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Carta de amor a Du Liniang

Juventud Rebelde comparte las crónicas del colega durante su participación en la 8va. edición del Foro de Organizaciones de Periodistas de la Franja y la Ruta, celebrado en China en julio último

Autor:

Enrique Milanés León

DEFINITIVAMENTE, o más extraordinario de cuanto vi en una semana en Jiangxi fue la representación de la obra El pabellón de las peonías, pieza cumbre de la ópera y de todo el teatro chino, escrita en 1598 por el maestro ya clásico Tang Xianzu, quien no en vano es considerado por muchos como «El Shakespeare del Oriente».

Siendo justos, también, podría invertirse el modelo y decirse que Don William es «El Tang Xianzu de Occidente», en tanto el escritor asiático no tiene, en teatro ni en poesía, en sugerencia o belleza, nada que envidiar a nadie.

Lo cierto es que cuando visitamos el Memorial de Tang Xianzu, orgullo mayor del distrito de Linchuan, en la ciudad de Fuzhou, apenas comenzábamos a adentrarnos en el laberinto de emociones del autor que, a 409 años de su muerte, sigue despertando vidas.

Un joven guía —con extraordinarias cualidades para el canto demostradas al final de la presentación— condujo el repaso por la obra del creador que vivió en el tiempo de la dinastía Ming, escribió su pieza mayor por los años en que Shakespeare concebía su Romeo y Julieta y Cervantes su Quijote y, para colmo de coincidencias, falleció en el mismo 1616 en que callaron para siempre las plumas de esos dos genios europeos. Literariamente al menos, el mundo sufrió ese año un terrible eclipse de soles.

Tang Xianzu no la tuvo fácil, por sus ideas políticas; pagó el precio de defender a la gente y recibió algún castigo hasta que se dedicó finalmente a lo que mejor sabía: escribir.

Escultura interesante porque Shakespeare y Tang Xianzu murieron el mismo año. Foto: Del autor.

La distancia, el misterio, la complejidad de la cultura china y también la habitual muralla de discriminación erguida por Occidente hacia «lo otro» han mantenido hasta hoy un velo sobre este genio, lo cual no hace más que multiplicar el asombro una vez que se le descubre.

Además de apreciar su legado en el Memorial, un imponente palacio, el mejor camino para descubrirlo es disfrutar las resonancias de su obra en pleno siglo XXI, y eso fue lo que hicimos en la noche los periodistas internacionales de visita en la provincia.

Vimos la excelente producción de El pabellón de las peonías —o Historia del alma que regresó— y al menos este cubano no termina de entender cómo cabe tanta belleza en una obra teatral.

Desde ejes temáticos universales —el sueño, la muerte y el amor—, la pieza, escrita originalmente para montarse como ópera tradicional Kunqu, relata la pasión entre la hermosa Du Liniang y el joven erudito Liu Mengmei, quienes para terminar juntándose deben superar obstáculos tan severos como la vida perdida.

Esta es la historia: ella se queda dormida en el jardín y, en sueños, conoce a un joven que no había visto jamás. Las dulces insinuaciones de este inflaman un amor que no se detiene ni siquiera cuando el pétalo que cae sobre la muchacha la despierta y regresa a la realidad.

Du Liniang no deja de amarlo. Tanto lo hace que termina muriendo y, al cabo, el juez Hu, jefe del inframundo, decide que, efectivamente, esa unión está predestinada y la retorna al mundo terrenal. «Espera, el hombre de tus sueños que descubra tu tumba ha de llegar», le dice Hu, y poco después, asumiendo riesgos y castigos, el amado Liu Mengmei la exhuma y la devuelve a la vida. ¿Hay que decirlo? ¡Triunfa el amor!

La grandeza de El pabellón de las peonías no queda solo en el argumento. Su montaje combina la poesía ancestral china con la actual tecnología para consumar una velada impactante que no abandonará jamás el alma de quien la ha visto.

Los trasvases del sueño a la realidad, de la vida a la muerte y viceversa, se recrean al compás de la música Kun, con un fantástico trabajo de luces y recursos de utilería que incluyen escenarios acuáticos y plataformas ascendentes.

Desfile previo a la presentación de la obra. Foto: Del autor.

Probablemente, lo más llamativo para el público occidental sea que no puede sentarse en una butaca de inicio a fin, sino que debe andar, en una suerte de teatro a cielo abierto, por diferentes espacios, distantes a veces, que le permitirán literalmente caminar con la obra.

Se ha escrito mucho sobre los desafíos contemporáneos de tal montaje, tanto en la traducción de la letra como en el ajuste al ritmo de la China clásica y la ponderación de su prosa, pero todo eso lo resuelve la poesía, siempre la poesía, que suele traspasar no solo épocas, sino también tecnologías y hasta lenguas.

Para seguir con los paralelos, El pabellón de las peonías se tiene también como una historia equivalente a Romeo y Julieta, en tanto su heroína pasó a ser asumida como símbolo de la libertad para amar. A tal punto caló esa idea que en otras épocas algunas jóvenes apasionadas se quitaban la vida y se hacían sepultar con un ejemplar del texto confiadas en que, al final, el amor las traería de vuelta.

Por otras cosas también, pero valió la pena ir a China —tomar siete vuelos, un tren bala y varias guaguas desde mi Cuba querida— sobre todo para ver esta obra. Después de haberlo hecho y soñar en el jardín, es altamente probable que este cubano muera, ardiendo de amor por la bella Du Liniang.

En todo caso, si cayera lo haría convencido de que nuestra unión está predestinada y de que el juez Hu, generoso de nuevo, me regresaría del inframundo para que ella me exhume y podamos estar juntos, para siempre, en El pabellón de las peonías.

 

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