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Julián del Casal

Sus versos y prosas aparecieron en varios periódicos y revistas de la época

Autor:

JAPE

Retomando los volúmenes (I y II) de selección de cuentos, Costumbristas cubanos del Siglo XIX, realizado por Salvador Bueno, nos encontramos un nombre que para muchos podría ser novedoso cuando de literatura costumbrista, fino humor y periodismo significativo se trata.

José Julián Herculano del Casal y de la Lastra, devenido en el inolvidable poeta Julián del Casal, nació en La Habana el 7 de noviembre de 1863. Se gradúa como bachiller en 1879 y publica su primer poema, El Ensayo, en un seminario de arte, ciencia y literatura, en el número editado el 13 de febrero de 1881. Ese mismo año comenzó a trabajar como escribiente en el Ministerio de Hacienda e ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Finalmente abandonó sus estudios de leyes para dedicarse a la literatura.

En 1888 proyectó un periplo por Europa que incluía a Francia y España. Aunque el viaje no cumplió con los objetivos deseados, pues no pudo visitar París, sí le sirvió para tener una panorámica más cercana de la cultura y vida del Viejo Continente y hacer importantes amistades. Regresó a Cuba en 1889 y comenzó a asistir a las tertulias de la Galería Literaria. En 1890 publicó su primer libro de poemas, Hojas al viento.

Julián del Casal fue corrector de pruebas y un periodista audaz. Sus versos y prosas aparecieron en varios periódicos y revistas de la época y, a pesar de su pronta desaparición física, su obra sirvió para que fuera reconocido como un importante precursor de la expresión modernista en Latinoamérica .

Con apenas 29 años fallece súbitamente la noche del 21 de octubre de 1893 en casa de su amigo el doctor Lucas de los Santos Lamadrid. En la sobremesa, a causa de un ataque de risa provocado por un chiste de uno de los presentes, sufrió la rotura de un aneurisma, que causó una hemorragia mortal. Los
médicos consideraron que la principal causa de su deceso fue la tuberculosis.

Sobre Julián del Casal muchas personalidades han escrito invaluables odas dada su grandeza y sensibilidad. José Martí publicó en el periódico Patria días después del terrible desenlace: «Murió el pobre poeta y no le llegamos a conocer. ¡Así vamos todos, en esta pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Nos agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. ¡En verdad que es tiempo de acabar! Ya Julián del Casal acabó, joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran».

En el amplio y preciso prólogo a su selección de textos, Salvador Bueno dedica un espacio en que destaca la obra en prosa de este inmenso poeta que también retrató, con profunda mirada y humor, la sociedad de su época desde el periodismo.

«En las dos décadas finales del siglo XIX, tanto Ramón Meza (1861-1969) como Julián del Casal publicaron artículos que traspasaron los límites del costumbrismo tradicional. (…) Casal tuvo que dedicar muchas horas a la actividad periodística para subsistir en aquel régimen que lo nauseaba. Entre sus artículos de carácter costumbrista hallamos algunos que bosquejan ciertos lugares habaneros: El Matadero y Un Café. La serie de crónicas que tituló La sociedad de La Habana, iniciada con la dedicada al capitán general Sabas Marín y su familia, le costó el modesto empleo que ocupaba en el Departamento de Hacienda.

«La crónica social dedicada a los personajes oficiales y a la alta burguesía peninsular y criolla, con sus fiestas y reuniones, se convierte a veces en la pluma de Casal en una sátira implacable».

La Prensa (fragmento)

Desde hace algún tiempo, hemos adquirido una costumbre esencialmente británica: la lectura de los periódicos. Si salís a la calle, al brillar el sol, veréis sentados en las puertas de los establecimientos, acaudalados comerciantes, con el traje del trabajo, leyendo ansiosamente, ora en voz alta, ora en voz baja, los diarios matinales.

Si detenéis el paso, al cruzar delante de una casa familiar, veréis también, tras las rendijas de las persianas, al jefe del hogar, arrellanado cómodamente en ancha butaca, recorriendo las líneas del periódico que sostienen sus manos.

Tanto el comerciante como el padre de familia no pueden dedicarse con verdadero gusto a sus ocupaciones diarias si no han leído previamente los periódicos. La lectura de los diarios es una de sus primeras necesidades. Solo se alimentan intelectualmente de periódicos. También es cierto que por ello no se olvidan de que saben leer. Durante la mayor parte del día, oiréis igualmente, ya en la calle, ya en vuestro hogar, los gritos de innumerables vendedores de periódicos que circulan por la ciudad. Casi todos los que se dedican a la venta son pilluelos ágiles, semejantes a los de Londres, que meten el periódico por los ojos, conocen el contenido de los artículos, interrumpen la marcha de los carruajes, ofrecen proporcionar los números prohibidos y se cuelgan de los ómnibus, a riesgos de golpes mortales, como racimos humanos.

No presentando grandes dificultades la fundación de un periódico, puesto que no se necesita protección, ni dinero, ni se adquiere inmediata responsabilidad, aparecen frecuentemente, en el estadio de la prensa, nuevos representantes de los diversos partidos políticos. Unos logran sostenerse a costa de grandes esfuerzos; otros desaparecen rápidamente por falta de lectores; siendo difícil que alguno prospere, toda vez que el público tiene sus diarios predilectos.

A pesar de las persecuciones que sufren los periodistas, la prensa habla diariamente de los sucesos ocurridos, ya en forma clara y terminante, si el hecho es del dominio público, ya en forma novelesca, si se trata de encumbradas personalidades. Por más que se valga de este último medio, el público comprende fácilmente lo que se quiere decir. También existen algunos periódicos que se dedican al chantaje, en grande escala, para compensar la falta de lectores. Así se explica la existencia de algunos diarios que tienen muy poca importancia.

Julián del Casal
(El Conde de Camors)
Revista La Habana Elegante.
La Habana, 13 de mayo de 1888.

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