
donde voy a pasar el resto de mi vida

Woody Allen

 

La Habana, agosto de 2020. Sala de la casa del joven científico Juan José Iglesias Salfrán

Carlos acaba de llegar a la casa de su colega y amigo Juan José y este, después de abrir la puerta, camina unos pasos hacia un butacón cercano y se sienta. Parece herido, cansado, en mal estado. Juan José mira fijamente a Carlos con ojos que parecen querer salir de sus órbitas y le dice de un solo tirón: ¡No me lo van a creer! Luego queda inconsciente.

Media hora después:

Carlos y otro amigo, Damián, conversan sentados en la sala de la casa de Juan José, quien ha sido trasladado al centro hospitalario más cercano en el auto de un vecino. Son muchas las hipótesis sobre qué le pudo pasar al compañero de ambos, que hace menos de 24 horas se veía lleno de vida, optimista, con un entusiasmo insuperable.

—Quizá tenía problemas de salud que no había confesado a nadie, o que él mismo desconocía —especuló Carlos y trató de argumentar su idea. Eso suele pasar. Cuántas personas vemos bien y de pronto nos enteramos de que ha fallecido por equis motivo y todo pasa en un abrir y cerrar de ojos.

—Sí, sobre todo cuando cierra los ojos. Comentó Damián logrando un chiste involuntario que Carlos censuró con una mirada de desaprobación. ¡Sí, brother! —insistió Damián. Es posible que no sea un problema de salud, sino un hecho fortuito, inesperado: ¿Qué fue lo único que te dijo?

—¡No me lo van a creer! —responde Carlos

—¡Ves! Además, lo encontraste desaliñado, sin fuerzas. Supón que antes de tú llegar aquí, había salido alguien al estilo de… ¡Maritza! Sabes bien que Juan José estaba loco por «chocar» con ese «cañón», ¡y se le dio! La verdad es que nadie se lo iba a creer. Ni él mismo.

—Compadre, esto es un asunto serio —comenta Carlos a modo de regaño. Damián lo mira y mueve la cabeza asegurando que él también piensa que es un asunto serio y expone otra idea:

—Pensemos entonces en algo fuera de lo normal, en lo que nos sería difícil creer: Una visita de los extraterrestres, una llamada del inframundo, ¡una buena brujería!

—Por ahí puede estar la cosa, pero pienso en algo más terrenal, más científico. Recuerda que Juan José estaba trabajando en varios proyectos…

—Sí, incluyendo una máquina del tiempo para ir al futuro a ver si ya se había inventado una vacuna para la pandemia y algunas otras mejorías…

—¡Ahí puede estar la clave! Vamos a ver en su cuarto de estudios —dijo Carlos notablemente entusiasmado.

Ambos jóvenes atravesaron la casa hasta el patio trasero, subieron una oxidada escalera de caracol y se adentraron en una habitación que más bien parecía una bohardilla. Allí estaba la máquina fruto de las inventivas de Juan José. Al parecer había sido usada y funcionaba. El artefacto mantenía intermitente un bombillo que anunciaba la descompresión de traslado y en otra pantalla un nombre y un número daban la idea del lugar a que fue programado el viaje: esa insólita travesía al futuro que dio lugar a la última frase que se le escuchara al ingenioso científico. Juan José Iglesias Salfrán recién había regresado de La Habana de 2023.

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