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La pobreza crece porque Wall Street está al timón del desarrollo global

Más todos esos megarricos son los grandes evasores fiscales y los que a toda costa y con todos los poderes económicos dirigidos a ello, impiden los esfuerzos internacionales por crear una sociedad más equitativa

Autor:

Juana Carrasco Martín

LA riqueza del uno por ciento global, el segmento poblacional más rico del orbe, se ha disparado en 33,9 billones de dólares desde 2015, dice un informe de Oxfam. Eso es suficiente para eliminar la pobreza anual 22 veces, o durante 22 años. Prácticamente no habrían dudas de que se hubiera alcanzado ese objetivo en 2030, lo que ya muchos consideran totalmente imposible.

La organización internacional, formada por 19 organizaciones no gubernamentales, que tiene como lema «trabajar con otros para combatir la pobreza y el sufrimiento», lo que hace con su presencia en al menos 90 países del mundo, asegura en ese informe del capital inhumano, que tan solo 3 000 multimillonarios tienen en sus arcas la avariciosa suma de 6,5 billones de dólares.

Este lunes 30 de junio, en Sevilla, España, se negocia la financiación para el desarrollo, y hay argumentos muy dolorosos sobre la mesa para afirmar que el plan de la comunidad internacional para alcanzar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible acordados en 2015 ha fracasado sin remedio, y lo demuestran con el continuo incremento de las desigualdades, el estancamiento de los esfuerzos por erradicar la pobreza y la visible realidad de una crisis climática incontrolable.

Amitabh Behar, director ejecutivo de Oxfam Internacional, al presentar el informe el pasado miércoles, señaló: «Existen pruebas contundentes de que el desarrollo global está fracasando estrepitosamente porque, como demuestra la última década, los intereses de unos pocos muy ricos se anteponen a los del resto».

No paró mientes en denunciar que «los países ricos han puesto a Wall Street al volante del desarrollo global. Se trata de una toma de control global de las finanzas privadas que ha superado las medidas con base empírica para combatir la pobreza mediante la inversión pública y una tributación justa». Y añadió: sobre la enorme concentración de riqueza, valladar insalvable para saciar el hambre y las necesidades básicas de cada ser humano: «No es de extrañar que los Gobiernos estén completamente desviados, ya sea en la promoción del empleo decente, la igualdad de género o la erradicación del hambre», una realidad, digo yo, marcada por la negligencia, la apatía y hasta por la corrupción cómplice en no pocos países de este planeta.

Behar fue categórico frente al lucro egoísta de ese exclusivista mundo privado: «Es hora de que rechacemos el Consenso de Wall Street y, en su lugar, pongamos al público al volante».

Como la esperanza es lo último que se pierde, más aún en las buenas personas, estiman que existe una herramienta para cortar la desproporcionada acumulación de riquezas y que nueve de cada diez personas en el mundo creen posible, alude una encuesta. Buscan la solución en gravar a los superricos con el fin de recaudar los ingresos necesarios para invertir en servicios públicos y acción climática. Al respecto, el informe de Oxfam señala como elementos claves «las reformas a la arquitectura financiera internacional y la restauración de la ayuda».

Supongo que cuando ponían en el documento lo de reponer la ayuda, tenían en mente, cuando menos en el subconsciente, al señor de la Casa Blanca, quien en su segundo mandato se apresuró en buscar la eficiencia gubernamental, y ello lo tradujo en recortar todos los gastos destinados a los más vulnerables y a los menos favorecidos por la fortuna. Para Donald Trump y su cohorte de millonarios y multimillonarios no existe el hambre, ni la pobreza, ni los sin techo, ni las enfermedades, ni los múltiples padecimientos de casi todos, ni una naturaleza que se deteriora a la vista y en detrimento de todos.

Sin embargo, Trump no es el único, ni tampoco el primero, él solo continúa montado en ese lujoso y aclimatado carro, con un desvencijado y superpoblado tren a remolque. Por demás, y para incrementar las cuentas bancarias y las propiedades del uno por ciento, hace sus guerras proxy, es decir financia y apoya aquellas libradas directamente por otros, pero para el beneficio de la administración estadounidense y a los que verdaderamente representa, simbolizados en Wall Street.

Si el recorte lo comenzó por «casa», no omitió cercenar o disminuir ostensiblemente, como otros países de los más ricos del mundo, la ayuda al desarrollo global.

Esos ni oyeron, o hicieron oídos sordos a aquel pronunciamiento y advertencia de Fidel Castro a una toma de conciencia antes porque ya era demasiado tarde: «Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre»… «Desaparezca el hambre y no el hombre», sentenciaba.

Tan tarde que han transcurrido y perdido ya 33 años desde que el visionario lo dijo, conciso y contundente, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, el 12 de junio de 1992.

«Cuando las supuestas amenazas del comunismo han desaparecido y no quedan ya pretextos para guerras frías, carreras armamentistas y gastos militares, ¿qué es lo que impide dedicar de inmediato esos recursos a promover el desarrollo del Tercer Mundo y combatir la amenaza de destrucción ecológica del planeta?», dijo Fidel.

Fueron 546 palabras, no incluyo las 18 protocolares, que pesan sobre nuestras conciencias, cuando nada ha cambiado en esa tremenda verdad inquisidora.

Behar tiene claro que existen billones de dólares para afrontar las emergencias:  «Los Gobiernos deberían atender las demandas generalizadas de gravar a los ricos y acompañarlas con una visión para construir bienes públicos, desde la sanidad hasta la energía. Es una señal esperanzadora que algunos Gobiernos se estén uniendo para combatir la desigualdad; otros deberían seguir su ejemplo, empezando por Sevilla», dijo anhelante.

Pero ahí está la oligarquía global dispuesta a no ceder ni un centavo de su poder y riqueza, esa cuadrilla de bandoleros del uno por ciento que explota al resto de la humanidad, y resguarda con sus garras represoras y guerreristas que nada ni nadie les toque.

Y se unen en gavillas expoliadoras, las llaman corporaciones, consorcios, conglomerados, compañías, sociedades, empresas… En septiembre pasado, otro informe de Oxfam revelaba que casi la mitad del mercado mundial de semillas, por ejemplo, está controlada por tan solo dos corporaciones: Bayer y Corteva; y solo tres gigantes financieros estadounidenses —Blackrock, State Street y Vanguard— gestionan casi el 20 por ciento de los activos invertibles del mundo, alrededor de 20 billones de dólares.

Las estadísticas recopiladas por Oxfam entonces iban tras los multimillonarios y apuntaban que uno solo de ellos dirige o es el principal accionista de más de un tercio de las 50 corporaciones más importantes del mundo, y al resto nos dejan el lastre de la deuda soberana, la impagable que también Fidel dijo resueltamente debía condonarse.

Más todos esos megarricos son los grandes evasores fiscales y los que a toda costa y con todos los poderes económicos dirigidos a ello, impiden los esfuerzos internacionales por crear una sociedad más equitativa y, por tanto, más justa. Ellos, cada vez más inmiscuidos directamente en el control político y la toma de decisiones también desde el Gobierno de los Estados, maniatando a las llamadas democracias e intentando cerrarle el paso al multilateralismo, lo que es también no permitir que avance la paz, el desarrollo sostenible y la dignidad humana, como proclaman las organizaciones de Oxfam y muchas más en lucha desde muchos ángulos y frentes contra las políticas sustentadoras de un mundo perversamente desigual, que actúe como una noria donde vuelven a engordar sus riquezas.

¿Acaso no acabamos de ver a Donald Trump presionando —y lográndolo al menos en el acuerdo— a los Estados miembros de la OTAN aprobar un presupuesto militar que abarque el cinco por ciento de su Producto Interno Bruto?

El implacable bombardeo a las instalaciones nucleares pacíficas de Irán para cercenar su desarrollo y llevar a un «cambio de régimen» no logró arrodillar a la nación persa; todavía la sufrida Gaza resiste y los palestinos se niegan a abandonar su tierra, no prometida, sino trabajada durante siglos. Pero ha dejado otra vez disminuida y mal parada a una ONU camino a la obsolescencia.

Creo en la necesidad de un sur global firme y de pie ante los superricos y los Estados ricos del norte global, si queremos evitar un mundo distópico, un futuro negativo que culmine con la alienación humana y su perpetuo control y explotación. Es imprescindible creer y laborar por la solidaridad justiciera.

No sé si será con los impuestos progresivos que organizaciones como Oxfam preconizan como última defensa contra la toma de control de la oligarquía, pero si del colonialismo se salió luchando, parece buen camino para enfrentar este neocolonalismo.

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