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Barbados o el avión de todos los cubanos (+ Video)

Autor:

Enrique Milanés León

Nueve días después de la tragedia, en el discurso a Plaza llena en que nos mostró a todos la diferencia entre el dolor que se divide y el que siempre va a multiplicarse, Fidel trazó ante un millón de rostros el perfil exacto de los caídos: «No eran millonarios en viaje de placer, no eran turistas que disponían de tiempo y de recursos para visitar otros países; eran humildes trabajadores o estudiantes y deportistas que cumplían con modestia y dedicación las tareas asignadas por la patria».

 Horcón del país, en los avances y en las penas, el líder, conmovido, echaba un brazo en el ancho hombro del pueblo, pero ni aun así dejaba de denunciar —pensando en los 11 hermanos guyaneses y cinco coreanos masacrados en el aire junto a 57 cubanos— al verdadero culpable: «Ellos nos recuerdan que los crímenes del imperialismo no tienen fronteras, que todos pertenecemos a la misma familia humana y que nuestra lucha es universal».

 Fidel acertaba de nuevo. Muy rápidamente, en búsqueda del autor del sabotaje al avión cubano en Barbados el 6 de octubre de 1976, tanto los indicios, las pruebas como los pueblos apuntaban a Washington, ese «encantador de terroristas» empeñado, entonces como ahora, en provocar dolor a los cubanos. 

 Mientras Cuba lloraba a sus hijos, el Gobierno estadounidense activaba su maquinaria política para impedir una condena del atentado en el Consejo de Seguridad de la ONU porque esta sería una crítica implícita a los oscuros poderes de su Agencia Central de Inteligencia (CIA) y de la mismísima Casa Blanca.

 A la larga, no hay C-4 que mate la verdad. La realidad histórica no puede explotarse como se explota una nave. En 2005, documentos desclasificados de la CIA revelaron que, efectivamente, «tenía inteligencia concreta de avanzada, tan temprano como junio de 1976, sobre planes de grupos terroristas cubanos exiliados de atacar con una bomba un avión de línea de Cubana».

 Esta revelación, sin embargo, no fue correspondida jamás con el cese de protección y refugio que la Casa Blanca mantuvo, entre otros, a los connotados terroristas Orlando Bosch y Luis Posada Carriles —este último nunca extraditado a Venezuela para rendir cuenta del crimen—, quienes murieron en blandos lechos estadounidenses, condenados, eso sí, en jurado de millones, por el severo índice de los pueblos.

 No hay más ruta: uno repasa cada año los detalles de aquel hecho soñando minutos de más o de menos que salven el avión, pero entonces tropieza con pasajes oscuros que exacerban la energía y virilidad que refirió en la Plaza el Comandante. Indigna saber que los terroristas pretendieron primero «tumbarnos» un vuelo desde Panamá. Indigna enterarse de que el zarpazo tuvo precedente cuando el 9 de julio de 1976 el propio vuelo CU-455 se había librado de otra bomba solo porque imponderables de horarios hicieron que explotara aún en áreas de la terminal aérea jamaicana Norman Manley.

 Cada año uno intenta reelevar esa nave; a veces parece que no lo conseguirá pero, en todo caso, luchando por ella impedirá que otras caigan. Por eso este pueblo plantó en los 6 de octubre, como flor en medio del mar, el Día de las víctimas del terrorismo de Estado, para recordar, sí, pero denunciar también.

 A la reacción le molesta el brillo de nuestro pueblo. Wilfredo (Felo) Pérez, el capitán que convirtió en alas sus brazos en el intento angustioso de aterrizar el avión, era ya un Héroe —del Trabajo de la República de Cuba— cuando cayó como un mártir. No fue el único ejemplo honroso: perdidas sus vidas, el resto de los cubanos empezamos a encontrar los bellos historiales de cada uno.

 De los integrantes del equipo juvenil de esgrima dijo Fidel, con justeza de mosquetero: «¡Nuestros atletas, sacrificados en la flor de su vida y de sus facultades, serán campeones eternos en nuestros corazones. Sus medallas de oro no yacerán en el fondo del océano, se levantan ya como soles sin manchas y como símbolos en el firmamento de Cuba. No alcanzarán el honor de la Olimpiada, pero han ascendido para siempre al hermoso Olimpo de los mártires de la patria!».

 Días después del sabotaje, el Caribe, guerrero como es, seguía devolviendo espadas. Cierta vez, un pescador sacó del agua un casete: era el diario grabado de un esgrimista que resumía victorias en la pista, miradas al ambiente venezolano, comentarios sobre su miedo a los aviones… En Trinidad y Tobago hizo su última grabación: «¡Ya estamos llegando a Cuba, qué suerte —decía—, me quedan unas horitas para llegar…!».

 ¿Su nombre…? ¿Qué importa? Acá seguimos esperándole.

Vea aquí algunos Fragmentos del trascendental discurso pronunciado el día 15 de octubre de 1976 por el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, en el acto de despedida de duelo de las víctimas del ataque terrorista contra un avión cubano en pleno vuelo, entre los que se encontraban el equipo nacional juvenil de esgrima, hecho que la historia de Cuba reconoce como el crimen de Barbados.

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