Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Runrunes…

Autor:

Juan Morales Agüero

La cháchara criolla tiene en el intercambio de rumores a un componente de su cotidianidad. «¿Te enteraste de la última? —le pregunta una vecina a otra, cualquier mañana de cualquier día—. A mí no me creas, pero dicen que van a eliminar la  libreta de abastecimiento a partir del próximo mes».

Su interlocutora, desconcertada y recelosa, calla por un instante y le repregunta: «¿Tú crees?». Y la primera, inmutable, reafirma lo dicho: «¡Pues claro, mi’ja! Oye, ¡eso viene!». Y, acto seguido, le machaca la premonición.

En las horas siguientes, la vecina receptora sazonará la «noticia» con aderezos de su propia cosecha. Ahora la eliminación de la libreta de abastecimiento no será a partir del próximo mes, sino… ¡de la semana que viene! Y así se lo transmitirá a terceros, siempre con la coraza protectora del «dicen…» delante. En consecuencia, el rumor irá cobrando fuerza, incorporará elementos, se difundirá y solo acallará su embuste cuando la información oficial lo desacredite.

Si de naturaleza espacio-temporal se trata, el rumor no pertenece a ninguna geografía ni a ninguna época. Suele tener propósitos turbios, en tanto se lanza al ruedo buscando una credibilidad carente de respaldo probatorio. Se transmite casi siempre de persona a persona, sacándole lascas a los contextos, la ingenuidad y la buena fe. Es maestro en establecer nexos con sucesos que no han ocurrido, pero que presenta como posibles. Crea confusión, desconfianza e incertidumbre. El rumor envenena y altera la estabilidad.

Aunque no discrimina temas cuando echa a rodar sus patrañas, las etapas difíciles son sus preferidos. Ahí los encargados de poner a circular un rumor se sienten a sus anchas, pues encuentran oídos receptivos y lenguas potenciadoras. El rumor que comenzó en la mañana en una bodega puede extenderse a una comunidad completa en un par de días. La decepción es grande cuando la realidad confirma que solo fue eso, ¡un rumor!

¿Puede combatirse con algún éxito la aparición de un rumor? Desde luego que se puede. ¿Cómo? Mediante la información completa y oportuna que no deje lugar a las especulaciones. Allí donde la gente quiere saber y comprender, pero no recibe respuestas oficiales, hay rumor. Es este el mercado negro de la información. La comunicación con el pueblo, en cuyo contexto se expliquen las causas y los efectos de los problemas, es su antídoto más eficaz. Difícilmente se crea a pie juntillas en un rumor si su trasiego por «radio bemba» ha sido precedido contundentemente por información oficial.

Hacerse eco de un rumor huérfano de autenticidad, fomentar su alcance mediante su repetición y darlo por legítimo solo porque se aproxime a sus expectativas, convierte a su propagandista en cómplice. Como no necesita (ni se le exige) probar lo que predica, aprovecha la grieta dejada por la falta de información para intentar erigirse como verdad.

Algunos afirman que en todo rumor siempre existe algo de veracidad. «Los hay ciertos con elementos falsos, otros son falsos con elementos ciertos, otros son absolutamente falsos, y otros absolutamente verdaderos», intentó explicarme el asunto desde una dimensión social un profesor de Sicología. Dijo, además, que basta con neutralizar desde los canales formales las causas que lo provocan para neutralizarlo. El esclarecimiento debe aparecer antes de que surja.

«Dicen que…» constituye ya una media mentira. La afirmación le pertenece a Thomas Fuller, un clérigo e historiador inglés del siglo XV. Y, en efecto, «dicen…», «me dijeron…», «a mí no me creas…», «andan diciendo…» y frases evasivas de ese tenor liberan al difusor de rumores de la sospecha de autoría. Lo correcto es utilizarlas para hacer referencia a lo informado en los medios oficiales. ¡Exijamos porque se haga!

En estos tiempos de redes sociales y noticias falsas, los rumores pretenden instalarse en nuestras mentes a la manera de caballos de Troya. Son peligrosos porque deforman la realidad y siembran desconfianza.  Otorgarles absoluto crédito es como hacerles el juego. La tristemente célebre frase goebbeliana de que una mentira repetida puede convertirse en verdad tiene hoy más vigencia que nunca. Hay que estar atentos, y descubrir en cada rumor su oreja peluda.

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