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Palestina dividida: 60 años de una injusticia

Autor:

Juventud Rebelde
El 29 de noviembre de 1947, durante su II Período de Sesiones, la Asamblea General de la ONU, aprobó la Resolución 181 (II), que disponía la división del territorio de Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío. Esta decisión fue la culminación de un complicado y a veces sangriento proceso que se había iniciado mucho antes, cuando en 1917, Gran Bretaña como potencia mandataria, favoreció mediante el documento conocido como «Declaración Balfour», la creación en ese territorio árabe de lo que llamó «un Hogar Nacional» para el pueblo judío. Su objetivo, enmascarado en argumentos falsos, era establecer una base propicia a sus intereses colonialistas en el Oriente Medio.

El debate en torno a la partición de Palestina en la recién creada ONU, fue turbulento y lleno de presiones y maniobras. La votación fue de 33 países a favor, 13 en contra y diez abstenciones. Cuba estuvo entre los que se opusieron.

El representante de Cuba en ese momento en la Asamblea General, el Dr. Ernesto Dihigo, importante intelectual que fue también prestigioso profesor de Derecho Internacional en la Universidad de La Habana, no se dejó presionar y adoptó una posición justa y digna, sujeta a la más estricta legalidad internacional. Hoy, a 60 años de aquellos acontecimientos, queremos recordar los argumentos básicos de su discurso, pues pone de relieve los antecedentes de una injusticia que tuvo su origen en intereses colonialistas y cuyas sangrientas consecuencias parecen no tener fin y constituye la base del conflicto del Oriente Medio.

Por su extensión, solo reproducimos partes esenciales de su discurso:

«...consideramos que la partición de Palestina es contraria al derecho y a la justicia... la base inicial de toda reclamación es la Declaración de Balfour, causante de todo el problema que hoy tenemos ante nosotros; y la Declaración de Balfour, a juicio nuestro, carece por completo de valor legal, pues el gobierno británico ofreció en ella una cosa de la cual no tenía derecho a disponer, porque no era suya(...) en ella prometió a los hebreos un Hogar Nacional en Palestina, dejando a salvo los derechos civiles de la población árabe, pero no ofreció un estado libre, cuya creación forzosamente afectará esos derechos que se trató de salvaguardar.

«(...) mal puede interpretarse que esos derechos no resultan perjudicados cuando va a arrebatarse a los nativos más de la mitad de su territorio y varios cientos de miles de árabes quedarán sometidos al gobierno hebreo y colocados en una situación subordinada allí donde antes eran los dueños.

«(...) se está disponiendo de la suerte de una nación, privándola de su suelo nacional, del suelo que ha tenido durante muchos siglos, sin que se haya consultado para conocer su opinión. (La partición) va contra la libre determinación de los pueblos (...) la paz verdadera y el mundo de justicia (...) no dependen de que ciertos principios fundamentales se inscriban en las convenciones y tratados y allí queden como letra muerta, sino de que se cumplan por todos y para todos, grandes y pequeños, débiles o fuertes.

«¿Por qué no se ha procedido de modo democrático consultando la voluntad de todo el pueblo de Palestina? (...) el proyecto es, además, injusto.

«El pueblo árabe ha tenido ininterrumpidamente durante muchos siglos, el territorio de Palestina, y por los datos oficiales que se nos han presentado, al terminar la Primera Guerra Mundial, constituía casi el 90 por ciento de toda la población de ese país. Por medio del Reino Unido, como potencia mandataria, y el cumplimiento de lo resuelto por la Liga (de las Naciones), abrió sus puertas a una inmigración extranjera, ofreciéndole un lugar en que pudiera vivir y desenvolver su existencia conforme a sus deseos, con libertad religiosa y sin discriminaciones humillantes, y ahora esos individuos pagan la generosa hospitalidad de quienes les acogieron, quitándoles por la fuerza la mitad de su suelo natal.

«Hemos dicho inmigración extranjera de modo consistente, pues con todo respeto hacia la opinión de los hebreos, ellos son, a juicio nuestro, extranjeros en la tierra de Palestina. En efecto, durante los debates de la Comisión se adujeron datos para probar que los antepasados de un gran número de los hebreos que ya han ido o que aún quieren ir a Palestina jamás estuvieron en esa región; pero aun en el caso de que los remotos antecesores de todos ellos hubieran nacido allí, es indudable que abandonaron dicha tierra hace tanto tiempo —para establecerse en otros países— que sus descendientes han dejado de pertenecer a Palestina; del mismo modo que nosotros, hombres de América, nacidos de emigrantes que vinieron de todos los rincones de la Tierra, no podemos considerarnos con ningún derecho a la patria de nuestros padres en el Viejo Continente.

«El íntimo y ferviente anhelo de los hebreos de volver a Palestina, tal vez por tradición, tal vez por razones místicas u obsesión religiosa, es algo que puede tener toda nuestra consideración y simpatía sentimental, pero no constituye, en nuestra opinión, un título para que se les entregue lo que no les pertenece, mucho menos si para ello hay que despojar por la fuerza a otro con más derecho.

«No se nos diga que a veces hay que aceptar una solución política aunque sea injusta, pues sobre la injusticia nunca podrá asentarse la paz y la cordialidad entre los pueblos.

«Por estas razones, tendremos que votar en contra del plan de partición (...) a pesar de las gestiones y presiones que se han hecho en torno nuestro».

El discurso de Dihigo fue premonitorio, la injusticia cometida por intereses colonialistas e imperialistas ha provocado numerosas guerras y continúa alimentando uno de los más peligrosos conflictos internacionales.

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