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Ni la OTAN ni el Pentágono quieren la paz

El 2023 trae la misma angustia para el planeta, mientras las industrias armamentistas siguen llenando sus bolsillos a costa de las necesidades humanas

Autor:

Juana Carrasco Martín

No podía ser de otro modo. En conjunto, son las maquinarias bélicas más poderosas del mundo. La guerra es su razón y objetivo. No se trata de defender libertad y democracia como pregonan, sino mantener y proteger los intereses de los grandes capitales en cualquier lugar del mundo y  multiplicar las ganancias multimillonarias de las industrias militares.

Se deduce sin dificultad alguna de las recientes declaraciones de Jens Stoltenberg, secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mirando al Este que considera enemigo.

El paso más rápido hacia la paz es enviar más armas a Ucrania. Así dijo en una entrevista cuando terminaba el año 2022, anunciando de hecho que 2023 será nuevamente una carga pesada para este angustiado planeta.

«Puede sonar como una paradoja, pero el apoyo militar a Ucrania es el camino más rápido hacia la paz», dijo a la agencia de noticias alemana DPA. «Sabemos que la mayoría de las guerras terminan en la mesa de negociaciones, probablemente esta guerra también, pero sabemos que lo que Ucrania puede lograr en estas negociaciones depende inextricablemente de la situación militar».

Está claro que ni Estados Unidos, la cabeza de la OTAN, ni los europeos que la conforman y se conforman con ese jefazo dominante, ponen los muertos. Para ellos, fundamentalmente para el Pentágono, se trata de una guerra proxy, esa que pone a pelear a dos contrincantes, mientras mira desde la barrera y cobra las entradas, es decir gana con los presupuestos que engordan a Lockheed Martin, Raytheon y otros consorcios, sin tener en cuenta que ese conflicto a distancia puede terminar en una guerra y los acontecimientos se han ido caldeando, al punto de que la operación militar especial de Moscú ya se acerca a un año de duración, mientras los encontronazos y bombardeos son cada vez más fuertes y saltan los límites geográficos.

El propio Stoltenberg reconoció recientemente ese peligro; sin embargo, prefiere insistir en que necesitan más armas, municiones, piezas de repuesto y mantenimiento de los materiales bélicos. Así de fácil fue el reclamo del otaniano: «Esta es una tarea enorme. Necesitamos aumentar la producción, y eso es exactamente lo que están haciendo los aliados de la OTAN».

Dijo más el ejecutivo de la OTAN a la agencia noticiosa alemana DPA, sobre presiones en curso; «Algunos aliados están fuertemente a favor de convertir el objetivo del dos por ciento en un objetivo mínimo». Se trata de que los 30 miembros de la alianza atlántica gasten esos montos en planes militares para 2024, lo que muy pocos hacen hasta el momento.

Según una estimación de la Cámara de los Comunes del Reino Unido, solo nueve miembros de la OTAN habrían alcanzado la marca del dos por ciento en 2022, aunque no ha dado las cifras del aumento del gasto militar tras los acontecimientos de Ucrania, para la que varios han abierto sus «santabárbaras», siguiendo el paso alucinante de la Casa Blanca, cuyo apoyo desmesurado a Kiev se traduce en un regalo de cumpleaños, Santa Claus y Reyes Magos —todos juntos— para los fabricantes de armas del Occidente.

Esa supeditación a los dictados washingtonianos la confirmaba la publicación militar estadounidense Stars and Stripes haciéndose eco de las declaraciones del jefe de la OTAN, aunque el acuerdo del dos porciento data de una cumbre de jefes de Estado celebrada en 2014 en Gales, y ahora esperan ratificarlo en próximo encuentro cimero en Vilnius, la capital de Lituania, porque no ha tenido ejecución práctica.

Pero Stoltenberg no pierde las esperanzas de que se suban al carro del despilfarro sus 30 adjuntos y, efectivamente, algunos están en la mejor disposición, como es el caso de Polonia, nación que piensa disponer del tres por ciento de su PIB para esos propósitos en este mismo año y no parar hasta el cinco por ciento más adelante. Como también lo han hecho ya el Reino Unido, Grecia, Croacia, Letonia, Lituania, Estonia y, por supuesto, el mayor interesado, Estados Unidos.

La insensatez de priorizar las armas

 Sin embargo, otros no están dispuestos a apretar con rapidez ese botón caliente, porque los dineros para armas se traducen indefectiblemente en menos para salud, educación y otros acápites del mayor interés y beneficios de sus ciudadanos con menos recursos económicos o los indispensables para el día a día. Que a no dudar, son valías y valores opuestos.

Este sábado 7 de enero, regresaban a las calles de París los chalecos amarillos en protesta por la inflación y la reforma de las pensiones. Por ahora, fueron menos que en las históricas jornadas de hace cuatro años, aunque apenas comienzan estas manifestaciones que uno de los que protestaban declaraba a Europa que las demandas son más apremiantes: «la situación se ha deteriorado considerablemente. La gente ya no tiene medios para alimentarse, para albergarse, para curarse»; sin duda, más viscerales aún que los reclamos de 2018.

Los medios locales no han recogido ninguna opinión entre esos franceses de las protestas sobre el grave problema del enfrentamiento que tiene por escenario a Ucrania, pero que repercute en la economía del Viejo Continente, como sí ocurrió en anteriores manifestaciones en la República Checa y en Alemania; pero tampoco se descarta que se llegue a la raíz del problema en este caso: sobreponer los bolsillos repletos de la industria bélica a los bolsillos vacíos del vulgo y sus ignoradas necesidades.

Pongamos el caso de EE. UU., donde es demasiado obvio que los gastos militares le dan la espalda a las carestías de una parte nada despreciable de la población estadounidense. Miren lo que sucedió el pasado 28 de diciembre, cuando el Congreso aprobó el proyecto de ley de asignaciones generales con una cifra monstruosa de 1.7 billones de dólares —desglosados en cuatro mil páginas que, se dice, ninguno de los representantes y senadores leyó—, pero que destinó para la «Defensa», exactamente 858 000 millones, sobrepasando los 772 500 millones para el bienestar de la población, como afirmaba en análisis sobre el tema hecho por el veterano político estadounidense Ron Paul.

 Paul puntualizaba que otra entrega de armas por 44 500 millones de dólares se destinaba a Ucrania en ese presupuesto, lo que aumenta el gasto total de Estados Unidos en ese conflicto a más de 100 000 millones de dólares —repito otra vez, más que todo el presupuesto anual de Defensa de Rusia.

Si todo esto es una incongruencia evidente, agréguele otro contrasentido o insensatez, si no una burla a los valores humanos:

Jens Stoltenberg, quien aboga enfáticamente por el envío de todas las armas posibles al Gobierno de Kiev, el que ha dicho que armar a Ucrania sería «el camino más rápido hacia la paz», aunque todo el mundo sabe que estas solo pavimentan una guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, ha sido propuesto para recibir el Premio Nobel de la Paz.

La desatinada nominación de quien encabeza una coalición para la guerra, la hizo el parlamentario noruego Christian Tybring-Gjedde. Recordémoslo, el mismo que en 2020 llevó como candidato a Donald Trump. Y cuidado… Jens Stoltenberg, el secretario general de la OTAN desde el 1ro. de octubre de 2014, es un economista y político noruego. Quién sabe si el premio que otorga el Comité Nobel Noruego a quien haya  luchado por la paz, defendiendo los derechos humanos, promoviendo el desarme o resolviendo conflictos, se quede en casa.

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