Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Qué carácter el de este joven!

Autor:

Yusuam Palacios Ortega

 «Llegué, con el general Máximo Gómez y cuatro más, en un bote, en que llevé el remo de proa bajo el temporal…». ¡Qué imagen la descrita por ese hombre que a sus 42 años mantenía el mismo espíritu, el mismo carácter, la misma convicción de sus 16 años! Era José Martí, el hombre más puro de la raza, como lo calificara Gabriela Mistral, el misterio que nos acompaña al decir de Lezama, el Delegado del Partido, el Maestro; pero para nosotros, en este instante, es tan solo Pepe Martí.

¿Cuánto lo conocemos?, ¿quién era en realidad ese muchacho inquietante que le quitó el sueño al oprobioso régimen? Hablar del Apóstol implica hurgar en sus esencias, pero de verdad; como cuando vamos conociendo a alguien muy cercano, con quien compartimos momentos intensos de la vida, anhelos, esperanzas; con quien llegamos a polemizar en pleno ejercicio del criterio.

Así queremos presentarlo, no como algo ya prestablecido, bajo tradicionales cánones, sino como el agudo joven que hizo una elección y fue consecuente con ella hasta el final. En él no hubo contradicción biológica, pensando en aquella frase de Allende; él era un joven revolucionario. Luego, muchas cosas que pasaron tienen ahí su explicación: en el carácter de Martí.

Hay en ese joven una convicción, movida por su carácter revolucionario, que lo impulsa a asumir una posición de lucha, que lo convierte en un conspirador, que bajo la condición de joven intelectual que va adquiriendo, se define desde el primer momento como un intelectual orgánico y comprometido con un ideal; defiende una verdad, hace parte de un hervidero de ideas volcánicas que estallaron el 10 de octubre de 1868 y seguían en creciente ebullición.

El joven Martí, que se ha formado en la escuela de Mendive, y por ende, asimilado críticamente su cuerpo teórico y ético, el pensamiento electivo de los padres fundadores, ese sol del mundo moral; tomó partido tempranamente. Su O Yara o Madrid lo define; su incitación a la deserción, llamándolo apóstata, a quien fuera el antiguo condiscípulo suyo, Carlos de Castro y de Castro, lo consagra.

Corría el año 1869, en Oriente se batían los mambises peleando por la libertad y la abolición de la esclavitud; y en La Habana colonial, y como indirectamente, se están dando vivas a la independencia. Está muy claro Pepe Martí, sus 16 años son, en su etapa de formación, un reservorio de valores que tienen en el patriotismo militante su esencia primera.

De ahí sus primeros escritos políticos: El Diablo Cojuelo, texto en el que el Maestro, con exquisita ironía, denuncia la verdadera realidad que se vivía en Cuba, y expresa así su rechazo a la dominación, al sometimiento, a vivir sin libertad plena, y Abdala, un canto al amor a la Patria de principio a fin. Pero este no era un amor simplón, superficial, de solo apego al terruño que lo vio nacer.

El alcance y la profundidad de este amor era un compromiso con la verdad de su lucha, con la causa que lo motivaba a actuar como lo hacía, con las ideas que estaba defendiendo porque en ellas creía. El Héroe de Dos Ríos está definido, sabe cuál es su camino, él mismo hizo la elección. Pensó por sí, como primer deber de un hombre.

Su amor a Cuba, expresado desde los recursos dramáticos y la sinceridad del teatro en el personaje de Abdala, es un amor bien enraizado, militante; «no es el amor ridículo a la tierra/ ni a la yerba que pisan nuestras plantas/ es el odio invencible a quien la oprime/ es el rencor eterno a quien la ataca».

¡Qué carácter el de este joven!; quien ha escrito ese propio año el soneto ¡10 de Octubre!, publicado en un periódico manuscrito llamado El Siboney. Luego, con estos antecedentes, ¿cómo sería visto el joven Martí por las autoridades del régimen? Pepe significaba para ellos un peligro, para el Cuerpo de Voluntarios al servicio del dominador con brazo de hierro ensangrentado (los mercenarios de entonces) una razón, solo una para criminalizar.

Unos días después de haber sido detenido, el 21 de octubre de 1869, escribe a su madre una carta, muestra de ese carácter inquebrantable que lo definía como un revolucionario, como un cubano lleno de dignidad, como un hombre de verdad: «Mucho siento estar metido entre rejas; —pero de mucho me sirve mi prisión—. Bastantes lecciones me ha dado para mi vida, que auguro que ha de ser corta, y no las dejaré de aprovechar». Este es Martí, quien a sus 16 años ya llevaba el remo de proa bajo el temporal.

Nos sigue convocando el Apóstol en la hora que vivimos. Su carácter entero es fuente nutricia de nuestro actuar revolucionario, osamenta de la batalla por la vida que libramos con las armas del juicio; con las ideas, la fuerza de la verdad y el chaleco moral que nos cubre. Su vocación de justicia y su ética hacen parte del legado que nos dejó aquel día en que abrazó con más pasión el alma de la Patria, y se sembró para siempre en el corazón de los cubanos de verdad. Como él, en su vida fecunda, llevemos el remo de proa bajo el temporal.

 

*Presidente del Movimiento Juvenil Martiano.

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