Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

En el ala del colibrí

Autor:

Alejandro Sanchéz Fernández

Para el pueblo cubano, Martí es la representación más alta del humanismo, un símbolo de virtud, la noción del bien. No deja de asombrarnos su extraordinaria capacidad de trabajo, de elaboración de ideas, de orientar esfuerzos en función de un objetivo supremo.

Resulta sorprendente cuánto pudo hacer en una vida que fue efímera, y el grado de sabiduría que fue capaz de alcanzar mediante ávidas lecturas y una consagración al estudio desde temprana edad.

Sin lugar a dudas, se trata de un hombre superior, cuya voluntad y circunstancias hicieron posible el despliegue de múltiples tareas en aras de lograr la independencia de Cuba, y todo ello ha tejido a su alrededor una aureola mítica que le convierte, según la expresión lezamiana, en un misterio que nos acompaña.

Su figura comenzó a ser ampliamente venerada luego del cese de la dominación española. Incluso, durante la ocupación norteamericana se bautizaron calles e instituciones con su nombre en muchos pueblos y ciudades cubanas. Tras la instalación de la república (que por su carácter burgués y neocolonial era la frustración del proyecto martiano) se levantaron a lo largo de la Isla monumentos a su memoria, y en las escuelas su imagen presidió muchas aulas, porque en discreta labor, los maestros se dedicaron a inculcar sentimientos patrióticos y de veneración al Apóstol en las nuevas generaciones formadas sin el yugo español.

Mella, envuelto en la lucha por la revolución social, se propuso ahondar en el pensamiento martiano, mientras Villena llamaba, en versos ardientes, a cumplir el sueño de mármol de Martí.

Las obras completas de Martí fueron publicadas gracias al empeño de su albacea, Gonzalo de Quesada, y en esas páginas se sumergieron los jóvenes de la Generación del Centenario que, encabezados por Fidel, se lanzaron contra la tiranía, y poco después la Revolución triunfante no vaciló en proclamar que sus pasos eran la concreción de la promesa del Maestro. «Mi verso crecerá, bajo la hierba yo también creceré», había señalado en proféticas palabras.

Ese culto permanente a Martí no puede entenderse sin profundizar en su prédica a favor de una nación nueva que tendría la soberanía y la justicia como fundamentos. Del mismo modo, toda reverencia será vacía mientras no se asuma el basamento ético y la vocación emancipadora que fueron ejes de su conducta.

Quienes han entrado en contacto profundo con sus escritos quedan cautivados por la sensibilidad y espíritu humanista que aflora en ellos. Sin embargo, pese a los esfuerzos por divulgar sus ideas, aún se requiere seguir presentando a Martí como referencia cotidiana.

Un proyecto que se plantea hacer de la sociedad una gigantesca escuela, debe defender siempre la real dimensión de quien constituye uno de nuestros pilares, cuya obra tiene que ser patrimonio del pueblo que soñó culto para que viviera libre.

El ideario martiano tiene como núcleo fundamental el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral, y un profundo humanismo que deviene combustible para afrontar la injusticia donde quiera que se manifieste. Su pensamiento es un alegato por la completa liberación del ser humano, defensa de la originalidad de Nuestra América y manifiesto contra las múltiples dominaciones que pesan sobre nosotros.

Al escribir sobre su inmensa fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud y en la vida futura, Martí señala un camino que parece interminable ante los desafíos que acechan a la humanidad toda. No obstante, sus ideas se presentan como aquellas verdades a las que se refirió una vez: tan esenciales que cabrían en un ala de colibrí.

 

*Estudiante de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.