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Ahí está Fidel, sereno y sabio

Autor:

Juventud Rebelde

AHÍ está Fidel, sereno y sabio —«culto por antonomasia, y lo que no sabe se lo imagina», dice de él, con definición precisa del conocimiento y de la cultura del dirigente revolucionario, Carlos Poblete Ávila—, enseñando a su pueblo a transitar por su ausencia. Fidel, que simboliza casi perfectamente a Cuba en una doble identificación de ida y vuelta con su pueblo.

Y allí está, arrogante y necio, personalmente nadie, Bush —el emperador intelectualmente desnudo— que no sabe nada ni es capaz de imaginar nada, salvo a Dios hablándole al oído y ordenándole terribles guerras genocidas que enriquezcan todavía más a sus amigos petroleros, proclamando futuros para la Mayor de las Antillas y promoviendo una historia que no va a cumplirse nunca.

Ahí está Cuba, pequeña isla que ha crecido hasta superar a su enemigo, que se ha hecho gigantesca para abrazar a la humanidad, que ha desbordado fronteras y se ha desparramado por el mundo, batallando ideas y solidarizándose con los pueblos. Cuba brújula, Cuba rumbo. Cuba, enorme Cuba.

Y allí están, en Washington y en Miami, la escoria de la Humanidad —inhumanidad plena— que se esfuerza, cada vez más cerca de una primera derrota severa, por dirigir el mundo. Ahí están sus pequeños e infames lacayos, que constituyen el coro necesario del Imperio, alentando la elaboración de sangrientas «listas negras» para amenazar al digno pueblo de Cuba: «Tomaremos nota de los cubanos que no apoyen el proceso de transición», ha dicho Bush y repetido Confiereezza Rice, afilando cuchillos, ante la indiferencia criminal de la «comunidad internacional» que obedece, con indignidad plena, a los EE.UU. Amenaza inútil a un pueblo que lo dará todo para no perder la dignidad y para no convertirse en una colonia estadounidense.

Y allí están también los pocos centenares de «disidentes», equilibristas y negociantes de las palabras, que venden su patria al diablo, que abusan de sus libertades y comercian en dólares su obediencia a la Oficina de Intereses de los EE.UU. en La Habana. Los «disidentes» que se cuidan mucho de expresar con claridad traiciones por otro lado evidentes. Poco riesgo para tanta cámara televisiva y una vida de privilegio. Poco riesgo para los que aplauden el diseño colonial de la Comisión de Asistencia para una Cuba Libre. Poco riesgo para los que alientan el día de los «cuchillos largos» y esperan, neciamente, larga vida bajo el sol del Imperio.

Y más allá están los cómplices del Imperio, la infamia de gesto grave y la infamia de sonrisa amable, que presenta invariablemente una bandeja con la «democracia podrida» del consenso que exige Washington. Son los políticos sin pueblo, los líderes que fabrican la mercocracia de «occidente». Vocean las mismas palabras que Bush pero disimulan su discurso neofascista. Son los países europeos con su «posición común», que solo encuentran una política exterior compartida en la obediencia más servil a los EE.UU. Y Falsimedia, con su ignominia bien repartida entre los que proclaman sin tapujos la necesidad de una Cuba capitalista y colonizada, y los que siguen simulando la existencia de una «transición democrática» que elimine el sistema de participación y movilización política de la Revolución y que imite el indigno, corrupto y vacío mercado político de occidente.

Aquí o allá, en Cuba o en EE.UU., en América Latina o en Europa, está cada cual con sus atributos nobles o infames.

El pueblo de Cuba —sabiéndose pueblo, cuerpo colectivo, pasado e historia, proyecto social para todos, condensando la sabiduría de una guerra continua, triunfante y dura, exigente, sintiendo la dignidad de ser y de decidir, aspirando a una felicidad compartida y buscada, consciente de su valor en el mundo y en la historia, orgulloso de su solidaridad— aprieta los puños, sofoca la angustia y espera. Está —como recordaba en estas páginas Norelys Morales Aguilera— en «algún lugar de Cuba» listo para enfrentar las famosas «medidas secretas» del Imperio que busca una oportunidad para vencer a este pueblo indómito.

Los exiliados de Miami, una pequeña corte para el Bush de la «Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre», tan ridícula como insensata, desvergonzada y clasista, vengativa y fascista, que cacarea sin rubor alguno su traición a Cuba al colocarse servilmente a las órdenes de un Coordinador para la transición nombrado por el Departamento de Estado. Representan a la otra Cuba, la del saqueo brutal y la del pueblo humillado, la que está escrita en el programa que entrega a los Estados Unidos el diseño político y económico de la nueva república plattista y bananera. Una corte indigna que se reserva únicamente el derecho al saqueo y placer de la venganza. Son los grupos ultraderechistas que han festejado con crueldad el encarcelamiento abusivo de los Cinco.

Los pueblos de América Latina que no se privan ya de identificar sus esperanzas con Cuba porque muchos de ellos han sido invadidos por la solidaridad que les han llevado los médicos, los educadores, los ingenieros y los científicos cubanos. Y algunos gobiernos del continente, como Venezuela, que asumirán sin dudarlo la tarea primordial de romper cualquier bloqueo total a la Isla que pueda decretar, contra todo el derecho internacional, el gobierno de los EE.UU.

Las decenas de millones de amigos incondicionales de Cuba y de su Revolución, que desde Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay, Chile, España y muchos otros países, se sienten patriotas cubanos.

El presidente Bush que juega a los «planes secretos» que no son otra cosa que el recurso a todas las guerras posibles, a los instrumentos terroristas de siempre, y «la disposición presidencial de solicitar del Congreso una autorización genérica para la intervención militar cuando el presidente lo considere oportuno». Cuando sea posible... El sueño imperial siempre frustrado de los últimos 46 años. Algo ya previsto en la ley Helms-Burton y que es usado ahora para crear expectativas mundiales de cambio en Cuba.

Y por fin, contemplándolo todo; feliz y satisfecho a su pueblo; irónico y seguro a su principal enemigo; colérico a los traidores sin límite, despreciativo a los cómplices políticos y a los agentes mediáticos del Imperio; Fidel, sereno y sabio.

(Tomado de Insurgente)

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