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De la fruta madura al litio… no hay diferencia alguna

A 200 años de una pérfida definición, Estados Unidos mantiene sus apetitos imperiales y con ello la injerencia y las intenciones de un saqueo neocolonial del hemisferio sur de Ámerica

 

Autor:

Juana Carrasco Martín

ALGUNA vez leí que Cuba está atrincherada ideológicamente desde el triunfo de la Revolución en una guerra a muerte con Estados Unidos. Aquella definición se me quedó grabada y aunque la alusión era realizada desde una posición crítica a un supuesto pertinaz inmovilismo cubano, lo vi desde nuestra perspectiva histórica.

El desarrollo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos en más de dos siglos de vecindad nos da la razón para seguir en la trinchera, lo que el Che explicó de una manera clara y en pocas palabras que los cubanos repetimos desde la conciencia de lo que somos y a lo que nos hemos enfrentado desde hace dos siglos: al imperialismo ni un tantico así.

¿Por qué? Es que del otro lado del Estrecho de la Florida sí que hay un atrincheramiento obstinado en una política que nos definió el 28 de abril de 1823 como «la fruta madura». Fue el entonces secretario de Estado John Quincy Adams quien dijo «hay leyes de gravitación política, como leyes de gravitación física, y Cuba, separada de España, tiene que gravitar hacia la Unión…».

Que conste, no era el único ni el primero con la apetencia hacia una fruta que en realidad les estuvo, les está y les estará prohibida y negada por decisión de los cubanos atrincherados en dignidad y orgullo patrio.

Dos presidentes sucesivos de EE. UU. hicieron asomar intereses primigenios sobre la isla que aún era colonia de España tan temprano como en 1810, Thomas Jefferson y James Madison, quienes consideraron que si Cuba caía «bajo cualquier Gobierno europeo» ello era contrario a los intereses de Estados Unidos porque afectaría el comercio y la seguridad de esa nación.

No olvidemos que se nos dio el título de «Llave del Golfo», lo que se traducía en la entrada en el sur del hemisferio, ese traspatio que la Política de la Fruta Madura y la bien conocida Doctrina Monroe, en la que se expresaron desde entonces las pretensiones de total dominio y saqueo del continente, considerara como el territorio encerrado en «América para los americanos». Y los «americanos» era el gentilicio escogido para los habitantes del naciente Estado donde pujaba con fuerza increíble el capitalismo voraz.

Aquel abril de hace 200 años ha quedado en la historia por las instrucciones de John Quincy Adams a Hugh Nelson, quien era su ministro en Madrid, para lo que fue desde entonces la agenda para ejecutar contra Cuba y, a través de ella, la política hacia el sur que se había liberado de España pero al que aspiraba tutelar y despojar.

A Madrid solo le quedaban Cuba y Puerto Rico, planteaba el documento que impune y desvergonzadamente apuntaba: «Estas islas por su posición local son apéndices naturales del continente (norte) americano, y una de ellas (la isla de Cuba), casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud de razones, de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra unión».

Era incluso detallista respecto a sus querencias por Cuba, la de «dominante posición» en el Golfo de México y el mar antillano, la del «vasto y abrigado puerto de La Habana» y un territorio base de un comercio provechoso, por lo que según Quincy Adams, que pocos años después llegó a ser presidente de Estados Unidos, no había otro territorio extranjero que pudiera comparársele por su valor para los intereses nacionales de la nación norteña, a la que debía vincularse geográfica, comercial y políticamente.

Es decir «la fruta madura», la Cuba que debe caer en su canasta de recolección, a la que bloquea y persigue con saña porque se niega a ceder soberanía e independencia, tiene expresión de política exterior en la Doctrina Monroe de diciembre de 1823, también de la autoría de John Quincy Adams, pero tomó el nombre del entonces presidente de EE. UU., James Monroe, a partir de la cual se desarrolló un imperio con sus guerras genocidas y de rapiña, con la compra o usurpación de territorios que colmaron la bandera de las 13 Colonias con las barras y las 50 estrellas del siglo XX.

En nuestro hemisferio se caracterizó por golpes de Estado y dictaduras militares que garantizaron el cartapacio neocolonial que le aseguró los recursos latinoamericanos y caribeños para las compañías y los emporios financieros estadounidenses.

El triunfo de la Revolución Cubana trastocó las pretensiones de Washington. La pequeña Isla se transformó en faro. Un mundo descolonizado emergió en otros continentes. Y eso es un problema para la política hegemónica de EE. UU. 

Esa es, resumida, la historia indispensable a recordar, porque estos términos con dos siglos por medio hasta nuestros días siguen definiendo el quehacer intervencionista, injerencista, así como las apetencias de Estados Unidos en la región que estiman, reitero, su pedazo de tierra para saquear.

A Cuba la han bloqueado por más de seis décadas y nada hace suponer que levanten tamaña injusticia, porque esta tierra y este pueblo cometen los pecados capitales de independencia, soberanía y resistencia. Y en cuanto al resto de  América, otros pueblos y naciones también hacen cara al vecino poderoso, que no ceja en sus pretensiones.

Más de una institución o programa ha ideado la Casa Blanca, sea quien sea el inquilino que la ocupe, para garantizar su «seguridad nacional» sometiendo «al traspatio», ya se llame OEA, TIAR, FMI, Banco Mundial, ALCA. Incluso un largo brazo militar que abarca en sus planes operativos 31 de los países de la región y 24 900 000 kilómetros, el Comando Sur, uno de los diez dispuestos en los cuatro puntos cardinales del planeta para certificar desde la fuerza dominio absoluto.

Precisamente por estos días, la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, la general de cuatro estrellas Laura Richardson, no se anduvo con tapujos al declarar en el think tank Atlantic Council cuáles son las nuevas frutas a cosechar para los intereses económicos y de seguridad nacional de Estados Unidos: 

«¿Por qué es importante esta región? Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras raras, está el triángulo de litio, que hoy en día es necesario para la tecnología. El 60 por ciento del litio del mundo se encuentra en el triángulo de litio: Argentina, Bolivia, Chile», comentó la jefa castrense.

A ello agregó otras importantes razones que a su juicio justifican la apetencia: la concentración de «las reservas de petróleo más grandes» del mundo, incluidas las de «crudo ligero y dulce descubierto frente a Guyana hace más de un año» —y esto explica la defensa a ultranza que hace Washington a la supuesta pertenencia territorial del Esequibo a Guyana y negárselo a Venezuela. Añadía Richardson: «Tienen los recursos de Venezuela también, con petróleo, cobre, oro», y dio un salto transfronterizo abarcador para demostrar la importancia geoestratégica de la Amazonía, «los pulmones del mundo».

Todavía faltaba más en la torva mirada de la representante militar del águila imperial y en ello utilizaba verbo posesivo sin discusión: «tenemos el 31 por ciento del agua dulce del mundo en esta región».

Conclusión de la jefa del Comando Sur: «Esta región importa»; a Estados Unidos le queda «mucho por hacer»… «Tiene mucho que ver con la seguridad nacional y tenemos que empezar nuestro juego».

El juego geopolítico de hace 200 años puso de justificación a viejos imperios coloniales: España, Francia, Reino Unido y Rusia… Ahora agitan como excusa a Rusia y a China. Es la intransigencia de quien no quiere perder hegemonía, ni ceder a la multipolaridad del mundo.

Por tanto, lo que se hizo historia en 1823 sigue siendo historia en este primer cuarto del siglo XXI. Nuestra intransigencia no corresponde al inmovilismo que se nos tilda, sino a la razón y a la justicia que nos acompaña con dignidad y patriotismo. Otro tanto corresponde a esta América nuestra, la que se extiende desde el Río Grande hasta la Patagonia, incluyendo a las hermosas perlas antillanas.

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