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Nuevo orden contra la desigualdad y la dependencia

Cambiar las reglas del juego es imprescindible para los que pagan el «precio de la prosperidad» del Norte. Desde el expoliado Sur Global se alza la voz del G77 y China

Autor:

Marina Menéndez Quintero

La necesidad de un nuevo orden económico internacional fue uno de los primeros reclamos del Grupo de los 77 algunos años después de su fundación en 1964 y, a más de cinco décadas de su proclamación, sigue siendo una demanda.

Al enarbolar ese propósito como condición sine qua non para el desarrollo, el G-77 —integrado ahora por 134 naciones del mundo subdesarrollado a las que se sumó también China— conceptualizó, incluso antes de que lo hicieran las Naciones Unidas, un principio que sigue resultando cardinal no ya para que «emerjan» los países eufemísticamente llamados emergentes sino, incluso, para su supervivencia.

Desde entonces a acá, las enormes brechas que separan al Norte del Sur no se han reducido: aumentaron. Y las injusticias del desorden que parten del embudo económico, propaladas y sostenidas por el quehacer leonino del FMI y el Banco Mundial, matizan la política y se expanden a áreas clave para la sobrevida en el planeta como el clima, aunque hoy aquellas caducas instituciones nacidas mediante los acuerdos de Bretton Woods en 1944 hayan asumido matices obligados por las circunstancias de una humanidad, pese a todo, más beligerante que entonces, y en busca de un contrapeso a la hegemonía impuesta por los países que han hecho fortuna expoliando a las naciones pobres.

La realidad es tan ostensible y aplastante que ha debido ser reconocida incluso por altos funcionarios de esos organismos como lo hizo, en julio, el presidente del Banco Mundial, Ajay Banga.

Durante una reunión de ministros de Finanzas del Grupo de los 20 en la India, el directivo admitió que las divisiones entre países ricos y en desarrollo «amenazan» con agravar la pobreza, y advirtió al Norte que la «frustración» del Sur Global con los países ricos genera una «desconfianza» que puede aumentar la división del mundo ante la creciente crisis de la deuda, y el impacto del cambio climático.

Pero, dijo, «la frustración del Sur Global es comprensible. En muchos sentidos están pagando el precio de nuestra prosperidad».

Son esas algunas de las realidades que explican la creciente desdolarización de las transacciones comerciales internacionales, y el empuje con que el grupo Brics asoma al mundo como alternativa a la hegemonía y la unipolaridad, con un vigor reforzado tras la ampliación anunciada en su reciente cumbre de Sudáfrica. Puede ser el inicio del orden en el desorden. El Tercer Mundo contempla con esperanza las transacciones justas que se abren.

Del otro lado, la brecha entre Norte y Sur se ha vuelto escandalosa. Según datos del FMI de 2022, sistematizados por el sitio web bankinter.com y publicados en abril de este año, los 20 países más ricos poseen el 81 por ciento de la riqueza total del planeta.

Un informe de Oxfam Internacional de enero pasado brinda más detalles de cuánto se han profundizado las diferencias que siguen dividiendo el planeta entre los de arriba y los de abajo más de 30 años después de que la caída del Muro de Berlín y el cese de las tensiones entre un sistema que dejó de existir en el este y el poderoso y vencedor Occidente (oeste), hicieran pensar —a algunos ingenua y a otros malsanamente— que la guerra fría había terminado. Otra guerra silenciosa y sin armas extiende sus tentáculos sobre los desposeídos.

Aunque el análisis, titulado La Ley del más rico y dado a conocer el día de la inauguración del Foro Económico de Davos, centra su tesis en la imposición de gravámenes a los individuos más ricos del planeta como «solución» para aminorar las brechas y lograr lo que llama un mundo más justo, sostenible y sin pobreza, devela igualmente las enormes distancias existentes entre un segmento minoritario de países, de transnacionales —otras grandes beneficiarias del «modelo— y las naciones «de la periferia».

«Desde 2020, con la pandemia (de la COVID 19 y la crisis del costo de la vida, el uno por ciento (de la población mundial) acaparó 26 billones de dólares —el 63 por ciento de la nueva riqueza generada—, mientras que tan solo 16 billones de dólares (el 37 por ciento) llegaban al resto de la población mundial actual».

Y agrega que según el propio Banco Mundial, «podríamos estar ante el mayor incremento en la desigualdad entre países, y de la pobreza, desde la Segunda Guerra Mundial».

Cohesión y fuerza

Esas realidades demuestran la vigencia de las posiciones que dieron origen al G-77. El rol que ha desempeñado en el marco de la ONU y en los foros internacionales como voz del Sur y en la búsqueda de posiciones comunes que lo hagan audible frente al Norte, explica la importancia de que este conglomerado, que reúne a dos tercios de la membresía de la Organización de las Naciones Unidas y al 80 por ciento de la población mundial, mantenga la cohesión y la fuerza pese a la diversidad que nuclea.

Con esas banderas, Cuba, en su calidad de presidente pro tempore, acogerá la próxima Cumbre del Grupo de los 77 y China los próximos días 15 y 16 de septiembre, dedicada a uno de los ámbitos imprescindibles hoy para el desarrollo y donde vuelve a constarse la desigualdad: «Retos actuales del desarrollo: papel de la ciencia, la tecnología y la innovación».

El Sur también cuenta.

Fidel lo advirtió

«El Grupo de los 77 necesita de una reflexión colectiva sobre cómo enfrentar las nuevas realidades mundiales para tener acceso al desarrollo, erradicar la pobreza, defender las culturas y ocupar el lugar que le corresponde en la toma de decisiones globales que a todos afectan.

Desde su constitución, este Grupo ha desempeñado una relevante función como representante del Sur y defensor de sus intereses en múltiples negociaciones.

Formamos un conjunto de países caracterizados por la diversidad en cuanto a la geografía, las culturas y los niveles de desarrollo económico. Esa diversidad no debe ser debilidad, sino fuerza».

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