«Igor» vino al Huelga. Foto: Juan Moreno Tal vez un batazo de Juan «Igor» González, incursionando apenas como emergente, hubiera roto alguna de las dos lechadas que el equipo Cuba Azul le propinó a Puerto Rico, en el torneo José Antonio Huelga.
Pero el presidente de la Federación de Béisbol de Borinquen, Israel Roldán, había aclarado —antes del viaje a La Habana— que «Igor» no puede alinear defendiendo a su país «porque se lo impide su contrato con los Cardenales de San Luis, en EE. UU.»
«Él no cobra por sus servicios como coach de bateo del equipo nacional y eso es maravilloso», dijo Roldán. «Me gustaría que más jugadores puertorriqueños de Grandes Ligas sigan su ejemplo desinteresado, y el de Tony Valentín, quien dirigió el equipo nacional juvenil», agregó.
Pero, ¿quién es este gigante, cuya presencia en Cuba despierta el interés de la prensa internacional?
El talentoNacido en Arecibo, el 20 de octubre de 1969, aquel muchacho destinado a empuñar el madero fue fichado solo 16 años después por una organización profesional, el mismo sistema a causa del cual no ha defendido jamás la bandera de su país.
«Sé que hay mucha historia en este parque Latinoamericano, por aquí han pasado peloteros excepcionales, y pisar este terreno me demostró que todavía puedo recibir nuevas emociones», dice, al pie del banco de tercera base, en el estadio del Cerro.
Defensor de los jardines, y más recientemente bateador designado, el boricua ocupa el lugar 37 de todos los tiempos en las Grandes Ligas, con 434 jonrones.
—¿Está al tanto de nuestro béisbol?
—No lo suficiente, pero lo que veo me ha bastado para tener una certeza: los cubanos, subcampeones del I Clásico Mundial, seguirán siendo la Meca de la pelota latinoamericana.
Profundamente religioso en sus convicciones —«No sé si me exaltarán al Salón de la Fama, lo importante para mí es Dios, mi familia, mis hijos, mi tierra»— González se recupera de un abdomen bajo, una desgarradura cerca de la pelvis.
Criado en Vega Baja, y residente en Río Piedra, va casi todos los días de uno a otro sitio, «a ver a los viejos».
—Y de Cuba, ¿qué?
—Bueno, si tengo tiempo, el día libre, me iré a La Habana Vieja, un lugar que me encanta, como me encantan los cubanos.
Y dejó en suspenso, como flotando en una atmósfera mística, numerosas posibilidades. La de volver a los terrenos, la de jugar con Puerto Rico en el II Clásico Mundial, y la de seguir viniendo a Cuba.