Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Bicho malo

Ojalá usted pueda algún día leer y disfrutar tanto como yo de los exquisitos textos recogidos en el libro Una guagua es un país,  de la periodista e influencer Yuliet Calaña, más conocida por La Yuli de Cuba. Textos que te invitan a reír y a pensar en cada línea. Mientras llega ese momento aquí va un adelanto para que vea que, de verdad, La Yuli es única

 

Autor:

JAPE

Aunque no hubo Torneo Nacional de Softball, suspendido cuando ya teníamos un pie en el anden y otro en el coche del tren rumbo a Holguín, no todo fue triste y lamentable. Los periodistas de La Habana pudimos confraternizar (incluso jugar) con los colegas y eternos amigos de la Isla de la Juventud, y de paso mi estimada amiga Yuliet Calaña me regaló un ejemplar de su reciente volumen Una guagua es un país, de Ediciones Áncora.

¿No saben quién es Yuliet Calaña? Pues rápidamente les digo que es una linda persona de muy buena calaña, y todos dirán que es lo máximo cuando agregue que es más conocida por La Yuli de Cuba, una excelente influencer, periodista, de humor incalculable, que ha dejado plasmado en cada una de las crónicas que contiene este volumen (y en las redes). Ojalá usted pueda algún día leer y disfrutar tanto como yo de estos exquisitos textos que te invitan a reír y a pensar en cada línea. Mientras llega ese momento aquí va un adelanto para que vea que, de verdad, La Yuli es única. Para ella, y todos los colegas del Municipio Especial, un saludo, también especial, de dedeté. (JAPE)

Por Yuliet Calaña (La Yuli de Cuba)

¡Las cosas que a mí me pasan! Anoche todo iba normal. La misma luna, los mismos perros ladrando a lo lejos, los mismos amigos en el chat... Ah, pero los bichos, los bichos de la luz, esos sí no eran los mismos.

No sé si fue una apuesta entre ellos de «vamos a joder a la gordita» o que en el mundo de los insectos también existe un Messi bicho con el estado de gracia de la precisión. Lo cierto es que, desde el manchón de penal de mi lámpara, aquel animalito se metió de gol en la portería de mi oído izquierdo y comencé a vivir la experiencia más terriblemente fula de mis 30 años… Más, más fula que la goleada del PSG.

Lo sentía caminar, aletear, y perrear dentro de mí; lo sentía vivo, y empecé a comprender a las embarazadas con aquello de «se me mueve». De hecho, esto es lo más cerca que he estado de un embarazo: estuve embarazada anoche… ¡pero por el oído! Traté de sacármelo con el dedo, con un gancho de pelo y hasta con un palito chino… y nada.

Entonces me fui corriendo pal médico. Llegué y había un doctor jovencito. «¿Y este sabrá sacar bichos?», dije para mis adentros, pero después pensé que no me gustaría que, por ser joven, me cuestionaran si sé o no hacer periodismo, profesión en la cual tengo que lidiar con muchos y diversos bichos. Y le entregué mi oído confiadamente. Vertió una cápsula de diazepam en él para matar a la cosa esa, pero ya el animalito, cual oriental en La Habana, había plantado su «llega y pon» y no le importaron las inundaciones de diazepam. «Me filtro por unos días, pero siempre que llueve escampa», se habrá dicho.

Mientras esperaba en el lobby a que la medicina causara efecto, un custodio somnoliento me miraba curioso, intentando adivinar si yo era de aquellas personas que llegan a los hospitales con cosas raras metidas en algunas partes del cuerpo, porque él oía: «lo tiene bien adentro» «te lo veo», «se te está moviendo», «aguanta, que te lo voy a sacar», «está muy profundo y tú eres la culpable por haberte tocado tanto», «no es que lo tengas adentro: es todo lo que te metiste después»…, pero no sabía a ciencia cierta qué era lo metido, y mucho menos dónde.

Al rato de estar con el diazepam en el oído, el médico empezó a mirarme con una lupa… Hummm, a esa hora empezó a preocuparme mucho si me había lavado bien las orejas. Después, con unas pinzas terroríficas, intentó sacarlo, pero estaba inalcanzable. Ya yo comenzaba a ponerme histérica y el médico, para relajar, comenzó a hablarme del equipo cubano para el Clásico Mundial. «Médico, se le agradece, pero se trata de que me saque el bicho del cuerpo, no de que me meta otro», le dije y rió a carcajadas. Y es que yo, hasta con un bicho en la guataca, me paso de simpática… En fin, después de varios intentos fallidos, pasamos al lavado de oído y en la segunda jeringuilla con agua salió el tipo, que resultó ser la cosa más minúscula que he visto en mi vida, pero que me había provocado los mismos espasmos que una caballería mambisa. Así que, a quienes les preocupe, ya saben: a veces no es el tamaño, sino escoger bien el lugar para meterse y, claro, saber moverse… Y esto lo mismo sirve pa dar placer que pa molestar, como era el caso.

Concluyendo: esta vez bicho malo (el insecto) sí murió y bicho bueno (yo) volvió a ser feliz. Después de agradecer al personal médico, emprendí la partida a casita, no sin antes aclararle al custodio que se trataba de un bicho en mi oído. «¡Ah!», me dijo un poco decepcionado, porque a esas alturas del campeonato él se había armado en su cabeza la historia más morbosa de su vida y estaba tan despierto, motivado y caliente como lo estoy yo, a las 12 del día, en la cola del camello.

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