Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Deudas pendientes

Autor:

Juan Morales Agüero

El sol del mediodía caía a plomo sobre la ciudad cuando los vi acercarse. Eran cuatro, una muchacha y tres varones. Les calculé entre 12 y 13 años de edad. A su paso generaban un alboroto enorme, favorecido por sus exclamaciones, sus carcajadas y palabrotas.

Al llegar a la esquina, el grupo se deshizo. Mientras ellos tomaban calle arriba, ella dobló a la derecha. Antes de perderla de vista, uno de los muchachos le gritó algo subido de tono. La chica dio media vuelta y le replicó, divertida: «Mira, ¡esto es lo que me vas a coger»! Y acto seguido se levantó la pieza delantera de su falda-short y le mostró la zona que las niñas más cuidan.

Tanto ella como él soltaron una risotada. A pesar de que he sido testigo de situaciones peores, aquel impúdico gesto de la adolescente me animó a intervenir (¿quién me mandaría?). Le dije serio, como si se tratara de mi hija: «Perdóname, pero una joven tan bonita no debería manifestarse así». Me fulminó con la mirada y me soltó, insolente: «Ah, váyase pa’…». Bueno, ustedes saben bien para dónde me mandó.

Me quedé de una pieza. ¿Qué hacer ante una respuesta así de hedionda e irrespetuosa? Si en un varón hubiera resultado insultante, en una mujer era poco menos que desvergonzada. La vi alejarse oronda, como si tal cosa, sin indicios de rubor y menos de bochorno. ¿Qué pensaría su familia si la escuchase?¿Estaba al tanto de su censurable conducta?

Tengo la certeza de que casos como el de esta chica lenguaraz son la excepción y no la regla. No comulgo con la afirmación de que la juventud anda por mal camino. ¿Cómo hacerlo con tantos ejemplos que confirman lo contrario? El combate contra la COVID-19 lo corrobora en las más variopintas trincheras, algunas muy peligrosas. Es la nueva generación la que está llevando las riendas del país como garante de su continuidad. Pero eso no significa que todo marche bien.

En materia de formación de valores tenemos deudas pendientes, a pesar de que esa tarea constituye un objetivo priorizado en el propósito de materializar el proyecto social cubano. Aquí, tanto la familia como la escuela y la comunidad deben aportar, en especial en lo tocante a su rol de paradigmas. El joven de nuestros días debe parecerse a su tiempo, y en esa dirección deben encauzarse los esfuerzos comunes.

¿Es coherente graduar a un estudiante universitario con evaluaciones de excelencia y Título de Oro, pero incapaz de tener en cuenta las normas elementales de educación formal en las circunstancias que así lo requieran? ¿O un niño o una niña a quienes sus padres no les enseñen precozmente a practicar la solidaridad y el altruismo con sus compañeritos? Cierto, se aspira a formar a personas instruidas que acumulen conocimientos, pero también a personas educadas, portadoras de valores que hagan prevalecer lo mejor del género humano.

Todavía uno se topa por ahí a jóvenes que no saludan cuando llegan a un sitio donde se encuentran otras personas. Otros desconocen la historia de su localidad. Los hay que no exhiben disciplina en espectáculos públicos. Y nos topamos también con los que menosprecian el nasobuco en el complejo contexto sanitario en el que nos encontramos.

Pero siempre hay un hecho que nos devuelve el optimismo. Días después de mi desagradable percance con la adolescente malhablada, fui testigo de otro, también protagonizado por una muchacha, pero esta vez opuesto en su desenlace.

«A ver, déjame ayudarte», le dijo una joven a un invidente que pretendía cruzar una calle de intenso tráfico vehicular. Y acto seguido lo tomó de la mano y lo llevó hasta la acera contraria. Varios transeúntes la miramos con aprobación.

En efecto, todavía nos falta ganar terreno en la formación de valores y de buenos modales. Pero basta con apreciar una conducta sublime para franquearle el camino a la esperanza.

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