Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una pregunta complicada

Autor:

Luis Sexto

Un lector me ha preguntado si alguna vez escribiré de las cosas positivas de Cuba. Y le respondo: Sumo ya 35 años de ejercicio del periodismo, y todo ese tiempo he estado defendiendo, sumado a mi pueblo, los valores de la Revolución. ¿Alguien que me conozca me ha leído u oído en otra función?

No voy a justificarme, ni a entonar declaraciones de fe. Suenan mal. Acepto el tema, porque suele ocurrir que de lo bueno se puede hablar de muchas maneras. Por ejemplo, yo comento o critico desde mis insuficiencias lo negativo para preservar lo positivo. Las acciones humanas son también objeto de opinión. Y mi formación como periodista se fundamenta modestamente en autores como Che Guevara y su «estilo vigilante». Nadie le ha leído al Che una línea que no sea crítica, ni al juzgar sus acciones fue condescendiente. Porque la crítica es eso: la vigilia. El «estad alertas» de Julius Fucik.

Si algún ideal me gustaría alcanzar es lograr que mis letras tengan la virtud de hacer reflexionar con sensatez. Tradicionalmente la crítica ha sido una especie de ofensa. Ya Don Fernando Ortiz se refirió a esa tendencia en uno de sus libros juveniles: Ensayos de psicología tropical, con textos escritos en los primeros años del siglo XX. Reaccionamos ante la crítica —quería decir el sabio— de modo intolerante, generalmente a la defensiva, y reputando al que crítica como «mi enemigo». Así, desde luego, es muy complicado entendernos. Lo cual casi nos obliga a prescindir de método tan depurativo para cualquier obra o conducta humana.

¿Alguien ha educado a sus hijos sin crítica? Bueno, tal vez esos «hijos que les salen malos a fulano» sean consecuencia de una crianza complaciente, que tapa los defectos y justifica las acciones, porque si lo aprieto el muchacho se me puede poner bravo, irse de la casa... Esos argumentos los he oído. Registren la historia íntima de tanta familia desgraciada y comprobaremos que la manga ancha, es un canal por donde las aguas pútridas arrastran las limpias.

Casualmente, no hace mucho, en un debate público sobre la radio, un asistente cuestionó que hiciéramos crítica, porque ello podría ayudar al enemigo. Mi respuesta fue la que por lo común he sostenido: el enemigo se regocija de que no hagamos crítica; a eso ha apostado entre otras alternativas: a que ciertos errores, sin crítica pública, continúen vigentes.

A mí me parece, hubiera seguido diciéndole a aquel contradictor, que después de la admonición de Fidel el 17 de noviembre de 2005 —cuando previó que nuestros errores tal vez pudieran hacer cuanto Estados Unidos no ha podido— nadie tendrá el ánimo como para dormir en paz. Ahora bien, la crítica, que no es exclusivamente tarea de la prensa, sino del Partido, del Gobierno, de los consejos de administración y de dirección, de las asambleas sindicales y de rendición de cuentas en la circunscripción, tiene mucho de pública, porque algunas fallas son públicas. Habría que decir, como algún antiguo latino, que publica publice tractanda sunt, lo cual significa que los errores públicos en público han de tratarse si se quiere evitar el daño al cuerpo social.

Me he extendido en opiniones muy personales, porque partí de una pregunta personal. Justificado está, pues, mi criterio. Y algo último: a ese lector que me ha preguntado, yo le pregunto si alguna vez ha intentado comprender a los periodistas. Puede haber algún colega que se acomode a escribir sin mayores inquietudes, pero la herencia recibida, de Martí a nuestros días, pasando por Mella, Villena, Roa, Marinello, Che, Fidel, nos enseña a coligar las convicciones políticas con el papel de la prensa; son muchas las lealtades. Mas, ¿será posible que nos resignemos a saber que la obra colectiva afronta peligros y sigamos de largo, como si con nosotros no fuera?

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