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El mundo al borde de la asfixia

¿Qué ha cambiado desde que el estallido de la crisis de la deuda externa en América Latina hizo reparar en el pernicioso papel de las políticas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial?

 

Autor:

Marina Menéndez Quintero

¿Qué ha cambiado desde que el estallido de la crisis de la deuda externa en América Latina, allá por los años de 1980, hizo reparar en el pernicioso papel de las políticas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, respecto a la estabilidad financiera y económica internacional?

Muy poco, según se desprende de los informes de ambas entidades durante las llamadas reuniones de primavera celebradas esta semana en sus sedes en Washington, los debates que el encuentro ha generado… y lo que se vive cada día.

En todo caso, se distingue apenas el diáfano reconocimiento por ambas entidades de lo mal que anda el planeta, y lo peor que va a estar: decrecimiento del PIB (Producto Interno Bruto) a nivel global con respecto a la discreta recuperación lograda en 2022 tras la pandemia; mantenido aumento de la inflación, y reiteración de los llamados para que los bancos centrales no sigan tratando de contrarrestar el incremento de los precios subiendo las tasas de interés.

Los trascendidos de la cita impactan por sombríos, y llegan tras reportes de esos propios organismos, que ya avisaban de la debacle. Unos días antes de la reunión, el Banco Mundial alertaba que el decenio en curso podría ser otra «década perdida» y no solo para Latinoamérica, como ocurrió en los 80, sino para todo el orbe.

Según el documento, el «límite de velocidad de la economía global —entendida como la tasa máxima a largo plazo a la que puede crecer sin provocar inflación— caerá al nivel más bajo de los últimos 30 años. Como resultado, avisó, entre 2022 y 2030, el crecimiento promedio del PIB mundial caería hasta el 2,2 por ciento anual, lo que representaría una disminución de, aproximadamente, un tercio con respecto a la tasa observada entre los años 2000 y 2010.

Tales augurios han sido corroborados durante el encuentro de Washington en presencia de ministros, directivos de los bancos centrales de varias naciones y otros altos funcionarios de las finanzas, y explicados en detalle por el FMI.

La recaída la marca este 2023. Según la titular del Fondo, Kristalina Georgieva, las expectativas son que la economía mundial crezca apenas un tres por ciento frente al 3,4 del año pasado, una cifra aún menor que el 3,8 promedio conseguido en los años precedentes.

El panorama ha sido descrito por Georgieva como la no llegada de la «recuperación robusta que se esperaba», lo que ha achacado a la inflación, a pesar de su relativa y mínima disminución, gracias a lo que, en definitiva, es otro mal para los países pobres: la caída en los precios de las materias primas.

Cierto que la prolongación del conflicto en Ucrania y las medidas punitivas de EE. UU. y Occidente contra Rusia son altamente responsables, entre otros saldos, por su repercusión en el encarecimiento de los combustibles y, por vía transitiva, de los alimentos.

Pero, ¿qué hay de las añejas políticas impuestas, precisamente, por los organismos financieros que sostienen el injusto statu quo, responsables del modo en que se mueve el mundo financiero y económico?

Se estima que una buena cantidad de países altamente endeudados caerán en impagos a tenor de la crisis, y luego de que sus débitos se multipliquen debido a la subida en las tasas de interés.

La Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad) acaba de revelar que esas alzas provocan «niveles de sobrendeudamiento sin precedentes» en los países en desarrollo, y los exponen a importantes riesgos financieros.

Debido a ello, esas naciones tendrán que «devolver» mucho más de lo que han recibido. La Unctad asevera que el fenómeno costará a los países emergentes, en los próximos tres años, más de 800 000 millones de dólares en ingresos no percibidos.

Paliativos no son soluciones

Desde luego que las circunstancias obligan a las instituciones financieras internacionales a matizar su discurso. Durante una de sus varias intervenciones en los disímiles paneles y mesas en que transcurrió parte de la reunión, Georgieva recomendó a América Latina la implementación de políticas fiscales más estrictas subiendo, por ejemplo, los impuestos a los más ricos, de modo de no afectar —¡finalmente!— las partidas de gasto social para socorrer a los más débiles.

Claro que la medida, regida por un concepto de la justicia  similar a como la habría entendido Robin Hood, parece consecuente a pesar de los conflictos con la clase media que podría acarrear su puesta en práctica. Pero lo preocupante puede no ser exactamente el riesgo de la inestabilidad, sino los propósitos de la estrategia, que según la titular del Fondo «ayudaría a frenar la demanda interna, lo que permitiría que las tasas de interés se redujeran antes». Algunos temen que ello afecte el consumo de las familias.

En cualquier caso, paliativos no son soluciones. Ellas parecen estar en los reclamos, harto proclamados y ahora con más fuerza, de un nuevo orden económico y financiero internacional. Algo ha cambiado, en efecto, en este entorno durante los últimos 40 años, además de la nueva franqueza del FMI y del BM, y esos colores con que disfrazan las mismas estrategias. Además, ahora es ostensible la proliferación de voces audibles, oficiales y no, que se pronuncian contra su quehacer y, en general, contra el sistema.

La Cumbre Iberoamericana, un foro que no se ha caracterizado hasta ahora por pronunciamientos muy estridentes, se manifestó en su última cita de República Dominicana por una nueva arquitectura financiera internacional, en un comunicado especial en el cual proclamó que se necesita un flujo de recursos destinados al desarrollo sostenible, y ampliar el límite de acceso que tienen los países iberoamericanos en materia de financiamiento.

«Es preciso contar con instrumentos financieros innovadores, con condiciones que faciliten el endeudamiento sostenible, con miras a mitigar y/o reducir los efectos del cambio climático y promover los procesos de adaptación», puntualizó, entre otros señalamientos al desorden.   

En enero pasado, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, condenó el «sistema financiero global moralmente en bancarrota» y diseñado, dijo, «para beneficiar a los ricos y los poderosos».

Se afirma que incluso países como Francia y Alemania han defendido una reorganización del engranaje. Y líderes nacionales como el presidente de Argentina, Alberto Fernández, al duro timón de una de las naciones más endeudadas y que peor transitará por esta crisis —pues a sus difíciles y leoni-
nas negociaciones con el Fondo suma la agravante de sufrir una de sus peores sequías— ha gritado lo que otros muchos también podrían clamar: «No podemos dejar que nos asfixien».

 

Otras verdades

 

 

  • La inflación general mundial se reducirá desde el 8,7 por ciento que registró en 2022 al siete por ciento en 2023, debido al descenso de los precios de las materias primas, pero en lo que se refiere a la inflación subyacente es probable que disminuya más lentamente, dijeron los informes. En la mayoría de los casos, es improbable que la inflación vuelva a los niveles deseados antes de 2025.
  • Al destacar las contradicciones entre lo que el FMI receta y hace, un informe de Oxfam señala que mientras esa institución proclama el deber de los países pobres de gastar más en bienes públicos, las medidas de austeridad que les impone recortan, por cuatro veces, el valor de la inversión social recomendada.
  • La organización estadounidense
    Action Aid afirma que uno de los problemas de las políticas financieras internacionales es que entran en conflicto con los objetivos de desarrollo y a favor del clima.
  • Muchos alertan que la actual crisis mundial pone en peligro el cumplimiento de los Objetivos de Desarro-
    llo Sostenible 2030.

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