Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Por una sociedad más empática

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

¿Que los apagones no han cesado? Es cierto. En algunas zonas, en ocasiones, la corriente eléctrica se ausenta hasta dos veces al día por varias horas. ¿Que los precios siguen elevándose? Es cierto. La libra de ají, de malanga, de carne de cerdo y la bolsa de galletas, entre otros productos, duplican su costo en pocos días, y mientras la producción no se incremente y las carencias persistan, lamentablemente puede seguir sucediendo.

¿Que el transporte urbano estatal mantiene deficiencias y que los cuentapropistas aumentan la tarifa por menos cuadras cada vez? Es cierto. ¿Que no encontramos una disponibilidad amplia de algunos medicamentos y la cola en la farmacia se hace desde la madrugada del día anterior? Es cierto. Cada una de esas realidades las conozco y las escucho como argumentos de quienes dicen que no votarán a favor del nuevo Código de las Familias.

Créame cuando le digo que concuerdo con usted en que no quiero que ese siga siendo el panorama de mi país, del suyo, del nuestro. Concuerdo con usted en que la cotidianidad se complejiza y se nos escapa de las manos la solución a problemas de tal magnitud. Todos queremos resolverlos pero se requieren estrategias de mayor alcance, trazadas por expertos y decisores capacitados para ello, y que puedan fructificar contra viento, marea y bloqueo, que sabemos que mientras exista, tampoco será fácil eliminar cuanta escasez nos aqueja.

Pero créame también cuando le digo que tampoco quiero que en mi país, el suyo, el nuestro, coexistan esas complejidades con exclusiones emocionales, desapegos sentimentales, desamparos afectivos, injusticias familiares, violencias, discriminaciones…

Concuerdo con usted, le repito, con que la felicidad de cada ciudadano requiere de que sus necesidades básicas estén cubiertas, que pueda llegar puntual a su trabajo sin estresarse a la espera de una guagua, que pueda sentarse a comer lo que su salario le permita comprar, que pueda vacacionar con sus seres queridos, que pueda disfrutar de la televisión sin que un apagón lo frustre…

Pero también la felicidad de cada cual dependerá de si puede formar una familia sin que su orientación sexual sea un impedimento, si puede vivir plenamente sin que en su hogar se le agreda, si puede disfrutar de la comunicación con sus nietos porque la ley le ampara aunque los padres se lo nieguen, si puede ser acogido por una pareja que desea educarlo y cuidarlo, si puede tomar decisiones a su favor, si puede determinar de varias maneras el acuerdo con su cónyuge  para el disfrute de los bienes matrimoniales… ¿Usted me entiende?

Cuando se ha hablado del Código de las Familias en los últimos tiempos y se le ha ofrecido toda la información oportuna en diversos espacios, ha quedado claro que este cuerpo legal no viene a establecer prácticas de vida de manera obligatoria, sino que viene a dotar de protección legal y jurídica lo ya existente, lo que ya podemos encontrar en nuestra comunidad, en nuestros hogares, en nuestro país.

¿Acaso no conoce usted a esas dos personas que, siendo homosexuales, conviven hace décadas? Su vida no se afecta por eso, ¿no es así? Sin embargo, no pueden aspirar a cierto estatus legal y eso les coarta su plenitud.

¿Acaso no ha escuchado los arranques de violencia que sufre su vecina y su hijo en su casa? El nuevo Código es claro contra todo tipo de manifestación de violencia intrafamiliar, así que esa situación podrá eliminarse por todas las vías posibles. Espero que nunca usted la padezca y si es así, ojalá este Código pueda protegerle.

¿Acaso no conoce la condición de aquel anciano que es cuidado por quien lo aprecia sin que lo una un lazo sanguíneo y que a partir de hoy será protegido en su deseo de decidir sobre sus bienes, incluyéndolo si así lo quiere?

Si usted conociera a esas dos hermanas, una de las cuales nunca pudo tener descendencia porque fue sometida a una histerectomía en su juventud y la otra, madre de tres hijos, ha vivido aplastada por la impotencia de no poder ayudarla, ofreciéndole su cuerpo para que se geste su bebé, entonces comprendería que la vida real supera la ficción constantemente. Yo puedo presentárselas, pero créame, ya la edad impide que, al amparo de este nuevo Código, pueda suceder lo que quizá en otras familias, en algún momento, se valore como una opción.

Entonces, ¿no cree usted que depende de nosotros, de nuestra voluntad, un panorama más feliz en estas cuestiones? Más oportunidades, más alternativas, más inclusión, más justicia, más apoyo, más respeto al disfrute de nuestros derechos… ¿Por qué habríamos de negarnos a ello? ¿Acaso el hecho de votar no, eliminará los apagones, la escasez de medicamentos, el pésimo transporte, los precios elevados y todo lo demás? Usted sabe que no, que la solución a todo eso depende de otros factores. Usted sabe que una cosa no tiene nada que ver con la otra. No utilice más esos argumentos.

Hoy es el gran día para desarrollar empatías, para imaginarnos en la piel de otro, para comprender mejor la sociedad que también queremos. Y construirla entre todos. Una sociedad más empática.

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