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Abandonados a su suerte en el Kilómetro cero

En el escenario del Teatro Martí cobraron vida las desgarradoras historias que forman parte de una obra que, además de sensibilizar al público, invita a reflexiones ancladas a la sociedad cubana

Autor:

Beliza Ramos Fernández

Se apagaron las luces y alrededor de cinco minutos de constantes aplausos no bastaron para despedir al elenco acompañado por su directora. Me refiero a la emoción y sensibilidad que abrazó al público luego de concluir Kilómetro cero, una obra que regresó a las tablas el pasado fin de semana, pero esta vez bajo la luminosidad del Teatro Martí.

Fue estrenada el 8 de octubre de 2022 en la sede de la destacada agrupación teatral Argos Teatro, con texto y dirección de la reconocida actriz y directora Liliana Lam, quien recorrió varios escenarios dentro y fuera de la capital, contando con gran aceptación del público.

La pieza está inspirada en el libro Pingueros en La Habana, de Julio César González Pagés, forma parte de un proyecto investigativo que desarrolló desde 1998 hasta 2012, y más tarde, en 2014, fue presentado en el Pabellón Cuba con motivo de la Feria Internacional del Libro, aunque luego se ha actualizado debido a los cambios sociales que se producen con el transcurso del tiempo.

El volumen recoge el testimonio de 150 jóvenes y adolescentes entre los 18 y 25 años que practicaron la prostitución en la capital cubana como única vía de sustento económico diario, así como sus experiencias de vida, sus historias pasadas, los motivos por los cuales se habían adentrado en este camino y sus intereses futuros.

Foto:Joel Hernández Marín

Al momento de la presentación del libro, hace casi diez años, el propio autor expresó: «Considero que su mayor virtud tiene que ver con que visibiliza muchos de los fenómenos que acontecen alrededor de la prostitución masculina, y que muchas veces desconocemos por prejuicios machistas y homofóbicos (…). Creo que para prevenir hay que educar y muchos de los jóvenes que entran en ese mercado lo hacen en situaciones muy vulnerables, por lo que no podemos dejarlos abandonados a su suerte».

Una recopilación de sensibilidad

Ambientada en el 5 de julio de 2009, la obra comienza con la aparición de César, un personaje central interpretado por Ray Cruz, quien representa a un profesor de Historia de 40 años de edad que se aventura a la investigación de la prostitución masculina en La Habana. El actor surge desde la oscuridad de la platea y, caminando
entre el público, lanza la incógnita: «¿Qué es el kilómetro cero?». Así comienza la invitación a la reflexión: ¿se trata de un punto de partida o de un punto final?

Este profesor, catalogado como «el raro» por sus compañeros de escena, llega hasta el bar que, intencionalmente, tiene por nombre Kilómetro cero, para convertirse en el eje central alrededor del cual girarán las historias de los demás personajes. Recurre a este lugar con el propósito de llevar a cabo su investigación y recolectar las vivencias de los jóvenes que allí frecuentan y que se dedican al trabajo sexual como fuente principal de sustento económico.

Por medio de las entrevistas, César se va acercando a esos muchachos para mirar más allá de los prejuicios y, sin juzgarlos, se interesa por saber sobre sus vidas, cómo se iniciaron en ese mundo, por qué se mantenían en él; pero sobre todo, la última pregunta siempre se repetía en cada interrogatorio: ¿Cuál es tu propósito?, ¿hasta dónde quieres llegar?.

Así desfilaron al desnudo las historias de cada uno de los practicantes de la prostitución masculina. Escuchamos a Clara (Frank Andrés Mora), una mujer transexual y dependienta del bar, que desde los seis años se convirtió en un
juguete sexual y fue víctima de constantes violaciones; a Leo (Hamlet Paredes), un expresidiario cienfueguero que se prostituye para garantizar el bienestar de su mujer y su hijo.

Foto:Joel Hernández Marín

También a Tony (Andro Rodríguez), un joven consumidor de drogas que se vio obligado a prostituirse por la precaria situación económica de su familia y para asegurar la alimentación de su abuelo enfermo; y a Alfre (Daniel Barrera) y Estrella (Laura Alejandra Mesa), dos guajiros que vinieron desde Manzanillo a la capital en busca de mejorar económicamente y para ello estaban dispuestos a hacer cualquier cosa.

A pesar de sus diferentes circunstancias y lugares de procedencia, se ven unidos por un lazo más fuerte: todos tienen sueños y propósitos en la vida, aunque parezcan estar encerrados en un círculo y sea un tanto difícil alcanzarlos por el momento.

De conjunto con el transcurso de la obra sobre el escenario, se emplea la proyección en pantalla de fechas, lugares y horarios que ayudan al espectador a comprender mejor el orden cronológico de los sucesos, así como ambientaciones del mar que nos brindan una impresión más realista del Malecón habanero en una de las escenas.

Al mismo tiempo, se van narrando en la pantalla grande fragmentos de los hechos ocurridos en Caibarién desde 1994, donde se nos muestra a un niño que es abusado sexualmente por su propio padre y luego por su hermano. Ese niño resulta ser Carlos (Peter Rojas), un joven de 22 años que ahora se encuentra en la capital bajo la presión de su hermano mayor, a quien debe darle parte de todo el dinero que gana prostituyéndose diariamente.

Yunier (Alberto Corona) es el proxeneta, tanto de su propio hermano, como de los demás jóvenes, y su mayor interés se centra en el dinero, aunque para ello ponga en riesgo la integridad física de los muchachos.

También aparece en el escenario el personaje de Sergio, interpretado por los reconocidos actores Roque Moreno y Waldo Franco, que llega para corromper los límites marcados por Alfre, pero que se pierden ante el poder que ejerce el dinero sobre cada uno de ellos.

Entre los diálogos de la pieza se van incorporando varios temas musicales como símbolos de la cubanía y la autenticidad del ambiente capitalino, así como también para complementar algunas de las escenas más relevantes.

Muestras de masculinidad

No es la primera vez que vemos a Liliana Lam comprometida con la realización de obras teatrales que abordan temas de género, tanto escribiendo los textos como dirigiendo las puestas en escena, y hasta interpretando a los personajes. De mano con su compañero de vida, Alberto Corona, ambos han ido creando una saga de piezas que conforman hoy una alta expresión de los temas asociados con los prejuicios, el machismo, los tabúes y las normas marcadas por la sociedad.

Es el caso de Favez (2021), un monólogo presentado en varios escenarios del país y que trajo a las tablas el texto Por andar vestida de hombre, igualmente un libro de Julio César González Pagés. Se trata de la trágica historia de Enriqueta Favez, una suiza que se instaló en oriente y se convirtió en la primera mujer que ejerció la Medicina en Cuba en el siglo XIX, pero para ello suplantó la identidad de un hombre, pues en aquella época eso era inadmisible.

En mayo de este año también tuvo lugar en Habana Espacios Creativos la puesta en escena de Intimidad, un trabajo que enfoca en la sociedad cubana actual los diferentes roles de género impuestos que pueden existir dependiendo de las circunstancias en que conviven sus protagonistas.

Siguiendo por estos temas, en exclusiva con Juventud Rebelde sobre la puesta en escena de Kilómetro cero, su directora, Liliana Lam, nos comenta acerca del mensaje que se propone hacer llegar a los espectadores y sobre la intención de lograr reflexiones con una obra como esta:

«Desde mi experiencia, las opiniones que me llegan, las personas que me escriben, que me llaman, que nos esperan afuera del teatro; creo que al público le llega un mensaje de alerta, de esperanza, de que las cosas pueden mejorar, de que siempre se puede hacer algo por un sector de la sociedad que está invisibilizado, o por una minoría que no ha tenido privilegios ni la atención que debería.

«Se debe crear esa conciencia de que detrás de cada vida hay una historia que merece ser escuchada y respetada, entonces, creo que ese es el mayor logro de Kilómetro cero, que las personas verdaderamente comienzan a replantearse el no juzgar y estar abiertos a entender que los seres humanos somos disímiles y que cada cual trae sobre sus hombros la carga de la familia y el contexto que le tocó. Por eso, no se debe ignorar ni juzgar».

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