Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mariano no es uno,  es muchos

Para Delvys Fernández, su personaje en Regreso al corazón tiene capas, contradicciones, y eso permite que la interpretación sea un desafío constante

 

Autor:

Félix Alexis Correa Álvarez

 

El actor Delvys Fernández nació en Santa Clara, aunque sus primeros recuerdos están ligados a pequeños pueblos de Cienfuegos. «Pasé parte de mi niñez en un pueblo llamado Arimao, y también viví en La Sierrita, porque mi familia paterna es de esa zona. Mi infancia fue un tanto gitana», recuerda. Sin embargo, fue Remedios, la tierra de su madre, el lugar que lo marcó para siempre y donde se adentró en una adolescencia que definiría su camino.

«Remedios es un lugar que amo, aunque no lo visito con frecuencia. Lo añoro y siempre estoy pendiente de lo que ocurre. Mi vida, mi juventud, están allí, y me siento orgulloso de que muchas personas me reconozcan como remediano», confiesa.

De esa misma raíz proviene, además, su identidad parrandera, pues declara con orgullo: «Soy sansarí de pura cepa. Amo mi barrio y me siento muy orgulloso de él. Desde lejos, igualmente, se vive esa pasión que nos une en la parranda».

El vínculo con el arte llegó casi por casualidad. Delvys asegura que nunca se imaginó en la actuación: «Desde muy chico siempre fui “muy prestado”, como digo yo. Nunca vi el arte como una vocación, jamás me imaginé que iba a ser actor. Pero en la escuela siempre estaba dispuesto a disfrazarme, participar en actos o aprender un poema».

Ese carácter abierto lo llevó a acercarse al teatro, gracias a una novia aficionada de la Casa de Cultura de Remedios y, sobre todo, al impulso de su instructor, Juan Carlos Gallego.

De hecho, el primer paso lo dio casi sin darse cuenta: «Un día Gallego me propuso: ¿Por qué no actúas con nosotros en una obra? y me coló en el espectáculo. Después me dijo: Oye, tú tienes vocación para esto, deberías tomártelo en serio». 

Poco después se presentó a las pruebas de la Escuela Nacional de Arte en La Habana, alentado por aquel maestro que creyó en él. «Lo curioso es que, aunque muchos no lo crean, la primera obra de teatro profesional que vi en mi vida fue en la escuela de arte. Realmente caí en esto casi de fly», revela entre risas.

—Una de tus primeras facetas es el teatro para niños. ¿Qué huella ha dejado en ti el trabajo encaminado a ese público?

—El teatro para niños lo amo y lo amaré siempre. El público infantil es muy sincero; cuando no le gusta una puesta en escena, sencillamente se levanta y se va. Disfruté muchísimo mi etapa en el teatro, y estoy abierto a volver a hacerlo. Cuando uno hace teatro para niños también se convierte un poco en niño: deja volar la imaginación y, sobre el escenario, vuelve a sentir que tiene esa edad en la que los sueños y las ilusiones son mágicos.

—¿Cómo te acogió la televisión? 

—Mis inicios en la televisión fueron, curiosamente, como conductor. Hice un casting para el Canal Educativo, que en aquel momento estaba buscando presentadores para sus programas, las conocidas teleclases, y así comenzaron mis primeros pasos frente a las cámaras. Como cualquier joven, tenía la ilusión de llegar algún día a hacer algo más, y poco a poco se me fueron abriendo las puertas.

«Mi entrada en los dramatizados de la televisión fue gracias al ya fallecido Miguel Sosa, un director a quien agradezco infinitamente. No solo me ayudó a mí, además lo hizo con muchos otros jóvenes, porque tenía esa magia de tender la mano y dar oportunidades. Lo más bonito es que yo no hice casting: él me vio en las teleclases del Canal Educativo, me llamó a la Casa Productora, y así llegó mi primer personaje: Alberto, en Los tres Villalobos.

«Fue una experiencia única, porque todavía existía el género de aventuras en televisión y uno se imaginaba cómo sería, pero nada se comparaba con estar allí, en los grandes sets, donde se recreaban pueblos completos con maquetas. Para mí fue inolvidable: incluso cuando no tenía que estar en escena permanecía mirando, aprendiendo, absorbiendo todo.

«Tuve la suerte de ver de cerca a grandes actores que hoy considero referentes. Los vi creando personajes,
disfrutando del oficio y, sobre todo, enseñándome con su ejemplo lo que significaba estar en ese medio. Así comenzó mi historia en la televisión, una experiencia muy bonita de la que luego surgirían muchos personajes más».

—Hablemos de Mariano en Regreso al corazón. Aunque tiene una moral dudosa y acciones cuestionables, también muestra un profundo amor por su familia, aunque en una forma retorcida…

—Mariano es un personaje que tiene una personalidad retorcida, calculadora y manipuladora. Todos los televidentes lo ven como extremadamente oscuro, pero a mí me encantan este tipo de personajes; me gusta estudiarlos. Creo que entre Loysis Inclán, Eduardo Eimil y yo hicimos un trabajo arduo, incluyendo a Linda Soriano, porque queríamos mostrar una familia. Queríamos que, a pesar de todo, Mariano fuera un padre de familia: evidentemente, hace cosas incorrectas, pero sigue siendo parte de una familia unida, como muchas que existen en la vida real.

«Intentamos humanizarlo, mostrar que no existe el ser humano perfecto. Como digo yo, no solo está el blanco y el negro, sino también el gris. Eso hizo que Mariano cobrara aún más vida, porque vemos a una persona que se equivoca, que es retorcida, que tiene todos los defectos que los televidentes pueden percibir, pero que, a su manera, ama a su familia».

—Los villanos suelen ser personajes complejos. ¿Qué elementos de Mariano buscaste resaltar para que no fuera un «malo plano», sino un ser humano con matices?

—El reto precisamente era hacerlo público, llevarlo a todas las casas de Cuba, mostrarlo a todas las personas. Mariano, evidentemente, es un hombre que manipula a su esposa. A la vez mostramos a Letizia, una mujer con carencias afectivas y falta de apego, que encuentra en Mariano, de alguna manera, su bandera.

«Ha sido un fenómeno interesante, porque me han escrito numerosas personas en las redes sociales. Muchos hombres no saben lo que están haciendo, pero a través de la televisión se ven reflejados en este tipo de personajes. A veces, quienes están inmersos en estos problemas no encuentran la salida o no saben por qué actúan de determinada manera.

«Creo que, de alguna forma, Regreso al corazón está mostrando a la familia cubana y este tipo de sociedad que, en muchos aspectos, no está acorde con los tiempos que vivimos. La novela permite visibilizar estas dinámicas y generar reflexión sobre ellas».

—¿Qué retos te impuso interpretar a un hombre que representa actitudes machistas en un contexto donde la sociedad cubana debate precisamente estos temas?

—Mariano es un personaje que ha sido muy interesante, porque he encontrado tanto odio como justificaciones hacia él. Me resulta muy simpático encontrar personas que se me acercan discretamente y me dicen: «Sabes, tal vez yo lo hubiera hecho igual» o justifican algunas de las acciones de Mariano. Por otro lado, también, hay quienes me dicen: «Lo odio, es lo peor que puede existir.

«Eso es lo bonito que tiene Mariano para mí como actor: es un personaje con demasiadas aristas por donde abordarlo; eso lo hace vívido e interesante. Tiene capas, contradicciones, y eso permite que la interpretación sea un desafío constante y emocionante».

Actualmente, Delvys se encuentra trabajando en nuevos proyectos: la serie Emocionalmente subversivas, bajo la dirección de Elena Palacios, y la novela Mujeres de café, de Ernesto Fiallo. El actor asegura que disfruta cada experiencia, aprende de sus colegas y aporta su pasión por construir personajes complejos y con matices.

Fuera de la actuación, tiene una vida llena de pasiones: cocinar, los autos antiguos y la mecánica son hobbies que lo acompañan, mientras que la política internacional y la lectura mantienen activa su curiosidad intelectual. Como él mismo dice, analizar, debatir y estar informado, forman parte de su forma de vivir y de pensar, como dar vida a cada personaje en la pantalla o el escenario.

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